La doctrina de Lutero también abordaba la temática del sexo. Sintéticamente, el reformador reflexionó sobre cuatro cuestiones vinculadas con este asunto y su particular enfoque supuso una ruptura respecto a la postura del catolicismo más ortodoxo representado por la interpretación oficial romana. Para comenzar, Lutero trató la cuestión del celibato y del matrimonio de los clérigos. Según Ramón Conde, Lutero defendía que sólo san Agustín había dado con el remedio para evitar las tentaciones sexuales de los célibes, apoyándose a su vez en los escritos de san Pablo: la solución era el matrimonio porque era mejor casarse que quemarse. Hay que recordar que el reformador, desde que era joven, se sintió siempre rodeado de tentaciones vinculadas con la carne fruto de su propio deseo sexual. El doctor, al principio, identificaba estas ansias con un intento del Diablo para propiciar su condenación y este miedo le acompañó durante muchos años. Lutero defendía con convicción el matrimonio de los sacerdotes porque consideraba que, así, las mujeres cumplían con su cometido de tener hijos y los hombres podían dedicarse mejor al servicio religioso. El matrimonio suponía la herramienta más precisa frente a los ataques del Demonio. El problema era que todo sacerdote que tomaba una esposa estaba quebrantando los votos y ello debía ser justificado. Según Febvre, el reformador llegó a la conclusión de que los mismos habían sido realizados fruto del orgullo. Los monjes los consideraban como parte de esas buenas acciones y de ese riguroso modo de vida que les permitiría adquirir la santidad y la eterna salvación. Evidentemente, tras el descubrimiento de Lutero de la justificación por la fe, estas acciones carecían de sentido y, por tanto, eran malas y sus efectos nulos.
Aún así, Lutero tardó algunos años en casarse desde su ruptura con Roma. Muchos otros líderes reformistas, como Karlstadt, se habían casado antes que Lutero y el mismo reformador había arreglado numerosos enlaces matrimoniales entre los fieles que pasaban por o residían en Wittenberg. Al fin, en 1525, Lutero contrajo matrimonio con Katharina von Bora. Ya sabemos el impacto que causó esta boda entre dos ex religiosos. La causa que esgrimieron sus oponentes fue que el enlace era motivado por la lujuria, la depravación y la falta de autocontrol del reformador. No obstante, tiene más sentido la que el propio Lutero dio en su momento: “para burlarme del diablo y de sus escamas, los hacedores de obstáculos, los príncipes y los obispos, puesto que son bastante locos para prohibir a los clérigos que se casen. Y de muy buena gana suscitaría un escándalo todavía más grande, si conociera otra cosa que pudiese complacer más a Dios y ponerlos más fuera de sus casillas”. Es decir, lo hacía, primero, como arma frente a los ataques de Satanás en sus frecuentes crisis espirituales y, segundo, para provocar un escándalo entre todos los agentes del Maligno: los obispos, los monjes, los cardenales y el Papa, entre tantos enemigos de la Reforma.
El pensamiento de Lutero respecto de la sexualidad era mucho más complejo y, en gran medida, suponía algo revolucionario respecto a la idea que se tenía en el medievo. Lutero consideraba que aquel que se avergonzaba del matrimonio se avergonzaba también de ser humano y pretendía mejorar la obra de Dios. Tener hijos era un deber y la castidad un voto antinatural. Dios nos creaba con esa necesidad de reproducirnos porque, efectivamente, quería que procreáramos cuanto fuera posible. Había sido el Diablo quien había avergonzado la institución del matrimonio, por lo que casarse sería ir en contra suya y serviría para soportar las pruebas que imponía Dios por amor. Además, Lutero reconocía de forma novedosa el impulso sexual como una fuerza divina donde el propio Cristo se hacía presente. Según Oberman, para Lutero, “Dios está tan presente en la fuerza de atracción entre hombre y mujer, que es él quien instituye la alianza entre ambos y se convierte, incluso, en el nexo causal del matrimonio”. El sexo no sólo no era algo punible y deleznable, sino que era algo que el propio Dios amparaba y permitía. Cristo estaba presente en tal acto, siempre y cuando se llevara a cabo entre personas unidas en matrimonio. Supone una idea completamente nueva del sexo, tradicionalmente condenado y denigrado por el clero como algo diabólico propio de bestias, donde hasta las posturas tenían que estar reglamentadas para evitar cualquier amago de disfrute físico. Lutero, en cambio, defendía que una sexualidad libre y placentera entre mujer y marido, dentro de unos límites, no sólo era saludable sino que agradaba a Dios.
Por otro lado, respecto a la idea sobre la mujer, Lutero tenía una mejor consideración que sus contemporáneos y que sus rivales del bando católico. Esta noción se basaba, además de en las Escrituras, en su propia experiencia matrimonial. El ideal de mujer de Lutero, en cierta medida, era Katharina von Bora. Reconocía que las mujeres podían realizar múltiples tareas y que entendían más de fianzas y de administración de bienes, algo que el propio reformador reconocía como fundamental para gobernar un Estado. No obstante, aún mantenía importantes prejuicios de la escolástica medieval. La mujer seguía siendo menos inteligente que el hombre y no debía tener ningún tipo de poder en la Iglesia, incluido el de ejercer como pastor. Aún así, Lutero acabó con dos prejuicios de la imagen clerical de la mujer: ésta como hiena sexual insaciable y la reducción a su papel de fecundadora de niños. Ambas criaturas tienen distintas funciones pero poseen el mismo valor.
Por último, respecto al divorcio, Lutero consideraba que era factible pero sólo bajo circunstancias especiales. Cuando un cónyuge había quebrantado la fidelidad en el matrimonio, abandonando al tiempo a su pareja, ésta tenía todo el derecho a volver a casarse. El desposado culpable de la infidelidad, puesto que había quebrantado el matrimonio, no podría volver a hacerlo. Por tanto, Lutero sí que contemplaba la posibilidad de divorcio para un matrimonio roto, a diferencia de Roma. Un caso especial fue el de la bigamia ya comentada de Felipe de Hesse. El Landgrave, que llevaba casado muchos años, decidió casarse con su amante de diecisiete años y mantener a ambas esposas. Su mujer aceptó siempre y cuando no perdiera sus derechos como primera esposa y sus hijos tuvieran preferencia con vistas a la herencia y a la sucesión. Lutero terminó consintiendo, con reticencias, por el notable papel que el Landgrave tenía para la causa protestante, siempre y cuando lo mantuviera en secreto. Al final la noticia se supo y Lutero le exigió que rompiera con su segunda esposa, pero Felipe se negó. En esta situación, Lutero actuó por una causa fundamentalmente política, si bien se preocupó de encontrar argumentos y justificaciones en las Sagradas Escrituras. No obstante, como norma, Lutero rechazaba la bigamia y prueba de ello era la petición de secreto.
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