Pocas jornadas más tarde María de Portugal por las secuelas del parto. El nacimiento de una criatura en aquella época es una latente amenaza de extinción para la vida de la parturienta, y la princesa lusitana, a pesar de su juventud y fortaleza, no puede evitar el penoso trance. Al cabo de dos días de encontrarse bien, acuciada por una leve temperatura de probable origen puerperal, en la madrugada del sábado sobrelleva un acceso de recios temblores y congojas. Los síndromes de finamiento se recrudecen en la mañana del domingo y los médicos practican una sangría en el tobillo que le proporciona una ligera y transitoria mejoría. Entre las cuatro y las cinco de la tarde del 12 de julio, en plena canícula de sol, la princesa de Portugal pierde su espíritu y su cuerpo cuando no ha cumplido los dieciocho años.
Las opiniones sobre su fallecimiento no han aportado los fundamentos necesarios para que se pueda saber la etiología de tan funesto suceso. La impericia proverbial de los galenos, siempre acusados de negligencia, “haberse mudado de ropa sin tiempo” o comerse un limón después del parto son simples embrollos cortesanos que no permiten sacar conclusiones cercanas al umbral de la verdad en tan prematuro final.