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Fortificaciones o defensas

Para empezar se necesita saber el concepto de fortificación:

Arte de modificar el terreno para el combate de forma que favorezca la acción de las fuerzas propias y dificulte la acción de las del enemigo. Obra o conjunto de obras de defensa, provisionales o permanentes, constituyendo una unidad estratégica coordinada.

Cualquier esfuerzo de comprensión de los monumentos militares modernos y contemporáneos, tendría muy pocas posibilidades de éxito sin antes definir unos conceptos básicos.

Si a una obra de fortificación construida entre el siglo XVI y la II Guerra Mundial, le aplicamos el término castillo, o los conceptos fortaleza militar o arquitectura militar, no estaremos nombrándola ni definiéndola correctamente. No estamos empleando un sinónimo, no es lo mismo. Los castillos fueron obras adaptadas a la tecnología bélica y a las necesidades estratégicas de la Edad Media y daban servicio a los intereses políticos de la sociedad feudal. Al contrario, las fortificaciones modernas –las que denominamos fortalezas– así como los demás tipos aparecidos hasta nuestros días, han obedecido tecnológicamente a las necesidades propias de la evolución de la artillería y han estado al servicio exclusivo de los intereses políticos y estratégicos de los estados modernos.

¿De dónde vienen estas confusiones? Hay diferentes respuestas. La falta de rigor en el uso de los términos técnicos por parte de algunos de los antiguos ingenieros. El respeto a la tradición propio de la institución militar. Y, por otra parte, la escasa inquietud cultural que la temática castrense encuentra en el País. Todo ello ha dado forma de dogma a la costumbre de aplicar el nombre de castillo a las obras de fortificación diseñadas específicamente para las piezas de artillería modernas.

No se ha de buscar el origen de la fortaleza en un pretendido proceso evolutivo del castillo. Sería algo como considerar el automóvil como una evolución tecnológica del carruaje de caballos. Tanto la una como el otro son episodios de la larga historia de la fortificación, que comienza con el parapeto de piedras prehistórico y finaliza en el Muro Atlántico. Son soluciones puntuales a un mismo problema, que cada época ha presentado de diferentes formas.

Para entender el por qué de la aparición de las fortalezas modernas no tenemos más remedio que seguir el proceso evolutivo de la artillería. Se dice frecuentemente que la aparición de la pólvora dejó obsoletos los castillos y que éstos para sobrevivir rebajaron sus murallas y sus torres y dieron mayor grosor a sus muros. Esta afirmación, sin más, no deja de ser un agradable y cómodo tópico. Los efectos de los impactos producidos por las primeras bocas de fuego, que fueron apareciendo a partir de una fecha indeterminada del s. XIV, no iban mucho más allá de los causados por las grandes máquinas de guerra de la época. Tanto los unos como las otras disparaban un tipo semejante de proyectiles de piedra y todos impactaban sobre gruesos muros de mampostería, construidos teniendo en cuenta esta circunstancia.

La verdadera gran ventaja que sobre las máquinas de guerra tenían aquellos peligrosos tubos, humeantes y ruidosos, no debe buscarse en la potencia destructora de sus disparos, sino en su simplicidad constructiva y en la comodidad de uso y transporte. La sencillez era total. Un tubo de hierro forjado que, una vez en su emplazamiento, se podía utilizar de inmediato. Cierto es que su fabricación era una largo y delicado trabajo. Era una pieza muy cara, pero por el contrario podía ser amortizada en diferentes campañas. La comparación no ofrecía dudas y las máquinas de guerra fueron substituidas por las bocas de fuego a muy corto plazo.

A pesar de todo ello el castillo feudal no desapareció ante la artillería medieval, sino que convivió con ella largo tiempo. La gran virtud y el gran defecto de los cañones primitivos fue que se cargaran por su parte posterior mediante una recámara portátil. Ello significaba que el tubo no precisaba moverse de lugar y por tanto se requería un espacio reducido para su emplazamiento. Así la artillería medieval se adoptó sin demasiados problemas a los castillos, abriendo en los muros cañoneras bajas o bien situándose en las almenas.

Hacia la segunda mitad del siglo XV el progreso de la metalurgia dio paso al proyectil esférico de hierro colado. El proyectil medieval de piedra se fragmentaba al impactar contra la muralla, mientas que el de hierro la rompía, y será este último quien dará el primer paso para dejar obsoletas las estructuras defensivas antiguas. De forma paralela, la recuperación y mejora de las técnicas de fundición de bronce de la Antigüedad permitían ya la fabricación de cañones más ligeros y fiables, y capaces de soportar cargas razonables. Estas nuevas piezas ya no se cargaban por la parte posterior, lo hacían por la boca. El nuevo sistema mejoraba el aprovechamiento de los gases de combustión de la pólvora, pero con el inconveniente de que requería el retroceso de las piezas para su limpieza y carga y ello comportaba un espacio que no daba la estrechez de torres y murallas.

