En 1504, bajo el rey Enrique VII, fue elegido por primera vez para el Parlamento, Enrique VIII le renovó el mandato en 1510 y lo nombró también representante de la Corona en la capital, abriéndole así una brillante carrera en la administración pública. En la década sucesiva, el lo envió en varias ocasiones para misiones diplomáticas y comerciales en Flandes y en el territorio de la actual Francia. Nombrado miembro del consejo de la Corona, juez presidente de un tribunal importante, vicetesorero y caballero, en 1523 llegó a ser portavoz, es decir presidente de la Cámara de los Comunes.
Estimado por todos por su integridad moral, agudeza e ingenio, en 1529, en un momento de crisis política y económica del país, el rey le nombró canciller del reino. Afrontó periodo difícil, y se esforzó en servir al rey, y al país.
Trató de impedir el influjo nocivo de quines buscaban sus propios intereses en detrimento de los débiles. En 1532, no queriendo dar su apoyo al proyecto de Enrique VIII que quería asumir el control sobre la Iglesia en Inglaterra, presentó su dimisión. Se retiró de la vida pública, aceptando sufrir con su familia la pobreza y el abandono de muchos que, en la prueba se mostraron falsos amigos.
Constatada su firmeza en rechazar cualquier compromiso contra su propia conciencia, el rey en 1534 lo encarceló en la Torre de Londres, donde fue sometido a presión psicológica. No se dejó vencer por ello y rechazó prestar el juramento que se le pedía, porque ello hubiera supuesto la aceptación de una situación política y eclesiástica que preparaba el terreno para el despotismo ilustrado sin control. Durante el proceso a que fue sometido, pronunció una apología brillante sobre la indisolubilidad del matrimonio, el respeto del patrimonio jurídico inspirado en los valores cristianos y la libertad de la Iglesia ante el Estado. Condenado por un tribunal fue decapitado.
Destaca su obra “la utopía “.