«Existen varias razones para no suicidarse: una es la luz de otoño, otra es cualquier arroz bien guisado. No te negaré el derecho a quitarte la vida después de haberlo merecido tanto, pero si la gloria te ha abandonado, aquí, junto al mar, están ahora las granadas maduras como bolsas de cuero llenas de rubíes en el árbol esperando que te ahorques a su lado. En este momento arriban a puerto las barcas de pesca, y muy pronto, en la lonja, comenzarán los alaridos alrededor de las cajas de salmonetes, mientras en el borde de la dársena unos filósofos con caña echan el anzuelo en las aguas de oro podrido. Antes de bajar al infierno podrías darte una vuelta por aquí. Como teólogos suecos con chubasquero buscando sentido a la vida, bajo el temporal caminaremos por la playa vacía sobre las algas fermentadas, y si al final del trayecto no encontramos a Dios, podremos sustituirlo por un arroz a banda.
(…) Aunque estés sin amor y olvidado, podrás coronarte con esta luz de otoño tan dulce que el Mediterráneo ostenta en Denia sobre la frente de los viejos marineros varados, y de ellos, en los bares del malecón, escucharás historias de navegaciones y otras suertes de la mar a cambio de nada. Pequeñas sensaciones naturales irán creando humo dentro de la memoria hasta confundir tu orgullo, y cuando el gregal vuelva a azotar el espigón, ya no recordarás que un día deseaste el amor o la muerte. Aquí la puesta de sol es tan bella que a veces la gente aplaude. Traéte dos camisas blancas, unos pantalones recios contra el salitre, un libro de Virgilio. Yo pondré el aceite virgen de oliva para las ensaladas.»
Vicent, Manuel, A un amigo.