El castillo no pudo seguir adaptándose más y dio paso definitivamente a la fortaleza moderna, no tan solo ante la amenaza del proyectil de hierro, sino también ante la elemental simplicidad de no poder ubicar los nuevos cañones. Entrado el s. XVI, las nuevas fortificaciones abaluartadas –las fortalezas– serían las primeras fortificaciones capaces de alojar cómodamente, y con un rendimiento efectivo, las piezas de artillería moderna hasta entrada la segunda mitad del s. XIX. El sistema de fortificación abaluartado nació en Italia y de hecho dicha técnica fue llamada “a la italiana”. Pero, pese a ello, se le viene conociendo de forma incorrecta como Estilo o Sistema Vauban, al relacionarlo con la obra del famoso ingeniero militar de Luis XIV de Francia.

Hemos dedicado un largo espacio para deshacer el binomio castillo-fortaleza, pero debemos reconocer que la complejidad técnica del tema lo requería. Seremos mucho más diligentes al analizar conceptos como fortaleza militar o arquitectura militar. La expresión fortaleza militar no deja de ser un discreto pleonasmo empleado con frecuencia cuando se desea definir una obra de fortificación moderna.

Una situación similar a la anterior se da con la costumbre de adjetivar la arquitectura como militar de la mano de su relación con el mundo de las fortificaciones modernas. Estas construcciones poco tienen que ver con los edificios civiles y religiosos y, tanto técnica como conceptualmente, no son obras de arquitectura, sino verdaderas obras de ingeniería. Ingenieros fueron quienes las proyectaron y construyeron, quienes dirigieron sus asedios y defensas, y quienes las rehacían o reparaban.

Además de las fortificaciones existía una diversidad de edificios o elementos defensivos, estos eran los castillos, las murallas, las torres vigía o costeras, los fortines, los fuertes, entre otros. Me voy a centrar en algunos ejemplos, un tanto curiosos.

La Fortaleza de Bellegarde

Los antecedentes

La actual Bellegarde, como muchas otras fortalezas fronterizas de la Edad Moderna, es fruto de los grandes trastornos político-militares que dieron paso a la creación de los estados europeos tal y como los conocemos hoy. Pero a diferencia de otras muchas de sus hermanas, ésta tiene la particularidad de estar situada prácticamente sobre la  línea divisoria misma.

El Tratado de los Pirineos, que daba fin a la Guerra de los Treinta Años, determina en 1660 el traslado de la frontera entre las monarquías española y francesa casi cien kilómetros hacia el sur -su actual situación. De esta manera, el que había sido antiguo castillo medieval de los condes del Rosellón se convierte en guardián de un importante paso fronterizo entre dos grandes Estados.

Unas primeras obras de mejora y actualización fueron llevadas cabo en 1670 por Jacques de Borelly de Saint Hilaire, ingeniero de Luis XIV de Francia, pero hasta 1679 no se procederá a iniciar la construcción de la actual fortaleza, siguiendo un proyecto del mariscal Vauban. Ésta tendría que poder albergar una guarnición de 1.200 hombres con 150 caballos y estaría dotada de una potente artillería.

Los trabajos, encargados a contratistas del Rosellón, son supervisados por Sylvestre Dubruelh, gobernador de la ciudadela de Perpiñán. Ya en 1686, cuando Vauban vuelve en visita de inspección a la plaza afirma que será “… de las más bonitas, de las mejor situadas, bien construida y de las más importantes”.

La fortaleza

La fortaleza de Bellegarde ocupa una superficie de 140.000 m2, de los cuales 8.000m2 están edificados. Está compuesta por un camino cubierto con parapeto y un glacis que envuelve la fortaleza; un foso excavado en la roca y de una primera muralla formada por cinco baluartes: del Perthus, de San Andrés, de Panissars, de España y del Precipicio. Entre el baluarte del Perthus y el de San Andrés se encuentra el acceso principal, la gran Puerta de Francia dotada de un puente levadizo que, a gran altura, cruza un estanque artificial situado en el foso. Entre el baluarte de España y el del Precipicio se abre la puerta de España, también con puente levadizo. Delante de la puerta de Francia se extiende un revellín accesible por un tercer puente levadizo. Otros dos revellines defienden las cortinas situadas entre los baluartes de San Andrés y de España.

