Francisco Camps y el Gran Capitán
EMILIO SOLER
Se lo prometo solemnemente por el Barça, una de las cosas más serias que en el mundo hay: había decidido no volver a escribir ni una sola línea más sobre el delito de cohecho (presunto) que sobrevuela sobre la testa del todavía presidente de la Generalitat Valenciana Francisco Camps. Pero su pintoresca visita y declaraciones posteriores durante el pasado fin de semana en Alicante han hecho que, una vez más, deba reconsiderar mis convicciones que acaso no sean tan profundas como uno quisiera.
Francisco Camps, "el tío Paco" o el "Curita" para "el Bigotes", amigo a quien quiere "un huevo", y sus compinches del caso Gürtel, antes de tomar la palabra en el mitin del Puerto alicantino en el que recibió adhesiones inquebrantables de sus compañeros, tuvo el buen gusto de visitar la excelente exposición que sobre la belleza griega se exhibe en el Marq, haciéndose la correspondiente instantánea junto al Discóbolo. Según cuentan algunos de los que anduvieron por allí, el púdico y todavía presidente de la Generalitat de por aquí se interesó en que vistieran convenientemente la copia del atleta inmortalizado por Mirón, completamente desnuda tal y como se solía en los Juegos de la antigua Olimpia. La obsesión de Camps por los trajes debe rallar en lo esperpéntico porque la escultura, aunque suela residir habitualmente en el neblinoso y frío Londres, no se ha quejado hasta ahora de su falta de ropa, al menos que hayamos sabido.
Tras la protocolaria visita para recordar viejos tiempos en que este hombre se ocupaba de la cultura en el País Valenciano, ¡se lo juro!, y haber dejado instrucciones para que algunas de las firmas comerciales que suelen suministrarle sus trajes a precios realmente económicos se ocupara de vestir convenientemente la escultura romana, Francisco Camps, todavía presidente de nuestra Comunidad, se dirigió a la dársena alicantina, triste y paradójicamente en el mismo lugar donde miles de españoles sufrieron el acoso de los fascistas hace setenta años, para agradecer a su Gran Jefe la confianza que muestra en su inocencia (presunta). Francisco Camps, en su turno de alabanzas al gran líder nacional no dudó en denominarlo como "el Gran Capitán que llevará al Partido Popular al puerto de la Moncloa".
Al parecer, la visita realizada por Camps a ese templo de la cultura en que se ha convertido el MARQ no le sirvió de mucho ya que no resultaron muy afortunadas sus palabras comparando a Rajoy con el cordobés de Montilla, Gonzalo Fernández de Córdoba, alias "El Gran Capitán". Este distinguido y oscuro personaje de la historia renacentista española, duque de Sant Ángelo, de Terranova y de Sessa, fue un general al servicio de los Reyes Católicos que realizó gran parte de su carrera profesional en los frentes de Italia hace quinientos años, cuando aquellos territorios eran codiciados por las armas españolas. Sus éxitos militares llevaron al Gran Capitán a ostentar el virreinato de Nápoles igual que los errores políticos causaron su ruina. Una ruina moral que no económica porque Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán al que tanto admira Camps hasta el punto de equipararlo a Rajoy, se distinguió precisamente por su digamos alegría a la hora de gestionar fondos públicos. Fernando de Aragón, el viudo de Isabel la Católica, alertado por las ambiciones de Gonzalo Fernández de Córdoba por hacerse nombrar soberano de Nápoles y, especialmente, por los suntuosos derroches a que acostumbraba regalarse el conocido como Gran Capitán, le exigió que enviara relación urgente de sus dispendios italianos. El virrey, ejemplo para Camps, molesto por el control del erario público que pretendía imponerle el monarca, no dudó en responderle tardía y abruptamente con una pretendida irónica relación de sus gastos y que demostraba su desprecio al control del dinero público tanto como su obsesión en que no se conociera el verdadero origen de su fortuna personal:
"Por picos, palas y azadones, cien millones de ducados; por limosnas para que frailes y monjas rezasen por los españoles muertos en combate, ciento cincuenta mil ducados; por vendas perfumadas para que los soldados españoles no se percatasen del hedor de los miles de enemigos muertos en combate, doscientos millones de ducados; por reponer las campanas de las iglesias seriamente averiadas a causa del continuo repicar a victoria de las armas españolas, ciento setenta mil ducados; y, finalmente, por la suma paciencia mostrada en tener que descender a estas pequeñeces ordenadas por Su Majestad Católica, a quien he regalado un reino, cien millones de ducados".
Queda claro, pues, el modelo de político que le agrada al todavía presidente de la Generalitat Valenciana Francisco Camps, ese elegante personaje que sufrimos por estos lares hace ya demasiado tiempo. Demasiado.
Emilio Soler es profesor de Historia Moderna de la UA.