Stephen Hawking, a pesar de una condición física muy precaria, ha podido desarrollarse como científico, profesor, esposo, padre, amigo, etc. al igual que otras muchas personas. No sólo por su talento o su gran fuerza de voluntad, no nos equivoquemos, sino porque ha contado a lo largo de su vida con un equipo, cada vez más numeroso, de asistentes personales, de asistencia tecnológica y de un entorno accesible y adaptado a sus necesidades. Esto le ha permitido, primeramente, poder levantarse de la cama, acostarse, comer, realizar sus necesidades fisiológicas, desplazarse, trabajar, relacionarse social y laboralmente, etc. Y sólo a partir de ese momento, desarrollar su actividad científica y sus dotes divulgativas.
Si el director del hotel donde estuvo alojado el Sr. Hawking considera “que ninguna de las peticiones pueden ser calificadas de caprichos, son necesidades motivadas por sus condiciones físicas” (La Voz de Galicia, 27-8-08), ¿por qué la provisión de asistencia personal y tecnológica para los españoles es considerada un lujo y no un derecho?
Está claro que el Stephen Hawking gallego no es ni será posible mientras el científico inglés sea tratado como un héroe, adaptando milagrosamente y en tiempo récord suites de hoteles, restaurantes, locales de conferencias y hasta la mismísima catedral. Y en cambio, permitiendo que ciudadanos gallegos, con necesidades similares, sobrevivan en la incertidumbre y la precariedad, impunemente discriminados y abocados a la pobreza.