La segunda muralla se levanta sobre los terraplenes de los baluartes y sus cortinas. Desprovista de foso, está compuesta por cinco pequeños baluartes con las cortinas correspondientes, superpuestos a los de la primera muralla, uno de ellos es una torre circular o baluarte redondo, que por su originalidad constituye un elemento excepcional y característico de la fortaleza.

Este segundo recinto determina de manera perimetral el espacio en que se alzan las distintas dependencias donde hacía su vida la guarnición, presididas por la capilla, al norte, sobre la cual se encuentra el pabellón del Gobernador, y seguidos a uno y otro lado, por los cuarteles de la tropa y los pabellones de los oficiales. Estos edificios delimitan el amplio espacio ocupado por el Patio de Armas. Todas estas construcciones poseen sótanos a prueba de bomba, que albergan la panadería, las caballerizas, los alojamientos de tropa en tiempo de guerra, etc.

Situada en la cima de una colina granítica, la fortaleza no se puede abastecer de ningún manantial. Para resolver este problema tan importante, se proyectaron cinco cisternas que recogieran las aguas pluviales. En 1683, Vauban hacía una estimación de su capacidad: “… cuando estén llenas, habrá agua para 1.200 hombres durante cuatro meses y medio, a razón de tres litros diarios para cada uno; considerando que no llueva ni una sola gota de agua”. Sin embargo, dichas cisternas se consideraron insuficientes, ya que se emprendieron los trabajos de excavación de un pozo en el interior del baluarte de San Andrés. Este pozo es una obra colosal totalmente excavada en la roca, con una profundidad de 63m y con un diámetro de 5. La parte superior está revestida con mampostería. La altura media del agua varía entre los 27 y los 30 metros, lo que representa un volumen aproximado de unos 800.000 litros

El armamento

Un inventario fechado de 1705 contabiliza 24 piezas de artillería de varios calibres; 2 morteros, 858 mosquetes, 38 fusiles, 20 arcabuces, 35 alabardas y 35 partesanas; 32.000 balas de cañón, 25 bombas y granadas, unos 270.000 kilos de pólvora y aproximadamente 757 toneladas de plomo. Potentemente armada, la plaza albergaba  entre 500 y 600 hombres en tiempos de paz y en tiempos de guerra podía contener el doble.

El fortín y los reductos

En 1674 el ejército español recupera Bellegarde. Una de las razones que forzaron la capitulación fue que los sitiadores consiguieron situar cuatro cañones a unos pocos cientos de metros al sur de la fortaleza, donde se levantaba una débil defensa con empalizada de madera. Esta artillería causó un gran desgaste a la plaza. Tan pronto como los franceses ocupan de nuevo el fuerte al año siguiente, deciden construir un fortín de mampostería sobre este emplazamiento estratégico.

Se trata de una fortificación con trazado de hornabeque cerrado, compuesta por dos medios baluartes con su cortina por el lado sur -el que mira hacia España-. El frente norte se encuentra defendido por un diente de sierra y un reducto. Se excavó un foso al pie de la cortina oeste y también en parte del frente sur, siendo el resto inaccesible por la propia naturaleza del terreno. Un camino cubierto envuelve esta obra y la comunica con la fortaleza.

La entrada del hornabeque o fortín se hallaba protegida por un foso y un puente levadizo, hoy desaparecidos. Además de pabellones para un centenar de soldados, caballerizas y un polvorín situado en el frente norte, tiene una pequeña plaza de armas bajo la cual se encuentra la cisterna con un bonito pozo cubierto.

A fin de completar la defensa de la plaza y la vigilancia de las alturas cercanas, se construyeron alrededor de la fortaleza fuertes reductos a distintas alturas: reductos del Precipicio (1668), de Panissars (1678), y del Perthus (1693).

La historia

Desde entonces, Bellegarde cumplió su papel de guardián de la frontera y también de alojamiento de tropas de reserva y almacén de municiones durante todas las campañas dirigidas por Luis XIV en Cataluña: Guerra de la Liga d’Augsbourg (1689 – 1697) y Guerra de Sucesión de España (1701 – 1715). Después de la muerte del monarca francés y una vez afirmada la monarquía borbónica en España, con su nieto Felipe V, se inició para Bellegarde un largo período de paz.

La fortaleza conocería de nuevo la guerra, casi un siglo más tarde, durante la Revolución Francesa. En 1793, el general español Ricardos invadió el Rosellón y sitió Bellegarde. Privada de todo y bombardeada sin descanso durante dos meses, la guarnición se vio obligada a capitular.

