Asentamiento de las poblaciones judías en la península

 

Asentamiento de las poblaciones judías en la península

 

 

  • Orígenes

 

 

Si fuera cierta, como ya he desmentido en el artículo Orígenes del término sefardí, que el mismo  se pueda identificar con España en la profecía de Abdías, de ahí cabría deducir que desde entonces, la existencia de comunidades judías estaría probada.

 

Por testimonios epigráficos se conoce, que la profecía hace referencia, como ya he citado en el mismo artículo arriba referido, a la ciudad asiática de Sardes. Con ello no quiero decir, que aquí no hubiese comunidades, que seguramente las habría, sino que no se puede desprender de tal texto.

 

Se pueden remontar los orígenes muy posiblemente a los tiempos anteriores a Roma, a época fenicia. Uno de los temas que más se han estudiado en la arqueología y la historia de la antigüedad en los últimos decenios en nuestro país, puede ser el de la colonización fenicia.  Queda bastante probada la relaciones entre fenicios y hebreos que nos es conocida por los textos bíblicos (Reyes, 20-22). El Libro primero de los Reyes nos dice que Salomón, rey de Israel, tenía una flota de naves mercantes que traficaban junto a las de Hiram de Tiro, coordinadamente.

 

Tradiciones tardías, como la de los autores Rabbi Isaac Abrabanel y Salomón Ibn Verga, se refieren a la llegada de israelitas a la Península con ocasión de la conquista de Jerusalén por los babilonios de Nabucodonosor en el 587 a.C. Estas tradiciones tienen un marcado carácter legendario, que los judíos posteriormente fomentaron en época medieval, para hacer remontar sus orígenes a períodos anteriores a Cristo, con el objeto de demostrar que ellos no habían participado en su muerte.

 

 

  • Época romana

 

Según la tesis más defendida en todos sus estudios acerca de la diáspora sefardí en Europa y especialmente en la cuenca Mediterránea, H. Beinart (1988, p.911-931): “Su crecimiento orgánico empezó según los datos que tenemos alrededor del primer silo de nuestra era, quizás algo antes de la destrucción del Segundo Templo o en los años inmediatamente posteriores a ella. Al principio los judías se concentraron en algunos centros costeros como Tarragona y Tortosa, pero después siguieron penetrando en otros centros administrativos y comerciales de la Península y llegaron a instalarse en cientos de ciudades, villas y lugares”.

 

Lo que parece claro es que cuando los romanos llegaron a la Península Ibérica, ya había comunidades judías aquí. Los hechos narrados en los libros de Macabeos del siglo II a.C. (I Macabeos, 8-3), así lo atestiguan.

 

En la época romana no se puede deslindar la condición religiosa de un pueblo, con su estabilidad como tal, o su estatus y pertenencia en un lugar concreto. Así el judaísmo, al igual que el cristianismo, encontró serios problemas con Roma por sus programas religiosos. No es el lugar de disquisiciones más profundas sobre este tema en este apartado, ya que sólo trato de probar la existencia del pueblo judío en Hispania en esta época, y el que haya problemas con el Imperio en nuestras tierras, lo demuestra de largo.

 

Los primeros judíos que llegaron a la Península procedían de Tierra Santa pues es probable que desde muy pronto tuvieran sus repercusiones en la que no muy tarde sería Hispania, los problemas internos de Palestina.

 

Claro, fehaciente y auténtico es el primer documento que nos da a conocer la existencia de los israelitas, congregados ya en gran número dentro de España. Tales son los cánones del Concilio Iliberitano, celebrado en los primeros años del siglo IV, no alcanzada aún por Constantino la oficialidad de la Iglesia Católica.

 

  • Las invasiones bárbaras

 

 

Unos decenios antes de las invasiones de los pueblos germanos, se habían producido en la Península cambios significativos con la realidad altoimperial. Uno de los fenómenos más importantes es el de la decadencia de las  ciudades y la consiguiente ruralización de la economía.

 

Los judíos peninsulares al sentir de la nueva realidad socioeconómica, que había despoblado las ciudades al tiempo que surgían grandes explotaciones agrícolas autosuficientes, sin duda acabaron por olvidar su vieja tradición urbana y adherirse al trabajo del campo.

 

La presión antijudía se remonta a los primeros emperadores cristianos. El propio Constantino fue el primero en prohibir a los judíos que tuvieran esclavos cristianos y además les obligó a pechar con las cargas de las curias municipales, de las que habían estado exentos hasta el momento. Constancio dio un paso más que su padre, prohibiendo a los israelitas tener incluso esclavos paganos.

 

Por su parte, Teodosio equiparó el matrimonio mixto con el delito de adulterio; sin embargo, con él los judíos gozaron de una cierta tolerancia, según manifiestan las leyes formuladas en su inestable y decadente imperio.

 

En esta época se han documentado ataques a sinagogas y hechos violentos contra la comunidad judía, como las de Mallorca.

 

 

  • Época visigoda

 

Bajo la dominación visigoda, se produce un cambio sociopolítico y económico, además del afianzamiento de la religión cristiana en instancias políticas, con respecto al período romano.

