No creo que abunden los políticos “diurnos”, esos servidores de España, que no del poder, dispuestos a valerse de la luz para ejercer su ministerio. En cambio, estoy convencido de lo contrario, la astucia animal, empleada con fines innobles para servir al espíritu del partidismo, adquiere valores inimaginables en la exploración de la contingencia; o sea, de la posibilidad, mientras el pueblo duerme. Es un caso parecido al de los depredadores noctívagos, con la notable diferencia de que los irracionales proceden de acuerdo con sus instintos y la mayoría de políticos actúa con premeditación y, no quiero decir, alevosía. Dicho esto, tratemos de justificar mi aserto.
¿Convenimos en admitir que la política española está judicializada, y politizada la judicatura? Si es como apunto, nuestra democracia corre el serio peligro de convertirse en burla a la libertad.
Los tres poderes: legislativo, ejecutivo y judicial, autónomos por naturaleza democrática, no deberían estar condicionados a los manejos políticos ni a las intrigas fácticas. Cualquier democracia que se precie de serlo (con la sola participación del pueblo mediante el sufragio universal no es posible la auténtica libertad), está obligada al estricto respeto de las leyes; comportamiento éste que, por desgracia, deja de ser modélico en España para transformarse en comodín de intereses espurios. Sin embargo, a mi parecer, existen diversos grados de responsabilidad. Así, los políticos, siempre al aceho de las debilidades humanas, contraen menos deberes que los magistrados cuando se trata de defender la autenticidad de la Justicia. Aquéllos, dotados de potestad para legislar y gobernar, prestan sumo cuidado a la hora de defender sus parcelas de poder, en tanto que los jueces –aunque no todos, por fortuna para la nación-, por las razones que sean, no parecen estar dispuestos a velar con todas sus fuerzas por la legitimidad de sus derechos; aunque es necesario puntualizar, en favor de la judicatura, que las formaciones parlamentarias más relevantes fuerzan situaciones extremas para conseguir sus fines, en ocasiones rozando los límites de la legalidad, cuando no sobrepasándolos.
¿Por qué razón – me refiero a “razón de peso democrático”- los partidos mayoritarios eligen jueces? Desde mi perspectiva de hombre de la calle, no lo veo correcto. Es verdad que un juez tiene derecho a votar, y, por lo tanto, en su papeleta queda implícita su intención ideológica. No obstante, en el momento de tomar decisiones jurídicas no puede, en conciencia, traicionar el peso de la ley. En ningún caso, haya sido elegido por los gobernantes, por la oposición o vaya usted a saber por qué otro extraño procedimiento.
Es posible que yo peque de ingenuo, mas no de ciudadano contrario a las virtudes democráticas. Aceptaré las decisiones judiciales, no sólo porque no me quede otro remedio sino también por convicción; porque si dejase de creer en la Justicia de manera absoluta, no me quedaría otra opción que la de aliarme con Satanás, como tienen por costumbre determinados políticos y otros “sacerdotes” institucionales cuando, afirmando que “España va bien”, mezclan los avances económicos con el desacato a las leyes y la interferencia en los asuntos judiciales de interés político partidista.
Todo este entramado de intereses y felonías tendría fácil solución si, aplicando correctamente nuestra Carta Magna, los mass media, unos defendiendo los postulados derechistas y otros apoyando a las izquierdas, se abstuvieran de hacer comentarios periodísticos y radiofónicos mientras los jueces trabajan. Luego, sí, cabrían las críticas pertinentes y, como les sucede a los profesionales de la medicina, la Justicia podría exigir responsabilidades a los juristas corruptos. Mas este comportamiento democrático sólo puede exigirlo el pueblo, ya que los políticos honestos –que también existen- quedan marginados, ridiculizados, y condenados al ostracismo cuando no asumen los dictados jerárquicos. Sin embargo, ¿qué se puede hacer, teniendo en cuenta que, tanto la TV como la radio, entre publicidad y fútbol, entre mentiras y ambigüedades, golpes bajos y manipulaciones indecentes condicionan la diaria “información”?
En mi criterio, y ya para terminar, el más poderoso antídoto contra la corrupción política lo tenemos al alcance de la mano: la abstención ante las urnas. Con el solitario voto de curas, monjas y banqueros los “jueces” serían jueces y los ciudadanos de a pie podríamos hacerles una pedorreta a los políticos de turno.
augustus