Profesiones durante el auge foral. Siglos XVI y XVII.

Si a las profesiones nos atenemos, es obvio que la agricultura, el sector agropecuario para ser más exactos, se impone sobre los otros sectores. Y, sin embargo, se ha dicho repetidamente, Orihuela es cabeza de obispado y de gobernación, además de centro comarcal; por consiguiente, lo destacable y estando en oposición al resto de las localidades, por diferenciarse de la generalidad, es la abundancia de personas dedicadas a los sectores artesanal y servicios. Aun siendo difícil el conteo exacto, los padrones, especialmente el de 1545, permiten acercarse a la actividades de los oriolanos, siendo la nota dominante la diversificación de actividades. Orihuela aparece como ciudad con entidad de capital, pues hasta esas profesiones raras, difíciles de hallar en pequeñas localidades, encuentran aquí demanda. Así, encontramos: maestros danzantes, de esgrima, de primeras letras y de latín, guitarreros, relojeros, vidrieros, naiperos, pintores, escultores, plateros, vendedores de nieve, piloters, ensalmadores, hasta verdugo y prostitutas.

Sectores productivos en 1545:

–          Labradores = 16%.

–          Trabajadores = 20%.

–          Artesanos = 18%.

–          Servicios = 12%.

–          Sin mencionar = 34%.

En resumen, distribuidos por sectores y significando las profesiones más representativas, la distribución –para 1545- sería, siempre aproximadamente, la siguiente:

1º. Sector agropecuario = 70%:

–          Labradores, terratenientes, arrendatarios = 16%.

–          Jornaleros = 54% (34% que no constan expresamente, más un 20% que sí).

2º. Sector artesanal = 18%:

–          Panaderos = 26 (llegó a tener 64).

–          Albañiles = 16.

–          Carpinteros = 22.

–          Canteros-tallistas = 8.

–          Sastres = 31.

–          Hiladores = 13.

–          Peleteros = 14.

3º. Sector servicios = 12%:

–          Clero = 350, aproximadamente.

–          Mercaderes = 38.

–          Taberneros = 22.

–          Notarios = 14.

Por supuesto, hay personajes que recorren la ciudad que por el cargo, que no profesión, añaden carisma y entidad: obispo, gobernador, batle, arcedianos… además de caballeros y señores titulados.  Y día llegará en el que hasta ¿un bufón? –Andresico el tonto-, merezca las atenciones del Consell: <<a Andres, home simple -8 libras, para que se le haga- un vestit de drap y una camisa… la qual almoyna la dita ciutat le acostuma donar cascun any>>.

Si a los dineros miramos, las desigualdades se ven por todos los lados: viviendas amplias con estancias repletas de utensilios y objetos de adorno, frente a la estrechez y la penuria; poseedores y sueños de huertas y cañadas, frente a quienes viven del jornal en épocas de trabajo; y en el medio, el rentero, el obrero fijo, el artesano, etc. Desde luego, nada de clases sociales al estilo marxista, pero tampoco un mundo idílico de desigualdad. Se mire por donde se mire, las diferencias se hallan por todos los lados, como por ejemplo en el reparto de la propiedad de la huerta. El padrón de 1608, evidencia que unos pocos, un 4% aproximadamente, se reparten lo mucho, más del 50%, y unos muchos, más del 70%, se reparten lo poco, menos del 20% de las propiedades, y aun faltan los no propietarios.

Las desigualdades también pueden apreciarse en el pago de impuestos de la tacha real. Impuesto directo según riqueza, más con un fallo: faltan privilegiados y exentos por pobres. Como a éstos les conocemos por otras fuentes (unos 130 vecinos, según años; mas si se incluyen los exentos, la cifra puede superar los 330), resulta que el grupo de mayor poder adquisitivo –clero, señores- se nos escapa. En todo caso, y limitándonos a los contribuyentes, las desigualdades son tan evidentes que incluso zonifican la ciudad, como señalaremos enseguida.

Los privilegios políticos o, con más precisión, la posibilidad de participar o no en los órganos de poder, fijan otra diferencia. Precisamente la más estudiada y analizada por los historiadores: la que distingue entre personas con posibilidades para entrar en el Consell y aun en los cargos más representativos –justicias y jurados- de aquellos que les está vedado. La línea divisoria la traza la insaculación: estar o no estar insaculado, dentro o fuera de la bolsa de la que se nombran y eligen puestos y cargos concejiles, significa una primera diferencia. La insaculación –estar dentro de los elegibles- exige alcanzar ciertos niveles sociales; mejor dicho, disponer de determinada renta, que por otra parte, vuelve a marcar nuevas diferencias según el escalafón jerárquico de los órganos de poder: una renta para la insaculación, otra para aspirar a conceller, otra a jurado. Así pues, desde el punto de vista político, están: los insaculados y los excluidos. De este modo, la organización de gobierno se asemeja a la estructura jerárquica que impera en la sociedad del momento.


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