Al año siguiente el general Dugommier, después de haber forzado al ejército español, en ese momento comandado por el Duque de la Unión, a replegarse hacia Cataluña, organiza el bloqueo de Bellegarde. Prohíbe cualquier bombardeo ya que quiere conservar para la República una fortaleza en buen estado. Cuatro meses y medio más tarde los españoles firman la capitulación.

A partir de entonces la plaza ya no conocerá más la guerra. Servirá de albergue de etapa a los soldados de Napoleón durante las campañas de Cataluña (1808 – 1813). El ejército francés mantendrá allí un regimiento hasta finalizada la primera guerra mundial; después, en 1939, Bellegarde será utilizada como hospital durante la retirada de los republicanos españoles, antes de albergar soldados alemanes entre 1943 – 1945.

En 1965 la fortaleza es desafectada por el Ejército. En 1967 es declarada Monumento Histórico y vendida en subasta pública. Finalmente en 1972 el municipio de Le Perthus consigue su adquisición para abrirla a la visita pública y a las manifestaciones culturales.

Castillo de San Fernando de Figueres

El monumento

Las obras fueron iniciadas el día 4 de septiembre del año 1753, siguiendo el proyecto realizado por el ingeniero general D. Juan Martín Zermeño. Para alzar sus grandes murallas y construir su increíble sistema defensivo exterior, se hizo preciso el trabajo diario de aproximadamente cuatro mil obreros a lo largo de trece años. Las obras de los edificios interiores se prolongaron hasta finales del siglo y algunas de ellas no llegaron a concluirse. Hasta 1792 no fue dotado de guarnición.

El llamado Castillo de San Fernando de Figueres -“Castell de Sant Ferran”- tiene un perímetro exterior, medido sobre el parapeto del camino cubierto, de 3.125 m., y uno interior, medido sobre el cordón de la muralla, de 2.100 m.

Entre el camino cubierto, dotado de traveses y amplias plazas de armas, y la propia muralla de la fortaleza, se extiende el foso que, con una superficie próxima a las 10 ha., da emplazamiento a las obras defensivas exteriores. Estas obras defensivas, conservadas intactas y en su totalidad, son: un gran hornabeque principal y otros dos menores, dos contraguardias, siete revellines -de diversos tamaños- y cinco galerías de contramina. Sus dependencias suman un total de ochenta y nueve casamatas, además de ocho cisternas con una capacidad conjunta de 1.200 m3. El recinto interior lo forman seis baluartes de diferente tamaño. En su espesor se encuentran ubicadas hasta un total de noventa y tres casamatas de alojamiento y de servicios para la tropa.

A nivel del foso del frente Este se encuentran las caballerizas, impresionante nave de doble crujía y perfecta factura, capaz en su día de albergar 3 escuadrones de caballería, 450 plazas. El espacio interno del recinto lo ocupan nueve grandes edificios destinados a alojamiento de mandos y oficiales con sus familias y a diferentes servicios.

Finalmente, bajo el Patio de Armas, de 12.000 m2 de superficie, se ubica la reserva principal de agua potable de la fortaleza. Esta maravilla de la ingeniería hidráulica discurre a una profundidad de 8 m. bajo la superficie. Consta de un circuito de llenado, cuatro grandes aljibes de almacenamiento con una capacidad conjunta de 9.000 m3 y un sistema de vaciado a prueba de sabotajes.

La superficie total de la Fortaleza de San Fernando es de 320.000 m2, o de 550.000 m2 si se incluye el espacio de sus glacis. En las troneras podían ser montados 230 cañones, y contaba con emplazamientos para morteros y obuses. La guarnición para mantener la fortaleza en condiciones de defensa operativa era de cuatro mil hombres, con posibilidad de almacenar suministros para soportar un año de asedio.

La ingeniería militar

No cabe duda de que los siglos XVII y XVIII constituyen los siglos de oro de la ingeniería militar moderna. En aquel entonces la suerte de una campaña no se decidía en las batallas abiertas, sino por la toma o pérdida de las plazas fuertes y por ello en periodo alguno de la Historia de la Humanidad se realizaron mayores estudios ni se imaginaron mayores refinamientos aplicados tanto a la defensa como al ataque de los recintos fortificados.

Paralelamente, la Monarquía española, que en aquel entonces todavía deseaba mantener un papel preponderante, se veía obligada a un constante esfuerzo militar a fin de mantener sus derechos patrimoniales sobre extensos territorios, tanto en Europa como en América. En este proceso, la ingeniería militar, fue la técnica de vanguardia. La particular naturaleza cosmopolita de la Monarquía hispánica, mantenida aún en su declive hasta el tratado de Utrech, dio lugar a que vinieran a colaborar con los ingenieros españoles otros muchos naturales de distintos lugares de Europa, pero que a la sazón eran también súbditos de la Corona.

