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Más historias reales: Carlos II “el Hechizado” y la consanguinidad
Ya había mencionado en la entrada anterior que la hemofilia, una enfermedad hereditaria que azotó las familias reales europeas al comienzo del siglo XX, no es producto como se cree de la elevada consanguinidad de las familias reales europeas, sino del deseo de emparentar con la reina más poderosa de la tierra en ese momento, la reina Victoria.
Pero, ¿qué efectos tiene entonces la consanguinidad? Si Juan Carlos I y Sofía son primos lejanos, ¿afecta esto a la probabilidad de sufrir enfermedades hereditarias de sus hijos? Obviamente sí.
Muchas enfermedades hereditarias son recesivas, es decir, para sufrirlas se tienen que recibir alelos defectuosos del mismo gen tanto por parte de madre como por parte de padre. Afortunadamente, y debido a la selección natural, la frecuencia de los alelos de enfermedades graves es siempre muy pequeña. Por ejemplo, una de las enfermedades hereditarias más frecuentes, la fibrosis cística, ocurre una vez de entre 4500 nacimientos en España. El que dos personas estén emparentadas hace que aumente la probabilidad de llevar los mismos alelos de sus genes, heredados de un ancestro común, de forma que las enfermedades recesivas son más frecuentes cuanto más cercano sea el parentesco de los padres. Pero además de enfermedades conocidas y descritas, podemos encontrarnos todo tipo de condiciones no favorables por la presencia de muchos alelos iguales debidos a una consanguinidad repetitiva.
Los árboles genealógicos de las familias reales son intrincadísimos, volviendo a relacionarse familias nobles una y otra vez. Un caso extremo fue el de la dinastía de los Austrias, o casa de los Habsburgo. Los Habsburgo fueron reyes de Austria, Alemania, Hungría, Croacia, Bohemia, España y Portugal, y regentes de varios principados y ducados más. Carlos I de España (conocido fuera de ese país como Carlos V) dividió la dinastía en dos ramas, la austriaca y la española. La rama española desapareció en 1700 debido a la ausencia de descendientes directos. ¿Tuvo la Genética algo que ver en el asunto? Rotundamente sí.
Los historiadores han venido diciendo mucho de la decadencia de la casa de los Habsburgo, que si eran impotentes, enfermizos, locos o huidizos del sexo. La leyenda negra, una serie de infundios proclamados contra España y sus dirigentes por sus enemigos, ahonda diligentemente en esta degeneración dinástica. Una serie de enlaces entre primos o entre tíos y sobrinas apoyan la hipótesis de la consaguinidad. Pero, ¿qué hay de científico en estas afirmaciones históricas?
Gonzalo Álvarez, Francisco C. Ceballos y Celsa Quinteiro, del Departamento de Genética de la Universidad de Santiago de Compostela, publicaron en 2009 un artículo sobre el papel de la consanguinidad, es decir, de los matrimonios entre parientes, en la desaparición de la rama española de los Austrias, con la muerte de Carlos II en 1700, disminuido física y psíquicamente, que murió sin dejar descendencia, dando paso a la llamada Guerra de Sucesión, que hasta 1713 enfrentó a varias casas dinásticas europeas y a los españoles entre sí.
El nivel de consanguinidad de un individuo puede determinarse mediante el cálculo del llamado coeficiente de consanguinidad (F), que indica la probabilidad de que un gen cualquiera, tenga dos alelos iguales por haberlos recibidos del mismo ancestro a través de padre y madre. Por ejemplo, los descencientes entre primos hermanos tienen un F=0.0625. Eso quiere decir que 1 de cada 16 genes tiene sus dos alelos iguales. O lo que es lo mismo, de los 25 000 genes que tenemos los humanos, cerca de 1560 serán homozigotos por consanguinidad.
Álvarez y sus colaboradores tuvieron que analizar el intrincadísimo árbol genealógico de los Austrias españoles para determinar que Carlos II tenía un coeficiente de consanguinidad de 0.254, mayor que el que tienen los hijos entre hermanos. Pero no solo eso, sino que hay una correlación entre la consanguinidad y la mortalidad infantil antes de los 10 años. Esto creó en muchos de los reyes problemas con la descendencia y la sucesión, una maldición que persiguió a los Austrias desde Felipe II. Por ejemplo, los hijos de Felipe II con su cuarta esposa, su sobrina Ana de Austria (hija de su primo Maximiliano II y su hermana María de Austria y Portugal) tenían un coeficiente de consanguinidad de 0.218. Fernando, Carlos Lorenzo, Diego Félix y María murieron antes de cumplir los ocho años. Carlos, el resultado del primer matrimonio de Felipe II con su prima hermana doble, María Manuela de Portugal, tenía un índice de 0.211. La historia de éste último príncipe colaboró enormemente con la leyenda negra antiespañola en Europa, como reflejan las obras literarias y operísticas de Don Carlos.
Durante el reinado de Felipe III parecía que la maldición de la consanguinidad estaba dirigida a desaparecer. Su matrimonio con Margarita de Austria-Estiria parecía indicarlo, pues eran “solamente” primos en segunda generación (Margarita era prima hermana de la madre de Felipe III); sus hijos tenían un coeficiente de “solo” 0.115. Pero Felipe IV se casa con su sobrina Mariana de Austria, también prima por la rama de Estiria, desbarantando el plan y elevando la consanguinidad de su descendencia al máximo de la dinastía. Parece que Carlos II padeció deficiencia hormonal de la pituitaria y acidosis real distal, dos enfermedades recesivas causadas por su elevada consanguinidad, que además le causaron esterilidad.
