En esta práctica, la profe me ha puesto un 10. Os la pongo porque es muy interesante. Es una crítica sobre un libro que anda ahora por ahí. Se titula “Economía liberal para no economistas y no liberales” de Xavier Sala i Martin. No tiene desperdicio. Con lo que está cayendo…
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En el capítulo del libro seleccionado, el autor muestra la diferencia entre el tipo de desigualdad social que se produce en las sociedades actuales con economía de libre mercado de la que se daba en épocas anteriores, como la Edad Media o la Ilustración. Para el autor, las desigualdades actuales, pudiendo ser injustas, parten, en su mayor parte, de aspectos meritocráticos de los individuos y no de factores adscriptivos, como ocurría en el pasado, y lo considera un éxito de la economía de libre mercado. El mismo título del capítulo (Bill Gates y la duquesa de Alba), es un ejemplo de cómo estas dos personas han conseguido estar en la cúspide social, el primero por factores meritocráticos, como ejemplo de desigualdad justa, mientras que, en el segundo caso, lo ha sido por un factor adscriptivo, como es el nacimiento en una familia concreta, ejemplo del tipo de desigualdad social propia de épocas anteriores a la generalización de la economía de libre mercado.
El autor nos muestra, como un éxito, los avances que ha producido la llegada de la economía de libre mercado desde hace unos 200 años, que ha permitido mejorar las condiciones de vida de toda la Humanidad, en comparación con las condiciones de vida en épocas anteriores. Compara las condiciones de vida actuales de las clases medias con las que tenían reyes y nobles en la época de la Ilustración.
Además, el autor defiende la tesis de que en una sociedad de economía de libre mercado, la movilidad social es mayor, lo cual contribuye a que las desigualdades sean menos injustas, dando por lícito que todos tengan igualdad de oportunidades pero no igualdad de resultados.
Defiende, posteriormente, la idea de que las desigualdades sociales han existido siempre en cualquier sistema económico, pero las producidas por la economía de libre mercado son ahora menores, menos injustas, más meritocráticas y con mayor posibilidad de movilidad social. Para ello compara, con datos empíricos, la riqueza de las veinte personas más ricas a principios del siglo XX con las más ricas a final del mismo siglo, para demostrar como en menos de un siglo las personas y las familias de las que provienen han cambiado totalmente, como prueba de la meritocracia y de la movilidad social que se produce en las sociedades de economía de libre mercado.
Por otro lado, el autor define dos tipos de desigualdades: las justas, propias de un sistema que promueve legal, normativa y moralmente la meritocracia, en la que se diferencia a quien trabaja y gana sus posición por méritos propios, de las injustas, producidas por situaciones moralmente intolerables por la sociedad, y en las que los gobiernos deben intervenir para minimizarlas o eliminarlas, promoviendo la igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos, provengan de donde provengan.
El autor hace referencia, en todo momento, a los avances espectaculares de la riqueza gracias a la economía de libre mercado, pero no menciona para nada otros indicadores como los grandes problemas que ha originado. Entre ellos el deterioro medioambiental, los conflictos a nivel nacional e internacional, los problemas en la redistribución de la riqueza, incapaz de acabar con el hambre en el mundo, etc., también consecuencia de una implementación radical de los modelos de economía de libre mercado.
El autor centra su teoría en los datos aportados por países anglosajones como Estados Unidos, en donde las corrientes sociológicas funcionalistas han calado en la sociedad, la política y la economía. Hace un apunte menos profundo de las diferentes condiciones que se producen en Europa, en cuanto a igualdad de oportunidades, y no nombra para nada otro tipo de sociedades en las que la igualdad de oportunidades no está tan institucionalizada, a pesar de estar envueltos en una economía de libre mercado, como es el caso de países como Arabia Saudí, en donde la igualdad de oportunidades es casi inexistente, desde el punto de vista intergeneracional, de género o de clase.
Resulta sorprendente como el autor se refugia en el pasado para justificar la economía de libre mercado, sin hacer ningún tipo de visión al futuro. Aunque el sistema de economía de libre mercado haya podido hacer avanzar a la sociedad hacia mejores condiciones de vida (lo cual sigue siendo discutible) en comparación con la época medieval o de la Ilustración, lo que resulta de mayor interés es saber si el sistema tendrá la capacidad de superar las desigualdades actuales en un futuro y conseguir mejores condiciones de vida, justamente en una época de recesión y crisis económica en la que esas condiciones ya consolidadas se están perdiendo.
También es cierto que el autor asigna el éxito de la mejora de las condiciones de vida en su totalidad al sistema de economía de libre mercado, sin hacer ninguna referencia a las grandes aportaciones correctivas que han tenido ideologías de carácter social que dieron lugar al Estado del Bienestar. La lucha de los trabajadores a través del Sindicalismo, las ideologías socialdemócratas, correctoras de los abusos de las prácticas neoliberales, etc., han sido, en gran medida, a lo largo de estos 200 años, los que realmente provocaron las mejoras en las condiciones de vida. Sin embargo, el autor achaca este éxito a un único factor: el deseo humano de lucro en las actividades económicas.
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- DESIGUALDADES SOCIALES: “Distribuciones desiguales de recursos valorados y recompensas sociales de todo tipo que se producen entre las diferentes posiciones de una estructura social. Divisiones que sitúan a la gente en diferentes posiciones sociales que facilitan o dificultan el acceso a recursos y recompensas socialmente valorados.”
