Balance de la Reforma luterana y guerra contra el Emperador

Poco antes de la muerte de Lutero, sucedida en febrero de 1546, el reformador tenía una sensación de fracaso respecto a la Reforma y no creía que la empresa de su vida tuviera futuro. En lo político, se hallaba sumamente preocupado por las disputas territoriales entre Juan Federico, elector de Sajonia, y el duque Mauricio, de la Sajonia no electoral. Precisamente, el doctor hallará la muerte mientras intentaba mediar entre ambos soberanos. En el ámbito religioso, Lutero dio a conocer su pesimismo a Melanchton, al que comentó literalmente: “Reinará gran confusión. Nadie consentirá ser guiado ni por la doctrina ni por la autoridad de otro. Cada uno querrá ser el maestro de sí mismo, como lo son Osiandro y Agrícola, y así nacerán grandísimos escándalos y divisiones. Lo mejor hubiese sido que los príncipes hubieran prevenido estos males con un concilio, si los papistas no tuviesen tanto miedo a la luz”. Este vaticinio en cuanto al futuro de la Reforma religiosa tenía su correlato político. No es casualidad que justo cuando comenzaba a emerger el Estado moderno en Europa, las corrientes religiosas tendieran al particularismo.

En cuanto a la situación en Roma, por fin el Papado decidió responder con contundencia ante el movimiento reformista. El primer hito fue que Pablo III autorizó la creación de la Orden de Jesús por parte de san Ignacio de Loyola, que se erigirá como el gran instrumento de la Contrarreforma . A continuación, la Iglesia romana se decidió definitivamente a concretar la convocatoria del concilio en la ciudad de Trento, que comenzaría sus sesiones en 1545. No obstante, para aquel entonces, Lutero se sentía profundamente desengañado y consideraba que el concilio no solucionaría la situación religiosa en Europa. Y no se equivocaba. Al mismo acudieron representantes reformistas, si bien no hubo un diálogo real o una voluntad de llegar a un acuerdo. Finalmente, se acabaron imponiendo las bases de la religión y de la Iglesia católico-romanas asentadas en el principio de aceptar con idéntico respeto tanto las Sagradas Escrituras como la tradición eclesiástica, y la Iglesia volvió a reservarse su papel como autoridad religiosa única y suprema con el derecho exclusivo de interpretación de la Biblia. No obstante, a partir de entonces tendrá que lidiar con el nacimiento de los diferentes Estados modernos, que defenderán con ahínco sus prerrogativas en lo tocante a la política religiosa de sus iglesias nacionales.

Finalmente, el último episodio de esta primera fase de la Reforma fue el inicio de las guerras de religión europeas. Concretamente, en julio de 1546 estalló al fin la guerra civil en Alemania entre la Liga de Esmalcalda y la coalición del Emperador con los Estados católicos alemanes. El cambio en el equilibrio de fuerzas provino de la traición del duque Mauricio de Sajonia respecto a la Liga de Esmalcalda. Ello permitiría a Carlos V vencer a los protestantes en la conocida batalla de Mülhberg. En 1548, en la dieta de Augsburgo, Carlos obligó a los protestantes a aceptar el Interim, una imposición religiosa provisional que pretendía acabar con la Reforma. Algunas ciudades protestantes trataron de resistir pero el Emperador acabó imponiendo dicho documento. Además, Juan Federico de Sajonia perdió el rango elector en mayo de 1547, así como gran parte de sus tierras, tras la capitulación del que fuera centro espiritual de la Reforma: Wittenberg. Al fin, en la Dieta de Augsburgo de 1555 se logró una paz de religión gracias a una nueva traición del duque Mauricio, esta vez contra el Emperador, que había sido derrotado en la batalla de Innsbruck en 1552. Más que paz, hablamos de un compromiso entre príncipes, ya que se reconoció el derecho de los príncipes para proteger las Iglesias nacionales alemanas y para establecer la religión que cada Estado soberano quisiera.

Sin embargos, las guerras motivadas o legitimadas por motivos religiosos no habían hecho más que empezar en Europa. Numerosos conflictos internos tomaron la forma de auténticas guerras civiles, como sucedió en Francia con las Guerras de Religión. A nivel internacional, la primera mitad del siglo XVII estaría protagonizada por la Guerra de los Treinta Años, en la cual Estados católicos y los protestantes se enfrentarían en un largo contencioso donde los motivos religiosos se combinarían con intereses políticos que respondían a lo que Luis XIV denominaría “razón de Estado”. No sería hasta 1648 cuando se firmarían las paces de Westfalia-Münster, las cuales, si bien pusieron fin al conflicto internacional, no pudieron terminar con la guerra entre Francia y España, que se prolongaría hasta la Paz de los Pirineos de 1659.

Imagen: Cuadro de Tiziano Carlos V a caballo en Mühlberg. Blog Tercios de Flandes: http://ejercitodeflandes.blogspot.com/2009/02/la-batalla-de-muhlberg-1547.html


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