La tumba de Judas

En el monte del Mascarat, por donde se abre el paso de Altea a Calpe o viceversa, dicen los relatos orales que vivió un temido bandolero cuya máscara dio nombre al lugar, aunque, según algunos historiadores, el término no viene sino de maka-as, palabra íbera que significa «piedra cortada». Tan pronto vino como pareció irse el malhechor, encontrándose, al poco de su «marcha» y en la montaña en la que solía ejercer su oficio de delincuente, el cadáver de un hombre irreconocible por la lepra. Unos se aventuraron a decir que se trataba de «El Mascarat», a quien anteriormente ya habían querido identificar con un joven desaparecido del pueblo cercano, pero la versión más osada de la leyenda dice que el finado no era otra que el propio Judas Iscariote… ¿Judas? ¿El traidor? Pues sí, ya que el más viejo relato del lugar se remonta, nada más y nada menos, que a los años errantes del apóstol. Sin dar crédito a San Mateo, la leyenda da por vivo a Judas y lo conduce hasta el mismo Mascarat, aún carente de tal nombre, y en esta huida, buscando reposo en su intento de atravesar el barranco, se sienta en una piedra y decide permanecer en la montaña hasta que, siglos después, se le encuentra muerto con todos los indicios de haber sido él el ladrón enmascarado.


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