A raíz de la lectura en la que se apoya este ensayo recuerdo que hace poco leí otra que me llamó también la atención respecto al tema que trataré a continuación. Ese libro es el último que ha escrito el autor Dan Brown, y aunque no entraré en una crítica destructiva o constructiva de dicho libro sí que veo conveniente decir que me llamó la atención una parte de la historia que se centra en la CIA. Me llamó la atención la facilidad que tenía dicho organismo para hacerse con documentos e información (la tenían donde, cómo y cuando la querían, y solo en cuestión de segundos). En el libro se hablaba de una tecnología altamente cualificada con el uso de medios de dudable legalidad como “buscadores araña” que permitían rastrear cualquier información implícita en otros buscadores, algo así como un metabuscador, pero a gran escala. Luego, a lo largo del libro, podías ver que la CIA no era la única que tenía la posibilidad de usar estos medios de rastreo de información, sino que cualquiera con un nivel medio-alto de conocimientos de informática puede abrir puertas a conseguir cualquier tipo de información.
El mundo actual, me atrevería a decir, se encuentra saturado por una avalancha de información fácilmente accesible (ya sea por medios ilegales, o no) para todo el mundo. Es sencillo dar con lo que se busca. El mundo digitalizado en el que vivimos ha dado pie a ello. La información ha dejado de ser privada para expandirse y ser recibida por aquellos que posean un ordenador y una más o menos aceptable conexión a Internet. Internet fue concebida en sus inicios como una Red Mundial (World Wide Web) de un solo sentido; la información se limitaba a ser expuesta por un emisor y leída por un receptor. Sin embargo, en la actualidad, la red se ha ampliado en los dos sentidos, todo el mundo es capaz de ser emisor y receptor de información al mismo tiempo. El mayor exponente de esta nueva revolución informativa se encuentra condensado en las redes sociales. En ellas la gente es capaz de hacer conexiones con otros amigos, hacer públicos sus sitios favoritos, tanto en la propia red como externos a ellos. En algunas, incluso, es posible crear un tablón, en forma de blog, donde el propio usuario puede colgar lo que le parezca conveniente (desde frases o textos hasta música o videos). Y sobre todo, lo que más abunda, es la subida de fotografías. Esto convierte a las redes sociales en un banco de datos e información que crece de forma exponencial día a día. En estos sitios, o “comunidades en línea” la vida privada se ha diluido tanto con la pública que resulta complicado, por no decir ya imposible, trazar una línea que las diferencie.
Las redes sociales son un arma muy potente. Todos los datos quedan registrados, y todas las fotografías almacenadas. La famosa red social Facebook, por ejemplo, recibió dinero de la propia CIA, para que el proyecto pudiese llevarse a cabo, y esto, como es normal, ha generado una gran controversia. ¿Estamos cayendo en la idea de una libertad falsa que se difumina en la única realidad de un control de información mayor del que estamos dispuestos a reconocer y a ver? En mi opinión sí. Y no quiero entrar en una especie de conspiración superior de los gobiernos, simplemente, el ejemplo, me lo puedo aplicar a mí mismo. Con un poco de tesón y atención puedo ser capaz de saber dónde van a estar mis amigos un sábado por la noche, leyendo los comentarios que le deja la gente. También de saber donde estuvo la semana pasada, y si me apuro, donde estará la que viene. El exceso de información es palpable. Y como todos los excesos, puede que no llegue a ser bueno.
Pero es difícil luchar contra ello. El aluvión de información y de acceso a documentos que se nos sirve en bandeja de plata es difícil de controlar. Ya hablando fuera del ámbito de la información personal, llegar a obtener documentos en distintos soportes (sonoros, audiovisuales, e incluso materiales, pues es tan sencillo como buscar un libro, descargárselo, e imprimirlo) es sencillo, y ya los chavales a temprana edad, que han crecido como quien dice, junto a un ordenador, son capaces de descargar música, películas, programas, juegos…
El denominado software libre, entendiendo éste como una cuestión de libertad de ejecutar, copiar, distribuir, estudiar, cambiar y mejorar el software, está en boga e in crescendo. La propiedad, igual que la información, está dejando de ser privada. Y esto, también ha creado controversias y ha encendido muchas mechas, y se intenta desesperadamente poner barreras de freno que mengüen el “daño” que puede causar este desorbitado intercambio de archivos que atentan contra la propiedad intelectual y el copyright.
Uno de esos medios es el copyleft, entendido como una alternativa a los derechos de autor. Es decir, que admiten la posibilidad de ser modificados y distribuido de forma libre. Así se garantiza una mayor libertad para la copia de la versión original tanto como de la derivada por el propio trabajo.
La libertad de información, la abundancia o la fácil localización de ésta no es más que otro producto de nuestro tiempo, y sobre todo, de los medios disponibles para ello. El sociólogo inglés John Locke explicaba la propiedad del individuo en aquella materia tangible particular en la que ha impreso su sello distintivo, su creatividad. Y como añadió Tom Bell “[Locke] habla de la propiedad de los átomos, no de los bits”. Así que, información para todos.
Luis Eduardo Mozo Vergara
Grupo 3, Documentación Informativa (2009-2010)