Las relaciones entre Pío IV y Felipe II a lo largo del Concilio de Trento se caracterizan por constantes altibajos. En efecto, se caracterizan por el cambio de un momento al otro entre disputas y agravios y momentos de buena amistad.
El cambio tan frecuente de estas relaciones está vinculado y tiene que ver con “las relaciones de signo opuesto que el Papa mantiene con los franceses”. Efectivamente, en los momentos en que el Papa desarrollaba una particular amistad con Lorena o en los momentos en que se acomodaba con un fin particular a la Reina Madre, Pío IV se distanciaba de Felipe II y viceversa.
No se trata pues de gustos personales sino que se trata de “un juego internacional de poderes e influencias” lo que significaba que el Papa siempre tenía que asegurarse de mantener un equilibrio político internacional.
Pues, Pío IV y Felipe II se enfrentaron particularmente con respecto al Concilio de Trento en el que se opusieron por lo que tenía que ver con los puntos fundamentales y en particular por la concepción misma del Concilio.
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