Durante toda la existencia del Concilio de Trento, el Papa ha necesitado y sobre todo ha querido cada vez más apoyo por parte de Felipe II del que recibía ya. En efecto, evocaba siempre, para conseguir la ayuda de Felipe II, para convencerlo, el hecho de que tenían los mismos objetivos, los mismos fines en lo que se refiere a los asuntos del Concilio. Pero todos sus esfuerzos resultaron inútiles. Acaba incluso por quejándose diciendo: “si nosotros no hubiéramos confiado en Su Majestad, no habríamos ni hecho ni abierto el concilio. Pero el fundamento que hicimos en la promesa de Su Majestad y de sus ministros de deber ayudar, nos hizo entrar ardidamente en la empresa, pensando tener a Su Majestad por nuestro brazo derecho y que habría de ser (como todavía esperamos que será) guía y conductor de toda acción y pensamiento nuestro”.
Efectivamente, sabemos que los acontecimientos hicieron que Pío IV tuvo que convocar un concilio del que desconfiaba pero también del que esperaba soluciones y que había contado con el apoyo de Felipe II para evitar el desvío del concilio que podría tener consecuencias muy arriesgadas para los intereses de la Curia. Sin embargo, el Papa ha podido contar con el apoyo de Fernando I y del cardenal de Lorena para asegurar el control y el buen funcionamiento del concilio. De hecho, muchas veces no ha hecho caso de las ideas y opiniones del Rey.
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