En el caso del capítulo, los recursos valorados en los que se centra el autor son la renta y la riqueza. Defiende que las desigualdades de renta y riqueza en una sociedad de libre mercado se producen como recompensa por el mayor o menor esfuerzo de cada persona y que ahora son mucho menores a las que pudieron darse en otras épocas y menos injustas al estar basadas en la meritocracia.
Sin embargo, no sabemos con exactitud si realmente las desigualdades sociales eran mayores en épocas anteriores, tal y como el propio autor reconoce en un momento del capítulo, puesto que no existen datos históricos para corroborarlo. También es cierto que la población era mucho menor (sí que se poseen datos demográficos de épocas medievales) y la repercusión mundial de esa desigualdad era de carácter muy local. No se parece en nada la desigualdad que pudiera darse en sociedades agrarias de principios de la Edad Media en Europa con la que pudiera darse en sociedades asiáticas.
El autor establece dos tipos de desigualdades sociales: las justas, basadas en los méritos de cada individuo; y las injustas, en las que el individuo no goza de las mismas oportunidades que los demás por causas diversas como pueden ser las enfermedades.
Para acabar con las desigualdades sociales, que el autor define como socialmente injustas, ofrece como solución la intervención del Estado o Gobierno desde una perspectiva asistencial y de caridad, pero no ve la posibilidad de que las recursos públicos respondan a un criterio de universalidad de forma que aumente la igualdad de oportunidades y los efectos de desigualdades socialmente injustas se reduzcan. El autor se resigna a que la desigualdad sea una realidad inevitable, teoría propia de la sociología funcionalista.
- ADSCRIPCIÓN: “Cuando la ubicación en una clase o estrato es fundamentalmente hereditaria. Las personas se sitúan en determinadas posiciones dentro de un sistema de estratificación debido a cualidades que están fuera de su control (debido a la raza, el sexo, la clase en la que ha nacido, etc.)”.
La teoría del autor es que la sociedad de libre mercado ha reducido al mínimo este parámetro a la hora de establecer las desigualdades sociales. En las sociedades en las que la igualdad de oportunidades está garantizada gracias al acceso universal a la Educación o a la Sanidad, cualquier individuo, gracias a su talento, podrá moverse socialmente. Además, las barreras sociales y legales que establecían parámetros adscriptivos para estar en una clase u otra han sido sustituidos por parámetros meritocráticos.
No cabe duda que los parámetros adscriptivos cada vez son menos decisivos para la asignación de un individuo en una clase u otra. El debate se centra, más bien, en si los parámetros meritocráticos fomentan realmente la igualdad de oportunidades.
- MERITOCRACIA: “Sociedad basada en el logro. En las sociedades meritocráticas el talento y el mérito personal tienen gran peso en la ubicación social de una persona”.
El autor afirma que la sociedad de libre mercado fomenta la meritocracia. Es la que marca las diferencias sociales y de resultados de cada individuo, siempre que dicha sociedad ofrezca la igualdad de oportunidades para todos.
Sin embargo, falta en el texto un análisis preciso de qué entiende por meritocracia: por un lado, el autor piensa que las personas que más trabajan, ya sean empresarios o trabajadores, recibirán una mayor recompensa. Pero esta idea choca de lleno con lo que es una economía de libre mercado, en la que no gana más quien más trabaja sino quien más produce. Personas que trabajen unas pocas horas al día pueden ganar una gran cantidad de renta mientras que otras que trabajen 16 horas al día, en condiciones infrahumanas, pueden no ganar ni siquiera para la subsistencia de su familia. Por otro lado, tampoco queda claro por qué unas personas son más vagas que otras, porque se esfuerzan más unas o se esfuerzan menos otras, achacando esta situación únicamente a la voluntad de cada individuo.
- MOVILIDAD SOCIAL: “Desplazamientos de individuos y grupos desde unas posiciones sociales a otras”. Esta movilidad puede ser vertical (ascendente o descendente) u horizontal; absoluta o relativa (fluidez social); inter o intrageneracional.
El autor defiende que en la sociedad de libre mercado la movilidad social es mayor y la normativa social permite el ascenso o descenso social en función de los méritos individuales de los individuos.
Comparto la opinión del autor en cuanto a que la movilidad social, tanto intra como intergeneracional, de clase o de género, por ejemplo, ahora es mucho mayor que antes, puesto que la legislación y la normativa social defiende que sea así, al menos en las sociedades occidentales. Pero no creo que sea gracias a la economía de libre mercado, puesto que esta misma variable independiente también se da en países en donde la movilidad no está tan institucionalizada.
El autor utiliza, para la demostración de su tesis, la muestra de 20 personas individuales como representación mundial. Además se centra en las personas que se encuentran en la cúspide de la estructura social y que representan un porcentaje mínimo de toda la sociedad, sin hacer ninguna mención a las demás clases sociales y al grado de movilidad que puede darse entre ellas, en donde los cambios en estos 200 años pueden no haber sido tan evidentes. Otra deficiencia que se deja ver en la argumentación es que sólo aporta datos de sociedades occidentales, sin hacer ninguna mención a sociedades como la islámica o las orientales, en donde los efectos perniciosos de la Globalización y de la implantación de la economía de libre mercado también han repercutido con una muestra de falta de igualdad de oportunidades mayor que en las sociedades occidentales.