¿Se puede llevar, sobrevivir en el intento de encontrar un equilibrio entre dedicación a la familia y al trabajo (uno que disfrutas haciéndolo en su mayor parte)?
¿Qué vale la pena priorizar: “vivir para trabajar” o “trabajar para vivir”?
Yo creo que la clave a esta respuesta es ser siempre consciente de qué bando o lado te encuentras, para compensar o balancear hacia el punto medio. Evidentemente, no es fácil, sobre todo cuando numerosos factores externos, que no son controlables, sino a veces impredecibles, y la coyuntura en la que vivimos nos limita nuestra capacidad de acción/decisión sobre este asunto. También cuenta mucho el “no saber decir no” a nuevos proyectos en el trabajo, pero esto depende también de la personalidad del individuo, y de su papel dentro del organigrama de la universidad (o de cualquier estructura organizativa del trabajo) para ver si vale la pena, o no, realizar un sacrificio más, y cargarse un proyecto o una tarea más a las espaldas, en pro de obtener un beneficio a nivel individual o colectivo a corto/medio/largo plazo.
Por tanto, nunca mejor dicho tener siempre en mente en este difícil menester la reflexión siguiente: “No hay nada más difícil y más necesario que saber ocuparse a un mismo tiempo, y aprovecharse, de lo que tienes cerca y lo que tienes lejos” (El arte de la guerra, Sun Tzu).
¿Qué es lo que haces tú al respecto? ¿Cómo te organizas ante este reto cotidiano?
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