«Hace muchos años, cuando estaba atrapado aún por sensaciones juveniles e ideas abstractas, creía que la derecha era en sí misma retrograda, inculta y egoísta; por el contrario, la izquierda me parecía siempre imaginativa, inteligente y solidaria. Con el tiempo me llevé una sorpresa al constatar que, al margen de la caspa del franquismo, había individuos generosos, de pensamiento muy fino que eran conservadores y algunos revolucionarios que eran cerrados de mollera y esquinados. Desde entonces aprendí a juzgar a las personas una a una, según sus actos. Cualquier principio político siempre es divisible por dos. Derecha e izquierda son actitudes frente al mundo, dos formas de navegar. Si los atributos de un barco se aplicaran a la ideología, la derecha podría ser asimilada al amarre y la izquierda a la vela o al motor. La derecha posee un sentido pesimista de la historia y de la naturaleza humana; en cambio la izquierda suele mostrar siempre una actitud optimista ante el futuro. El pesimismo es pragmático. El optimismo es creativo. Si se aplicaran a la política las normas de la navegación, ambas actitudes tendrían sus ventajas e inconvenientes en cada momento, según fuera el estado del mar o de la coyuntura social. La primera virtud del buen navegante, como la del buen político, es ser precavido. La diferencia entre la fuerza monstruosa del mar y el arrojo de un simple mortal es tan grande que desafiarla directamente es lo más ridículo que puede hacer el ser humano. Bastan dos segundos para que el abismo se te trague entero y sólo uno para que te olvide. La cautela es la elegancia del marino. El recelo ante la historia es la sabiduría del político. Pero no se sabe qué actitud es más estúpida, si mantener por sistema el barco amarrado a un muerto, ese bloque de cemento que duerme en el fondo de la dársena, o lanzarse por la bocana del puerto a navegar alegremente en busca del horizonte pensando que si te sorprende el temporal tarde o temprano volverá a escampar. Ante la próxima legislatura la mayoría de este país sueña con que se produzca este fenómeno de la navegación: que el gobierno lo ocupen políticos inteligentes y que en la oposición se sienten futuros líderes de la derecha modernos, abiertos y moderados. Un milagro.»
Manuel Vicent, Navegar, El País, 30 de marzo de 2008.