La judeolengua en el exilio

La judeolengua en el exilio

 

 

“Llevaron de acá nuestra lengua y todavía la guardan y usan della de buena gana…”  

 Gonzalo de Illescas, Historia Pontifical y Catholica

 

Los judíos han vivido en siglos pasados en una situación de aislamiento físico, dentro de sus propios barrios, con respecto al resto de la población, de otra religión. La mayor parte de las veces esta reclusión no era sólo física, sino que implicaba también un aislamiento social, cultural y lingüístico.

 

Los judíos desarrollaron así unas formas especiales de hablar, tanto a causa de sus peculiaridades culturales como por un sentido de autodefensa, para poder comunicarse sin ser entendidos por los goyim o no judíos.

 

Nacieron así lo que los eruditos modernos han  dado en llamar judeolenguas, variedades del idioma de cultura dominante utilizadas en la vida social y familiar de las juderías.

Mucho se ha discutido sobre si los judíos de la península hablaban ya antes de la expulsión un español peculiar y distinto del de los cristianos. El estudio de documentos y obras literarias parece indicar que el español de los judíos no difería del de los demás habitantes de la península, salvo en muy contados rasgos dialectales determinados por razones sobre todo religiosas, como por ejemplo el uso del el Dios en vez de Dios, cuya –s final parecía signo de plural incompatible con su estricto monoteísmo; el nombrar con la palabra de origen árabe alhad el domingo de los cristianos; el uso del término meldar como sinónimo de “orar, leer textos religiosos”; la utilización de palabras hebreo-arameas para designar ciertas realidades de la vida religiosa; además, y entre otras, la conservación en algunos arabismos de formas más próximas al étimo original, por existir en hebreo y árabe un sonido laringal [ h], inexistente entonces en castellano.

 

Lo que queda bastante claro que antes de  producirse la expulsión como hacia las distintas zonas de  Europa, el Oriente mediterráneo y el Norte de África, las comunidades judías ya hablaban el castellano. Esto es así, porque formaban parte de la sociedad hasta el punto de ser necesaria la lengua como forma de relación, además de que no eran pocos los que estaban vinculados a los estamentos administrativos.

 

 

La continua intercomunicación entre las comunidades del exilio por medio de rabinos, comerciantes y artesanos viajeros; las relaciones con la península a través de los conversos a lo largo de todo el siglo XVI y parte del XVII; y la influencia de las publicaciones empresas en Salónica, Constantinopla y Esmiran, que se difundían por todo el mundo sefardí, contribuyeron a borrar las posibles diferencias regionales y a crear una especie de coiné o comunidad lingüística en la que convivían rasgos y formas dialectales muy variadas y a veces divergentes, pero que todos lo hablantentes entendían.

 

La distribución inicial de los expulsos de las zonas de Castilla la Nueva y Andalucía, esta última más innovadora, conocida por casi todos desde antesd el exilio y dotada por aquel entonces de mayor prestigio sociaocultural, tendió a imponerse no sólo entre los judíos españoles sino entre los portugueses, los judíos griegos, italianos y centroeuropeos que vivían en las zonas de asentamiento, y que acabaron por abandonar sus lenguas para hablar el español peninsular que trajeron consigo las comunidades expulsas.

 

En el siglo VXI, el español de los exiliados no difería aún apenas del de la Península, como indica tantas veces Gonzalo de Illescas en su Historia Pontifical y Católica, cuando señala de los judíos:

 

                “ Llevaron de acá nuestra lengua y todavía la guardan y usan Della de buena gana, y es cierto que en las ciudades de Salonico, Constantinopla y el Cairo y en otras ciudades de contratación y en Venecia no compran ni negocian en otra lengua sino en español. Y yo conocí en Venecia hartos judíos de Salonico que hablaban castellano, con ser bien mozos, tan bien o mejor que yo.”

 

 

Pero poco a poco la relación con la Península fue haciéndose menos intensa y las comunidades de judíos hispanohablantes comenzaron a quedarse aisladas en un entorno en el que no se hablaba español, sino otras lenguas como el árabe, el turco, el griego, el italiano, el francés o el flamenco.

 

En algunas de estas zonas, el castellano perdió la batalla frente al empuje de esas otras lenguas: así sucedió en Francia, en Italia, en los Países Bajos, en las actuales Túnez y Argelia; en Egipto y Siria el único resto que ha quedado del español son algunas expresiones del juego de naipes, los números y ciertos términos religiosos.

 

En otras zonas, como la del actual Marruecos o las tierras del entonces floreciente imperio turco, las circunstancias socioculturales y económicas fueron favorables y la presión de otras lenguas de cultura menos intensa, con lo que los sefardíes mantuvieron viva la lengua que sentían como propia: el español.

 

 


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