Empezó la guerra entre Roma y España el 1er de septiembre de 1556.
A pesar de que era el ejército de Paulo IV que había lanzado la guerra, pronto, el duque de Alba se apodero de la mayoría de los Estados Pontificios, “llevando el pánico hasta la propia Roma”. Y ya para el 20 de noviembre logró tomar el puerto de Ostia, que era “una de las plazas principales sujetas al Pontífice”.
Pero de nuevo a principios de 1557, el duque de Guisa entró en Italia con su ejército y con el objetivo de apoderarse del reino de Nápoles. España perdió entonces buena parte de los territorios que había ocupado y se estaba dibujando una nueva oposición entre Paulo IV y España. El episodio más penoso fue la rendición de Ostia al ejército del duque de Guisa.
Pero pronto empezó el retroceso francés perseguido por el ejército español. El retroceso empezó particularmente cuando, después de la terrible derrota que Enrique II había sufrido en San Quintín tuvo que llamar al ejército del duque de Guisa. En efecto, era el único que podía frenar “el avance español en la frontera con Flandes”.
Entonces fue cuando Paulo IV tuvo que renunciar a sus objetivos y a su liga con Francia ya que se encontraba totalmente dominado por el duque de Alba. Hasta tal punto que “el intento de expulsar a los españoles de Italia se había convertido en un reforzamiento de la Monarquía católica”.
Se notó pues el dominio y el poder de España sobre todo en el momento de la entrada triunfante del duque de Alba en Roma en septiembre de 1557. A pesar de todo, el duque de Alba se mostró muy respetuoso con el Papa e incluso le pidió perdón en público para “haber usado las armas contra sus Estados”.
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