A los pocos meses del asesinato de Escobedo muere Don Juan de Austria y, cuando el rey tiene acceso a los documentos de su hermanastro, descubre que Pérez le había engañado, lo que provoca que quien hasta entonces era la mano derecha de Felipe II caiga en desgracia; Antonio Pérez es acusado de corrupción, un delito menor en el que muchos ven un intento del rey por descargar su conciencia. Durante diez años Pérez es condenado a distintos tipos de penas: es suspendido de sus funciones, sufre arresto domiciliario, sus bienes son embargados, y finalmente, en 1587 se le abre el proceso por la muerte de Escobedo, con lo que su situación se agrava: en 1590 es torturado para que confiese y comienza a temer una condena a muerte . En abril de ese mismo año huye a Aragón en compañía de su mujer, embarazada de ocho meses, ayudado por tres de sus incondicionales.
El destino de su huída no fue en absoluto casual: como hijo de aragonés tenía derecho a acogerse a los fueros del Reino de Aragón, que impedían enjuiciar a nadie por un delito cometido en Castilla. Felipe II tuvo que recurrir a la Inquisición, única institución con jurisdicción en ambos reinos, y Pérez fue tildado de hereje, acusado por el padre Chaves, confesor de Felipe II, de conspirar con protestantes bearneses.
A partir de aquí, el proceso contra Antonio Pérez deriva en una sublevación de una parte de la nobleza aragonesa. Antonio Pérez se había refugiado en el convento de los dominicos de Calatayud, acogiéndose al llamado derecho de manifestación. Cuando la Inquisición lo prende y lo conduce a su prisión, con sede en el palacio de la Aljafería, estalla la revuelta capitaneada por los llamados “caballeros de la libertad” , miembros de la baja nobleza más interesados en conservar su poder feudal frente a la monarquía que en defender las libertades de Aragón. Los rebeldes liberaron a Pérez, se hicieron con el control de Zaragoza y convencieron al joven e inexperto Justicia Juan de Lanuza para que les apoyase. A pesar de no tener apenas base popular ( los campesinos no tenían nada que ganar con la defensa de los fueros) ni tampoco el apoyo de la mayor parte de la alta nobleza aragonesa (que se mantuvo leal al monarca), los sublevados, que contaban con una fuerza de 2.000 soldados mal pertrechados, se enfrentaron a 12.000 hombres del ejercito real. Las tropas de Felipe II ocuparon Zaragoza sin encontrar resistencia; los cabecillas, incluido el Justicia de Aragón, fueron ejecutados y Antonio Pérez consiguió huir a Francia, donde intentó organizar sin éxito una pequeña invasión con el apoyo del rey Enrique III. Posteriormente se exilió en Inglaterra, donde estuvo al servicio de la reina Isabel entre 1592-1595, y, subvencionado por el conde de Essex, publicó las Relaciones, un libro de tono panfletario contra la figura de Felipe II. Durante su estancia en la corte inglesa participó en la preparación de un ataque a España que se llevó a cabo en las costas de Cádiz en 1596. Más tarde volvió a Francia llamado por Enrique IV, donde estuvo intrigando para conseguir la alianza de los tronos francés e inglés contra España. Sin embargo, la firma en 1598 de la Paz de Vervins entre Felipe II y Enrique IV supuso para Antonio Pérez el fin de sus influencias en la corte francesa. Pasó en París los últimos años de su vida, arruinado y olvidado de todos hasta su muerte en 1611, sin haber conseguido el perdón real del nuevo monarca, Felipe III.
Deja un comentario