La obra cinematográfica Un hombre para la eternidad (A man for all seasons), dirigida por Fred Zinnemann en 1966, narra los más importantes episodios de la vida de Tomás Moro (Londres, 1478-1535), político y filósofo inglés, bajo el reinado de Enrique VIII.
El argumento de la película gira en torno a la polémica político-religiosa suscitada en Gran Bretaña por la separación entre el rey Enrique VIII y su esposa Catalina de Aragón, y la pretensión del monarca de obtener el divorcio desde Roma para poder casarse nuevamente con Ana Bolena. Este hecho provocaría la escisión de la Iglesia anglicana en 1534, cuyo líder espiritual será el propio rey de Inglaterra. Sir Tomás Moro, nombrado canciller, es un ferviente católico fiel al Papa de Roma, por lo que se ve en la encrucijada de seguir los dictados de su fe o servir fielmente a su señor e interceder para la consecución de su divorcio y, con la negativa del Papa, reconocer el nuevo matrimonio tras el cisma. Finalmente, decide, de acuerdo con sus principios religiosos, no reconocer la validez del divorcio del rey, por lo cual, tras haber sido encerrado en la Torre de Londres, es juzgado y condenado a muerte en 1535.
La obra de Zinnemann presenta a Moro como un hombre íntegro, inteligente, templado y piadoso. Tras la muerte del canciller, el Cardenal Wolsey, representado como un clérigo corrupto y demasiado apegado a lo mundano, partidario de presionar al Papa para obtener el divorcio del rey, Sir Thomas es elegido nuevo canciller. Su personalidad caritativa contrasta con la del anterior. En una escena ambos discuten sobre el asunto del divorcio y el Cardenal se percata de la “inocente” religiosidad de Moro, que admira en cierto modo pero no cree útil en los asuntos de Estado. También se muestra al protagonista atendiendo a diversos pobres en asuntos judiciales a pesar de que carecen de medios para pagarle por ejercer la abogacía. En otras escenas se refleja su desprendimiento de los bienes materiales, recomendando al joven Richard que se dedique a un oficio digno como es el de maestro aunque no le provea de grandes riquezas ni le dé fama. También destaca su carácter tolerante con los disidentes, aun detestando la herejía luterana: aprecia al pretendiente de su hija, pero no le concederá su mano hasta que no retome el camino de la ortodoxia católica.
Frente a él, Enrique VIII es representado como un hombre impulsivo y muy dado a los placeres de la vida (muy aficionado a la música). Aprecia a Moro pero no le consiente, como a nadie, el mínimo desafecto, y el hecho de que ponga trabas a su divorcio lo enfurece sobremanera. Cree justificado teológicamente su divorcio, pues Catalina es la viuda del hermano del rey e interpreta que el hecho de que no le haya dado un hijo varón se deba a un castigo divino a la supuesta ilegalidad de su matrimonio.
Otros personajes relacionados con Tomás Moro y el rey aparecen también rígidamente caracterizados: la esposa de Sir Thomas representa la vanidad y aborrece la extrema rectitud moral de su marido, al cual, a pesar de todo, permanece fiel en todo momento. Su hija, en cambio, fiel reflejo de su padre, es una joven culta y generosa.
El antagonista de Moro es Thomas Cromwell (no confundir con Oliver Cromwell, Lord Protector de Inglaterra, Escocia e Irlanda durante la República), un político sin escrúpulos al que sólo interesa el poder y que utilizará todos los medios a su alcance para condenar a Tomás Moro de alta traición. Lo sustituye en la cancillería y se convierte en principal defensor político del divorcio del rey y de la separación eclesiástica. En la película se vale de Richard, un joven que estuvo al servicio de la familia de Moro, para provocar el juicio de éste. Richard, inocente a la vez que ambicioso, traiciona a su antiguo amigo por un lugar en la Corte. Es el “Judas” particular de la película.
Sir Thomas Moro se vale de todas sus armas de hombre de leyes para evitar su condena. Comenta que, si bien no acepta el nuevo matrimonio del rey, su condición de ser racional dispone que trate de evitar por todos los medios su ejecución (no quiere ser un mártir). Pero en ningún momento, ni en el juicio ni en el resto del largometraje, el personaje de Moro se comporta con hipocresía: todas sus acciones y respuestas en el juicio son consecuentes con su verdad, aunque trate de evitar las palabras que causen su muerte. Sin embargo, finalmente es llevado a un callejón sin salida y es acusado de traición, siendo finalmente decapitado.
La película, si bien idealiza a Tomás Moro y al resto de personajes con el fin de transmitir un mensaje emotivo, puede considerarse válida para la divulgación de la historia, pues refleja no sólo los hechos acaecidos, sino también el perfil intelectual y religioso de los humanistas del siglo XVI personificado en el autor de Utopía.