En el siglo XVII, Europa entera y Francia en particular se verán afectados por la brujería. Hará falta la intervención de las Cortes de París y posteriormente la de Luis XIV, para que los abusos se acaben…
En los siglos XVI y XVII,la brujería inunda Europa (algunos países más que otros) que toma acciones represivas. Francia, que ya se topó con las herejías y con las Guerras de Religión que ensangrentaron el país entre 1562 y 1598, va a vivir una dramática situación.
Lo que es nuevo, es la diabolización que, durante mucho tiempo, la Iglesia rechazó aludiéndolo a la superstición. Atendiendo a la “fragilidad de la mujer ante la tentación, su credulidad y su imaginación” la hacen presa del diablo que la ata. En consecuencia, la mujer, capaz de transgredir todos los tabúes, de atentar contra los hombres, contra las bestias y contra los frutos de la tierra, de metamorfosearse como de metamorfosear a otros, es ‘ un monstruo ‘. En lo sucesivo, disponemos de un procedimiento claro y neto para actuar.
No sólo todos los crímenes metódicamente son censados, sino que también sabemos cómo interrogaban y qué astucias utilizaban; sabemos, la tortura usada, cómo hacían reconocer al detenido su pecado y qué penas infligían: casi siempre la muerte. La sentencia, de todos modos, jamás habla de inocencia, sino que se ocupa de mencionar que no se pudo probar nada legalmente. Así, por poco que se tuviera algún enemigo, hay que esperarse un día u otro ser denunciado de nuevo, con la seguridad de acabar en la hoguera. Es el procedimiento inquisitorial aplicado al pie de la letra que, desde 1539, mediante la ordenenza de Villers-Cotterêts, es introducido en la jurisdicción francesa. Entre tanto, no sólo la amplitud tomada por el protestantismo sino también el mismo miedo del diablo que animaba a católicos y protestantes, trae como consecuencia directa la aparición de infinidad de brujas/os.
Si las grandes hogueras coinciden con la Reforma y las Guerras de Religión, no sabríamos sin embargo explicarlo todo por los conflictos religiosos, hasta si quedan omnipresentes del siglo XVI a la revocación del edicto de Nantes, en 1685. Si herejes y brujos permiten justificar siempre la represión, si siempre la represión sirvió para camuflar los intereses más diversos, esto tampoco sabría explicarlo todo. Todavía hay que tener en cuenta un sentimiento general de inseguridad hecho a base de miedos efectivos o difusos (guerras, hambres, epidemias), que, a la vez causa y consecuencia, contribuye engendrando una psicosis verdadera y colectiva y exacerba supersticiones muy profundamente ancladas en los espíritus que provocarán que los brujos y las brujas sean las víctimas totalmente encontradas. Es imposible por fin hacer caso omiso de la función de las convicciones que se hace ilustre en una justicia donde el bien, necesariamente, se opone al mal.
Las persecuciones tocan indiferentemente ciudades y pueblos, ricos y pobres, hombres y mujeres, con una mayoría aplastante de mujeres ( del 80% al 82 %). Una media de edad de 60 años para ambos sexos confirma el estereotipo de la bruja vieja y sola (son sobre todo viudas) y preferentemente fea. En cuanto al veredicto, obtenemos más o menos el 40 % de condenas a muerte, pero en las regiones de epidemias fuertes (Lorena, Labort), sólo el 5 % de los acusados llegan a evitar la hoguera. ¡ Eso es tanto como decir que todo el mundo es sospechoso! Por fin, en virtud del principio según el cual la brujería es hereditaria, los niños no se consiguen salvar : empujados a denunciar a sus padres, condenados por asistir al suplicio, incluso por mantener la hoguera, cuando ellos mismos no son quemados. Todo esto deja una visión de los jueces de gran insensibilidad.
Desde finales del siglo XVI, las Cortes de París atenúan, repetidas veces, las condenas. En 1601, prohíben la prueba del agua; en 1624, instituyen la llamada con pleno derecho y decreta que todos los procedimientos que han concluido a una pena cualquiera y corporal deben ser transmitidos. En 1640, toma sanciones contra los jueces subalternos que no se someten. Por fin, se niega a reconocer el crimen de brujería para cogerse en lo que puede racionalmente ser probado. A partir de aquel momento, hecho revelador, los parlamentarios rompen sistemáticamente todas las decisiones de los jueces subalternos. Sin embargo, los efectos todavía quedan limitados más aun cuando precisamente es en los años 1640 que estalla una nueva epidemia de brujería.
Es en 1663 cuando el Consejo Real interviene por primera vez en un nuevo asunto de posesión donde los jueces partidarios se ven forzados a abandonar las persecuciones. Luego, la brujería rural que continúa causando estragos, interviene repetidas veces en los años 1670, en Normandía y en el Sudoeste para terminar las acusaciones en cadena. El 26 de agosto de 1670, por otra parte, las Cortes de París registran la ordenanza firmada por Luis XIV en Saint-Germain-en-Laye. El texto no habla de la brujería sino que apoya inequívocamente los esfuerzos de los magistrados para decidir como último recurso. Tarda en vencer las últimas oposiciones de las que no se habla más, sino las que prevé ajustar por una ordenanza general que, dice, que es inminente. Hasta 1682, se multiplicarán las intervenciones.
Así, en julio de 1682, y gracias a los esfuerzos de Colbert, oficialmente será pondrá fin a los procesos de brujería. Pero, si el título del edicto real menciona bien que se trata del ‘ castigo de diferentes crímenes que son adivinadores, magos, brujos, envenenadores ‘, no hablamos apenas de brujos, si no es para asimilarlos a ilusionistas. No hablamos más de brujería, sino de ‘ magia pretendida ‘, e insistimos en las ‘ abominaciones detestables ‘ por las cuales las ‘ personas ignorantes o crédulas ‘ son engañadas. La lógica, pues, es respetada por la misma negativa de entrar en detalles que no existen. En consecuencia, no hay brujos, hay sólo brujos pretendidos. El siglo de la Ilustración termina de convencer estos hechos y, después de algunos últimos sobresaltos, las hogueras se apagan por todas partes en Europa.