LOS CONFLICTOS ENTRE MORELLA Y SUS ALDEAS

Morella y sus aldeas vecinas siempre habían formado un cuerpo único, aprovechándose de los bienes comunes (leñas, pastos, etc.). Pero en un momento determinado, algunas de estas localidades pretendieron tener sus propios límites, sin que Morella ni las otras aldeas pudieran adentrarse en ellos. Nombraron para ello un comisionado para presentar esta petición al monarca (Pedro IV), siendo elegido don Antonio Folch de Castellfort.

El representante de estas aldeas tuvo audiencia con el rey, que se hallaba en Valencia, y con fecha de 13 de enero de 1340 ordenó al Bayle de Morella que se llevase a cabo tal separación. Pero todavía exigían más (algunos bosques y terrenos situados en los lindes), y el Bayle se vio obligado a suspender este asunto. Las aldeas no se quedaron calladas, y al año siguiente escribieron una carta a la reina Leonor para que el Bayle de Morella retomara el asunto hasta concluirlo. Así fue y desde entonces (agosto de 1341) las aldeas tuvieron su demarcación particular, quedando las dehesas para el común aprovechamiento junto con Morella.

Pasaba el tiempo y la importancia política de las poblaciones esparcidas dentro de los límites jurisdiccionales de Morella crecía cada vez más, así como su número de habitantes y su riqueza. Otras aldeas manifestaron entonces que permanecer dependientes de la matriz era ya insoportable, y propusieron la separación al rey, aduciendo que eran capaces de gobernarse por sí mismas. Pedro IV les concedió esta petición durante las circunstancias de la guerra con Castilla, a través de un privilegio con fecha de 8 de junio de 1358.

Pero una epidemia de peste, acompañada con los desastres de la guerra, mermó a estas aldeas hasta el punto de que Morella se aprovechó de ello para pedir al rey que revocara el privilegio:  “…e com las aldeas estaben desolades e algunas mudaren de siti, é Morella tenie síndic en les Corts, par so el Rey invalildá el privilegi…” cuenta la memoria. En 1369 se anuló el decreto real, y para que las aldeas no volvieran a las andadas, se acordó una multa de quinientas libras si fuera un particular quien reclamara, y cinco mil si lo hiciera una universidad.

No para aquí este asunto. Siglos después, en 1648 siendo rey Felipe IV, las aldeas propusieron de nuevo la separación. Accedió y firmó una orden para poder erigirse en villas, pero los prohombres de Morella antes de publicarse, manifestaron al rey que había un pleito pendiente ya de muchos años. Este hecho, junto con los servicios prestados por Morella al monarca durante la guerra con Cataluña, motivó que Felipe IV se echara atrás en su decisión y anulara su decreto antes de que llegara a manos del Síndico de los pueblos.

Las demandas se repitieron nuevamente en 1671 y en 1690, cuando por fin, estando el tesoro real exhausto, se les brindó a las aldeas la posibilidad de que entregaran veinte mil pesos  a cambio de separarse de Morella. No aceptaron todas las aldeas, sólo Forcall, Catí, Villafranca, Cinctorres, Castellfort, Portell, Olocau, La Mata y Ballibona. Se nombró a un Síndico Procurador (don Juan Bautista Peñarroya) quien pudo lograr su cometido, y el 9 de febrero de 1691 se firmó un decreto por el cual estas aldeas se separaban de Morella, erigiéndolas en villas reales, no sin la protesta de Morella a las cortes del reino. Entre otras gracias concedidas, estaban la independencia de la matriz, el nombramiento de justicia propio o la capacidad de insacular los elegibles para los cargos públicos.

El decreto de 1707 que abolió los fueros fue el punto y final a una cuestión que se inició a mediados del siglo XIV y se alargó hasta últimos del XVII.


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