La razón de la sinrazón: el uso y el abuso de la Genética
La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura
El Quijote.
En un mundo desarrollado tecnológicamente, se puede aprovechar todas las herramientas disponibles tanto para hacer el bien, como para hacer el mal.
El diagnóstico genético prenatal permitió, en muchos casos, conocer las enfermedades que un feto podría sufrir en caso de que naciera, dando la posibilidad de preparar tratamiento con antelación o, en la mayoría de los casos, dar la elección a los padres de tener el hijo o practicar el aborto. El debate moral generado por la práctica de este tipo de abortos ha culpado a la Genética, haciéndola responsable de la pérdida de la vida de mucgos seres humanos.
La tecnología de la fecundación in vitro ha abierto la posibilidad de diagnosticar los embriones antes de ser implantados en la madre, de forma que podemos seleccionar de entre los embriones generados los que estén libres de mutaciones genéticas graves que podrían aparecer en familias con alta probabilidad de sufrir enfermedades, en muchos casos incurables. Pero de nuevo, el asunto de los embriones, cómo considerarlos y tratarlos, ha abierto un debate moral y legal que todavía no se ha resuelto.
En ambos casos, son los padres los últimos responsables de sus hijos, y poco a poco los legisladores se están poniendo de acuerdo en otorgar a los progenitores el poder de elegir qué hacer con los embriones, gametos y células que portan parte, si no toda, su información genética.
Sin embargo, todos estos avances técnicos pueden llevar a la sinrazón de una forma muy directa y peligrosa, y es ahí donde debemos trazar la línea de la moralidad (relatividad de criterio individual) y de la legalidad (marco que todos deben acatar). Existen familias que, de una forma sorprendente, quieren que sus hijos sean portadores de las mismas taras y enfermedades genéticas que los padres. En aras de lo que consideran “una peculiaridad social” o formar parte de “una minoría lingüistica”, parejas de sordos prefieren que sus hijos sean sordos también, y recurren a los procedimientos diseñados para evitar esta condición en su descendencia para hacer todo lo contrario: elegir los embriones que resultarán en hijos sordos.
Tal contrasentido será regulado, espero que prohibido, en un futuro. Pero será imposible controlar que estos comportamiento no se realicen por clínicas desaprensivas deseosas de explotar el asunto. ¿Por qué no hijos ciegos, con enfermedades incurables como la de Huntington, o retrasados mentales? Un mensaje para reflexionar.