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DESILUSIÓN. El pequeño David, junto a su hermana, muestra
su tristeza al no poder viajar con sus compañeros.
A sus padres la experiencia les ha roto el corazón. Esta pareja del barrio bilbaíno de Txurdinaga sabía desde principio de curso que estaba programada la salida a Lurraska, habían apuntado a su hijo y pagaron la excursión. Tenían la maleta de David preparada, y disfrutaban sólo con ver la ilusión del niño. «Le encantan los animales. Estaba entusiasmado porque iba a ver caballos, patos… y andaba todo el día de atrás para adelante arrastrando la maleta por el pasillo», relata la madre, Mari Carmen Sánchez.
Todas sus ilusiones se hicieron añicos el viernes 16 de noviembre. A las cuatro de la tarde les llamó la dirección de la escuela para informarles de que Educación no había conseguido un auxiliar. «Nos dijeron que ninguno de los disponibles en lista de espera había aceptado el trabajo porque no se les compensa por pasar esas noches fuera de casa. No entendíamos cómo ningún trabajador quiere hacer una salida de 72 horas», añade.
La madre trató de evitar por todos los medios que su hijo se quedara en casa. «Propuse al colegio que pagaría yo lo que hiciera falta al auxiliar para compensar ese tiempo extra que debía permanecer con mi hijo. Incluso planteé la posibilidad de ir yo, que pagaría por mi estancia. Pero me contestaron que no, que debía ser un auxiliar de Educación. Yo estaba dispuesta a hacer cualquier cosa… Nos ofrecieron como mal menor que el niño podría ir un día y que luego iríamos a buscarlo o que lo mandarían en taxi a casa», relata Mari Carmen, abatida.
David no fue. Y la escena que se vivió el lunes pasado en las escuelas Pío Baroja de Bilbao indignó a los padres de los compañeros del pequeño. Juan Carlos Angulo, el padre, llevó a David al colegio por la mañana. Cuando llegaron al centro todos los niños de su ‘gela’ estaban a la entrada, nerviosos e ilusionados, con sus mochilas y sus maletas, esperando para subir al autobús. Algunas andereños, ajenas a lo ocurrido, animaron a David desde lejos: ¿Venga David, que nos vamos!, le gritaron. «No, él no va», cortó el padre. «¿Por qué?», le preguntaron. El jefe de estudios intervino. Se llevó a David dentro de la escuela para evitar que viera cómo se iban sus compañeros en el autobús.
«Era su derecho»
Muchas madres de la escuela se han ofrecido a recoger firmas para presentar una queja formal ante Educación. «Algunas amatxus de compañeros de David se me abrazaban estos días cuando me veían en el colegio para trasmitirme su apoyo. Es muy duro que te hagan sentir que tu hijo es una carga, un estorbo… Te duele en el alma». Mari Carmen quería tirar la toalla. «Me pasé el fin de semana llorando. Mi hija de 7 años me preguntaba por qué no había podido ir su hermano a la granja. Noté que había tocado fondo. Con estos niños te ves obligado a luchar tanto… y esta experiencia me hundió».
No lo ha hecho. Por su hijo y por otros niños en sus mismas circunstancias. «Hay más pequeños en la escuela con necesidades especiales y no quiero que ni a ellos ni a mi hijo vuelva a ocurrirles una situación similar. Quiero que tengan auxiliares para ir a una granja, a la piscina, al Parque Infantil de Navidad y a cualquier salida como el resto de los escolares», defiende.
La pareja ha preparado un escrito en el que pide explicaciones por lo ocurrido a los responsables educativos y se ha puesto en contacto con la Asociación de Padres de Alumnos de la Escuela Pública Vasca y con el berritzegune, el centro de apoyo a los colegios. «Yo tiro de mi hijo. Hacemos lo que sea por él. Pero sólo pido que me ayuden, que no me cierren puertas. La ley ha hecho una apuesta por la integración de los alumnos con necesidades especiales en la escuela. Que la cumplan. Y si tienen dificultades de contratación de auxiliares, que articulen soluciones para garantizar los derechos de mi hijo», clama.
David asistió a clase la pasada semana mientras el resto de alumnos estaban en la granja. «Al volver a casa nos decía ‘no está andereño ni compañeros’. Pero lo más duro es cuando nos preguntaba: ‘¿y los caballos? ¿y los patos…?’ Lo ha pasado mal. Se da cuenta de que no ha ido a la granja como los demás, aunque él no entiende las razones. Y casi es mejor que no las comprenda…», se lamenta la madre.