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Opinión

¡Ni a la de tres!…

JUAN R. GIL

Y parió la burra

Bastaría recordar que hace menos de un año el Partido Popular y su máximo líder hicieron toda una campaña sin mentar jamás la palabra trasvase ni nombrar al “padre Ebro” por mor de arañar algún voto de más en Aragón. O que las protestas callejeras siempre han sido orquestadas y generosamente pagadas con fondos públicos, pero sistemáticamente se ha hecho que las encabezaran agentes como la patronal o las organizaciones de regantes, para que pareciera que el malestar social iba por delante de la maniobra política. O que mientras aquí se pide “agua para todos”, los populares de Castilla-La Mancha lo que exigen es que nos cierren el grifo del Tajo.

Bastaría, digo, con que no olvidáramos eso, para comprender en toda su dimensión la demagogia con que el PP está actuando de nuevo en la rediviva “guerra del agua”, reabierta por el Gobierno al decidir por decreto recuperar una parte del Plan Hidrológico Nacional que él mismo derogó hace cuatro años para enviar ahora a Barcelona agua del Ebro que garantice el abastecimiento de la segunda ciudad de España.

Pero el problema está en que la demagogia no es patrimonio exclusivo del PP. De la Vega por ejemplo la utiliza a espuertas, incluso con argumentos tan ridículos y arriesgados como el de subrayar que Alicante también bebe agua de un trasvase. Claro, el del Tajo. ¿Qué quiere la vicepresidenta? ¿Que nos pongamos a estas alturas a loar a Franco por hacer lo que ningún gobierno democrático ha hecho después, un trasvase, gracias al cual, efectivamente, beben hoy en día más de la mitad de los municipios de Alicante, entre ellos los dos de mayor población? ¿Pero, además, no decía el PSOE que si no había restricciones era gracias a las desaladoras que ya están en marcha en esta zona, con lo que se demostraba su mayor bondad respecto a las conexiones entre cuencas? ¿En qué quedamos?

En definitiva, lo que peor parado le hace salir al PSOE frente al PP en este conflicto no es su mayor o menor capacidad para manipular la realidad, sino su incoherencia. Y en política, cuando la demagogia choca con la incoherencia, la primera siempre gana. Todos, absolutamente todos, los argumentos que el Gobierno y el PSOE están utilizando en estos momentos para justificar el trasvase del Ebro a Barcelona (por otra parte, justo e imprescindible), servirían para avalar también el trasvase hacia el sur. Digo, los argumentos de fondo. No estoy hablando ni de cifras, ni de kilómetros, ni de hectómetros. Sino de filosofía política, que es lo que importa en una acción de gobierno. La imposibilidad de responder con coherencia a la pregunta de por qué es válido para unos lo que tan tajantemente se niega a otros es lo que deja a los socialistas a los pies de los caballos. ¿Que el agua del Ebro sólo se trasvasará a Barcelona de forma puntual, únicamente cuando sea necesaria y siempre recurriendo a sobrantes? Pues con eso mismo nos conformaríamos aquí: con tener una conducción preparada que nos pudiera abastecer cuando fuera preciso y siempre mediante sobrantes, bien sobrantes de caudal, bien caudales ya asignados pero no utilizados y que puedan comprarse como nosotros se los adquirimos a los del Tajo (por cierto, con la oposición de Esperanza Aguirre) o como los barceloneses van a comprárselos a los de Tarragona. ¿Desaladoras? Por supuesto: siempre será mejor poder autoabastecerse que depender de que el cielo se abra aquí o en la cuenca del Ebro. Pero alternativas, también. No hay en estos momentos ningún experto independiente que no piense que la combinación de ambas fórmulas es la mejor de las soluciones para la histórica división entre España húmeda y España seca. Lean, al respecto, el artículo que hoy publica en este mismo periódico Francisco Cabezas, alguien que trabajó para resolver problemas hídricos tanto en los gobiernos de Felipe González como en los de Aznar.

La nueva polémica ha caído como un mazazo sobre los dirigentes socialistas locales. Muchos esperaban que el principal argumento con que el PP les ha bombardeado durante dos legislaturas se hubiera agotado ya, y estos próximos cuatro años pudieran centrarse en otros asuntos en los que el PSPV estuviera en menor situación de debilidad. Todo lo contrario, jamás como en estos días, y mira que llevamos tiempo con esto, ha conseguido hacer calar más el PP entre la ciudadanía el sentimiento de que desde la Moncloa Zapatero agravia permanentemente a la Comunidad Valenciana.

La cuestión, que se resume en el debate del agua como paradigma, es sencillamente que Zapatero no tiene discurso para la Comunidad Valenciana. El Gobierno central y su presidente tiene una idea, un proyecto, sobre Cataluña, sobre el País Vasco, sobre Andalucía e incluso sobre Madrid, aunque allí le pinten también bastos. Pero no tiene ninguno sobre la Comunidad Valenciana, de la que parece que, si no la agravia, al menos no siente ni padece lo que con ella ocurra. De otra forma no puede entenderse que tome una decisión como la de decretar el trasvase a Barcelona y no vea necesidad alguna de explicarla, ni a los ciudadanos de aquí ni a sus propios compañeros de partido.

Todo lo que puede empeorar empeora, reza la maldición. Y eso es lo que acaba de ocurrirle al PSPV, más maltrecho hoy que hace una semana, cosa que empieza a rozar el milagro. Pero los ciudadanos también salimos muy malparados de toda esta parafernalia. Porque, rebrotada la guerra del agua, el Consell de Camps ya tiene de nuevo coartada para pasarse otra larga temporada sin gobernar, que es lo que en definitiva lleva haciendo más de un lustro: no hacer nada que no sea quejarse. Ni colegios, ni medidas contra la crisis y el paro, ni recursos para las personas dependientes, ni medios para desatascar la justicia, ni inversiones productivas, ni planes de futuro: de nuevo, a la calle a chillar Madrid es culpable y agua para todos. Éramos pocos y va la burra y se pone otra vez de parto.