Este colectivo, falto todavía de una estructura y organización corporativa, agrupó a una serie extraordinaria de excelentes profesionales que esparcieron sus obras por los dominios europeos de la Corona y las colonias de América y Oceanía, cuyos testimonios conservados forman hoy parte destacada del patrimonio cultural de numerosos estados. Aquel sedimento de experiencias y técnicas iría configurando el estilo de lo que fue conocido como Escuela Española de Fortificación, que con el advenimiento de la Casa de Borbón se vería organizada, como otras muchas cosas, al modo francés.

Al constructor de catedrales de la Edad Media, guiado por la fe y pleno de conocimiento empírico, le viene a suceder el constructor de fortalezas de la Edad Moderna, hijo de la razón y el cálculo. Felipe V funda en Barcelona la Real Academia de Matemáticas, cuna de los ingenieros militares de la Casa de Borbón. A mediados del s. XVIII aparece la mayor y más hermosa fortaleza abaluartada de la Europa de la Ilustración: el Castillo de San Fernando de Figueres. Veamos ahora con brevedad sus antecedentes.

El entorno histórico

Una de las consecuencias de la llamada Guerra de los Treinta Años fue la variación de los límites orientales entre la monarquía francesa y española. La nueva frontera, fruto del Tratado de los Pirineos (1659), retrocedía hacia el sur, dejando bajo la soberanía del rey francés los territorios catalanes situados al norte de la cordillera pirenaica y, con ellos, todo su sistema defensivo fortificado. Esta circunstancia convirtió al “Empordà” en un campo abierto de batalla durante toda la serie de conflictos que enfrentaron a las monarquías vecinas hasta bien entrado el siglo XVIII.

Por fin, y con casi cien años de retraso, se puso remedio a la situación llevando a la práctica el proyecto de levantar una fortaleza que no tan sólo fuese un obstáculo logístico sino también capaz de dar alojamiento a una división de maniobra suficiente -infantería, caballería y artillería- para detener o al menos dificultar los intentos de invasión del país. Este fue el motivo de la construcción de la Real Plaza de Guerra de San Fernando de Figueres, que siguiendo la costumbre de la época, recibió el nombre patronímico del monarca entonces reinante, Fernando VI. El acierto y la prudencia de este monarca singular y la competencia y honradez de aquellos que gozaron de su confianza propiciaron una hábil política internacional, que dio como fruto un insólito periodo de paz y prosperidad. Jamás la Real Hacienda se había visto en tal estado de salud que le permitiese, sin quebranto, la realización de un proyecto que desembocó en la más monumental construcción de uso exclusivamente militar de su época.

Historial bélico y anecdotario

La desgraciada entrada en servicio activo de San Fernando con motivo de la Guerra de la Convención (1793-95), con su polémica capitulación en 1794, difundió el apelativo de la “Belle Inutile”, con el cual la rebautizó el ejército francés. Orígen éste de una inmerecida “leyenda negra” que ha acompañado la fortaleza hasta nuestros días.

Durante la Guerra de la Independencia (1808-14) y como otras plazas fuertes españolas, San Fernando fue ocupado por las tropas napoleónicas. En este período se produjo la muerte del general Álvarez de Castro, defensor de la ciudad de Girona en el horrible sitio de 1809. Este hecho, envuelto en la leyenda, ha pasado a formar parte de la memoria popular de la comarca.

Poco después de la muerte del general, en abril de 1811, San Fernando fue recuperado por las tropas de la Junta Superior del Principado, mediante un audaz golpe de mano digno del mejor film de aventuras, manteniéndose la fortaleza por espacio de cinco meses. Esta circunstancia dio lugar al único asedio sufrido por la misma. A lo largo del siglo XIX San Fernando siguió los acontecimientos políticos y sociales del país desde su papel de pequeña guarnición de provincia.

En los últimos momentos de la Guerra Civil en Cataluña, San Fernando fue la sede del Gobierno de la República española. El 1 febrero de 1939 tuvo lugar en la fortaleza la última reunión en territorio español de las Cortes republicanas. Finalizada la guerra se convirtió en un gran acuartelamiento y posteriormente en prisión militar.

En el plano anecdótico cabría hablar de la estancia como recluta de Salvador Dalí en 1925 y del confinamiento de algunos de los responsables del intento de golpe de estado del 23 de Febrero de 1981. El Castillo de San Fernando de Figueres es el monumento de mayores dimensiones de Cataluña y el único en España que puede competir con las mayores fortalezas de Estado de Europa. En julio de 1997 fue abierto al público de manera regular.