«Despojada de cualquier clase de metafísica, la vida del hombre se reduce sólo a dar unas cuantas vueltas al sol haciendo el idiota durante el viaje. Uno se encarama a esta noria sideral, describe alrededor de una bola de fuego algunos círculos, que no suelen pasar de ochenta en los casos de buena salud, y luego el infrascrito se apea por el escotillón de la fosa. Eso es todo. (…)
Tampoco la historia es una gran cosa. Si uno pusiera a sus antepasados en fila india, a cuatro generaciones por siglo, al final de una pequeña cola, no tan larga como la de un cine de media entrada, encontraría a Sócrates con una sábana quitándose los piojos o a un faraón con minifalda. Y un poco más allá, antes de llegar a la primera esquina, estaría ya un chimpancé con enormes encías de caramelo, causante de este tinglado. El tiempo y el espacio son factores mostrencos de la naturaleza, algo que ofrece muchas dudas. Pero el carbono 14, con que se mide la escalofriante brevedad de los fósiles, y la astronáutica, que ha obligado al hombre a verse desde fuera de su caparazón, han introducido en la tierra una evidencia o una nueva moral: la convicción de que en la nave donde el hombre cabalga fugazmente o se salvan todos o no se salva nadie. (…) Sobre este postulado hay que montar la política, o sea, el arte de sobrevivir.»
Manuel Vicent, Volada, El País, 14 de febrero de 1984.