Hemofilia, la enfermedad real
La reina Victoria estuvo en el trono de la nación más poderosa del mundo durante 63 años. El imperio británico se expandió considerablemente durante su reinado. Sus nueve descendientes, y gran parte de sus nietos, se casaron con miembros de varias casas reales y de la nobleza de toda Europa. Era un honor estar emparentado con la monarquía más influyente del mundo. De esta manera, zares de Rusia, reyes de España, príncipes de Prusia (Alemania), reyes de Grecia, reyes de Dinamarca, reyes de Rumanía y reyes de Suecia, además de multitud de nobles de diverso rango, llevan parte de la sangre de la reina Victoria. Y por supuesto los descendientes de la familia real británica.
Todo ello ha llevado a aumentar la conocida consanguinidad de muchas de las familias reales, que actualmente se están encargando de arreglar con matrimonios con clase plebeya. Pero lo que me lleva a hablar de familias reales en esta entrada no tiene que ver directamente con los problemas genéticos que la consanguinidad presenta, sino con la dispersión de un alelo de una enfermedad genética antiguamente mortal, la hemofilia.
El príncipe Leopoldo, duque de Albany, el octavo hijo de Victoria, fue el primer miembro real afectado por la hemofilia. Concretamente, se trataba de la hemofilia B, o deficiencia en el factor de coagulación IX. Es la segunda causa más frecuente de hemofilia, afectando a uno de cada 25.000 varones nacidos. Al faltar una de las proteínas necesarias para la coagulación de la sangre, las heridas tardan mucho en cicatrizar. Aunque cortes pequeños y añarazos no suelen ser un problema, cortes y heridas mayores puede provocar la muerte por desangramiento. También puede crear sangrado en las articulaciones, con consiguiente dolor e hinchazón.
El gen defectuoso en las personas que sufren este tipo de hemofilia se denomina F9, y está localizado en el cromosoma X (Xq27.1-q27.2). Eso significa que presenta herencia ligada a X, también conocida como herencia ligada al sexo. Las mujeres tienen dos cromosomas X (XX), mientras que los hombres tienen un cromosoma X y uno Y (XY). Al ser los alelos de la hemofilia recesivos, las mujeres necesitan dos alelos defectuosos para padecer la enfermedad, aunque los hombres solo necesitan uno. Por este motivo, la enfermedad es mucho más frecuente en hombres. No había antecedentes de hemofilia en la familia, así que se supone que apareció una mutación en Victoria de forma espontánea, como ocurre con el 30% de los casos. La hemofilia de tipo A, la más frecuente, ocurre en 1 de cada 5000 varones nacidos, y es debida a un defecto en el factor de coagulación VIII, cuyo gen también presenta herencia ligada a X.
Leopoldo murió tras una caída, antes de conocer a su hijo Carlos Eduardo. Su hija Alicia era con toda seguridad portadora del alelo de la enfermedad, al ser uno de sus cromosomas X heredado de su padre. De hecho, uno de sus nietos (Ruperto) sufrió la enfermedad y murió en un accidente de automóvil en 1938. Éste es un caso insólito en la herencia de la hemofilia, enfermedad que provocaba la muerte en los primeros años de vida. Puesto que pertenecían a clases adineradas, los varones afectados pudieron tener cuidados suficientes y sobrevivir para llegar a tener hijos, cosa harto infrecuente en una época donde no había tratamiento de la enfermedad.
El heredero del trono británico, Eduardo VII, no sufría la enfermedad, por lo que la familia real inglesa quedó libre de su fatal herencia. No fue así el caso de las demás familias reales europeas. Dos hijas de Victoria, Alicia y Beatriz, descubrieron que eran portadoras del alelos al tener hijos hemofílicos.
Alicia se casó con el duque de Hesse, teniendo dos hijas portadoras, Alejandra e Irene, y un hijo afectado, Federico de Hesse. Alejandra se casó con Nicolás II de Rusia, transmitiendo la enfermedad a su hijo Alexis, siendo toda la familia asesinada en la revolución bolchevique. Irene dio a luz a dos príncipes de Prusia que fueron hemofílicos, Waldemar y Enrique.
Beatriz a su vez se casó con el duque de Battenberg, y tuvo dos hijos hemofílicos, Leopoldo y Mauricio, y una hija portadora, Victoria Eugenia, que al casarse con Alfonso XIII de España, introdujo la enfermedad en la familia real española. El príncipe de Asturias, Alfonso, así como Gonzalo, el hijo menor, sufrieron la enfermedad. La familia real española fue expulsada del país con la proclamación de la II República en 1931. Alfonso renunció a sus derechos de sucesión para casarse con una plebeya en 1933. En 1938 murió en Miami en un accidente de tráfico, posiblemente a causa de su hemofilia. Gonzalo murió también de un accidente de tráfico en 1934. No dejaron descendencia.
Su hermano Jaime era sordo, y renunció a los derechos de sucesión en 1933 por ser considerado por su padre incapaz para heredar el trono. El heredero del discutible trono de España pasó a ser Juan, padre del rey Juan Carlos I. Al estar libre Juan de hemofilia, la familia real española actual quedó libre de tal enfermedad.
Así pues, aunque los herederos del trono de España quedrían libres de la hemofilia, es posible que parientes más o menos cercanos del monarca actual la sufran. Un ejemplo podría ser Alessandro Lecquio, cuya bisabuela Victoria Eugenia es la abuela de Juan Carlos. Pero nos tememos que si Lecquio fuera hemofílico ya nos hubiéramos enterado. El árbol genealógico de la reina Victoria y sus descendientes no deja de ser intrincádisimo. Su padres ya eran primos hermanos, y entre sus descencientes se encuentran tanto la reina Isabel II como su marido, Felipe de Edimburgo. Asimismo, Juan Carlos I y Sofía de Grecia son parientes de sangre al compartir el complicado árbol genealógico de la reina Victoria.