 

Parece ser que la relación entre el componente visigodo y los judíos, en palabras de G. Iglesias, fue de  “cierta tolerancia benévola”.  Mientras el arrianismo figuraba como religión del Rey, hasta que Recaredo se convierte el cristianismo en 589 y establece leyes antijudaicas, la comunidad podía vivir sin sobresaltos en su religión y gozaba de tolerancia y trato igualitario, además del cese de ataques contra sus sinagogas, sus costumbres y su propia persona.

 

Pero a partir del Tercer Concilio de Toledo (589) acabaría con este período de relativa calma al erradicar la herejía arriana y restablecer en su totalidad lo decidido en Iliberis dos siglos antes. Aunque, según documentación legislativa, no fueron todos los reyes los que establecían medidas legislativas en contra del judaísmo, sino que tuvieron periodos en los que su vida conoció cierta relativa calma y sosiego.

 

Según sostiene M. A. Bel Bravo, en su libro Sefard, los judíos de España, la raíz religiosa de la cuestión judía se relacionaba directamente con el ideal, y el hecho, de la unidad política de España, que si quería lograr debía pasar antes por la religiosa, y cuya única excepción era la minoría judía.

 

No hay que olvidar que una de las funciones de las religiones monoteístas de este período, se enmarcaban dentro de unos logros aglutinadores de población, luchaban por abrirse paso hacía la religión de Estado.

 

Recaredo, dentro de las campañas de conversión de los godos a la nueva religión de Estado, que era la cristiana, no es de extrañar que intente también la conversión de los judíos.

 

Los judíos no inspiraban a los reyes mucha confianza ni religiosa ni política. Esa es la razón por la que se organiza una coalición político-religiosa para tratar, con los medios más diversos, de atraer a los judíos a la religión católica, por consiguiente, a la unidad política.

 

  • Primera expulsión

 

En el año 613 el rey visigodo Sisebuto, de acuerdo con su clero, ordenaría a todos los judías de su Reino que se convirtieran al catolicismo o bien salieran del país. Colocado ante tan terrible elección, el judaísmo español se dividió, sus caminos se separaron. Algunos se quedaron, particularmente la gente que se dedicaba a la agricultura. Al quedarse, se tuvieron que someter al bautizo obligatorio, auque en secreto seguían profesando la religión de sus antepasados, esperando que algún día cambiase la política.

 

Los que fueron incapaces por sus condiciones personales, de tomar el bautismo cristiano, o bien, por su facilidad móvil, gracias al comercio y la industria, dejaron el territorio de la futura España. En este caso las migraciones forzosas, les llevaron hasta el territorio franco, donde después debieron pasar por la misma experiencia, y hacia el Norte de África, con unas condiciones mucho más apacibles a sus expectativas. Aunque, en el período del 621-631, bajo el reinado de Suintila, gran parte de los desterrados pudo volver, y aparentemente, tanto éstos, como los que habían sido sometidos al bautismo cristiano, pudieron profesar abiertamente su opción religiosa.

 

En 633, bajo el reinado de Sisenando, en el Concilio de Toledo, se dispone “De aquí en adelante ningún judío puede ser obligado por la fuerza  a profesar la religión cristiana. No obstante, aquellos que fueron forzados a recibir el bautismo bajo el piadososísimo Señor Sisebuto y a los que se permitió recibir los Sacramentos, deben permanecer cristianos”.

 

Las explicaciones de esta medida tan radical, se encuentra en el incipiente nacionalismo español, bajo la bandera de la religión como señal de unidad política. Si los arrianos, que habían detentado el poder, habían cambiado de religión, cómo no lo iban a hacer los judíos, que era una pequeña comunidad, sin un poder claro.

 

En época de Recesvinto no fue mucho mejor para el “pueblo elegido”. Que al rey le preocupaba la comunidad judía, lo demuestran las diez leyes contra judíos y judaizantes que figuran recogidas en el Titulo II del Libro XII del Liber Iudiciorum, donde el Rey no duda en calificar a los judíos como enemigos.

 

De aquí en adelante, la situación de los judíos en la Península, será tema de legislación coercitiva contra éstos, con la finalidad de coaccionar a los judíos para que se convirtieran al catolicismo. Los legisladores estaban convencidos de que era lícito emplear esos métodos para lograr el fin deseado. Entonces no se pensaba siquiera en la libertad y tolerancia religiosa. Desgraciadamente la idea de San Isidoro de intentar su conversión sólo con la razón y la predicación no excluyó el empleo de esos medios coactivos. El mismo empeño que los cristianos pusieron en convertirlos, pusieron los judíos en defender y conservar sus creencia y ceremonias. Fracasaron en su intento las  leyes, la predicación y los escritos teológicos antijudíos, en los que los escritores visigodos intentaron convencerles de su error con argumentos teológicos, históricos y escriturísticos. La Iglesia y el Estado visigodo no lograron su propósito.

 

 

 

 


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