Medidas sanitarias adoptadas de carácter colectivo durante la peste de Orihuela de 1648.

El Municipio de Orihuela, ante las primeras noticias de peste procedentes de Valencia, pone en marcha inmediatamente el mecanismo previsto para estos casos: vigilancia sobre personas y mercancías y cumplimiento de cuarentena. En una palabra, aislamiento.

Las medidas conducentes al aislamiento del mal (ropas, enfermos o sospechosos) del resto de la población sana son también empleadas cuando la peste penetra en la ciudad. En el período de transición entre la aparición de los primeros sospechosos y la abierta declaración de la epidemia, la sociedad se preocupa de establecer esas medidas aislacionistas respecto del enfermo o sospechoso, que se convierte, por el mero hecho de serlo, en un auténtico marginado social. En ese período, las medidas son discriminatorias. A los pobres se les recluye en una casa o enfermería habilitada al efecto, mientras que se montan piquetes de vigilancia ante las viviendas de sospechosos de la clase acomodada. Naturalmente, esta discriminación tiene como base, no sólo el ordenamiento social de la época, sino también el hecho de que la enfermedad se extiende con más rapidez entre la masa popular. Por otra parte, los acomodados y nobles se apresuran a huir de los focos epidémicos. El Hospital del Corpus Christi (Hospital General), situado dentro de los muros de la ciudad, pronto se llena y se convierte a su vez en uno de los focos más peligrosos.

La declaración de epidemia conlleva inmediatamente la adopción de medidas de urgencia, que se suman al aumento del rigor de las clásicas. Aquéllas se limitan, especialmente, a la creación de una red de enfermerías, situadas fuera de la ciudad, capaces de absorber el contingente de enfermos (la mayor parte pobres) y al servicio del proceso de marginación social que sufre el apestado por parte de su sociedad. En efecto, el 27 de febrero el Municipio de Orihuela acordó dedicar una casa “para los enfermos pobres”, adscribiéndosele uno o dos religiosos y cuidados médicos (médicos, cirujanos, medicinas y personal auxiliar). Todo ello por cuenta de la ciudad. Dicha enfermería recibió en Orihuela el nombre de “Casa del Capítulo”.

El aumento de la morbilidad, la falta de previsión del Municipio, que instaló la “casa del Capítulo” en el interior de la ciudad, y las intolerables condiciones del edificio hicieron que se pasasen a los enfermos pobres, el 4 de marzo de 1648, a una serie de barracas (barracas de Antoni Pascual), ahora ya en las afueras, ya que “el puesto donde oy están no es capás, según el mucho número de enfermos y ruín edficio”. Tampoco esta instalación provisional fue suficiente, por lo que el 28 de marzo se resolvió “habilitar la casa y barracas del marqués de Rafal para hospital”, con el fin de curar a los enfermos que hayan sido víctimas del contagio, poniendo tantas camas como fueren necesarias, así como personal de asistencia: médico, cirujano y gente para servir.

Pese a estas disposiciones, las condiciones de estas enfermerías hicieron desear las instalaciones de la “Casa del Capítulo”. Las descripciones más horrorosas y estremecedoras de la peste de Orihuela corresponden a las de estos hospitales de apestados. El informe del subsíndico Alonso Rodríguez es terminante: “el habitar en dites barraques e hospitales basta a matar”. Fue tanto el horror, que los médicos, cirujanos y frailes se negaron a prestar asistencia. Los enfermos, sofocados por el calor, sin camas suficientes, “dormen molts al ras, rebent damunt les inclemències del sel y aygües que plou”.

Todo ellos, sumado al aumento de morbilidad, exigía la habilitación de una enfermería, no sólo más capaz, sino con las condiciones mínimas de carácter higiénico marcadas por los médicos y expresadas en el informe del “comisario real”, Jacinto Martínez.

“E dix [Jacinto Martínez] que, per la experiencia que té en la facultat de medicina y noticia del puesto de sent francés [convento de Santa Ana] y capasitat de aquell, té al dit convent per molt útil y necessari pera portar als malalts de la enfermetat de contagi a aquell, per gosar de bons ayres y estar apartat de la ciutat y tenir tots los requesits necessaris pera la curació dels malalts y pera estar ab comoditat los metges, sirurgians y demés servents, y pera poder administrar los sacraments, y los difunts serán soterrats ab sacilitat sens escándalo. Y té per cert que es trobaran molts a servir, y, de dexaro de fer, té per certa la ruïna y perdició de esta ciutat; y que no li pareix aia altre més bon puesto que lo dit convent.”

La inhibición de la iglesia de Orihuela hizo que el Municipio tomara la iniciativa. En efecto, el 17 de abril se acordó la incautación del convento de franciscanos para convertirlo en hospital:

“Pera que los malalts de la present ciutat y dels dits hospital [barracas de Antoni Pascual y huerto del marqués de Rafal] estiguen millors ab més comoditat, e pera que sesse dit mal de contagi…, pera que càpien tots los malalts quey a en dita ciutat y en dits hospitals perquè, de no fero, no hi haurà malalt que cobre salut ni qui serveixca que no cayga malalt, y axí es ver.”

Al día siguiente se llevó a cabo la operación.

Tengamos en cuenta que la situación era –desde el punto de vista de la capacidad y condiciones de hospitales y enfermerías- insostenible. El Hospital general del Corpus Christi, no sólo estaba desbordado, sino en una situación caótica. En efecto, entre el comienzo de la epidemia y la primera quicena de mayo, van mueriendo todos los religiosos de San Juan de Dios, sin que se les sustituya pese a las continuas solicitudes. El Hospital tiene que cerrarse. El convento incautado de Santa Ana se convierte en el hospital. El aumento de la morbilidad en dicho hospital a finales de mayo y principios de junio (pasa de 500 a 650 enfermos), se explica en parte por el traslado de apestados desde el Hospital del Corpus Christi. No obstante, la situación catastrófica de la ciudad obliga a restaurar y acondicionar mínimamente las barracas de Antonio Pascual y las del marqués de Rafal, que continuaron funcionando hasta el fin de la epidemia.

Dichas medidas asistenciales se complementaron con la creación de casas para convalecientes, eslabón intermedio que marca el proceso de reintegración del apestado de la sociedad. Estas casas fueron creadas en Orihuela el 8 de abril de 1648 y su justificación médica se apoya en el concepto de cuarentena.

Además, las medidas asistenciales fueron acompañadas de un aumento en el rigor de las profilácticas: enterramientos masivos en sitios apartados –extramuros-, en zanjas “de catorce palmos de hondas y seis de anchas”, a las que se les echaba cal; establecimiento de un horno crematorio alejado de la ciudad una legua, a donde se llevaban y quemaban desde mercancías sospechosas hasta los vestidos, colchones, sábanas y efectos de los apestados, poniendo especial cuidado en quemar la lana; organización de recogida de cadáveres en carros habilitados al efecto; desecación de zonas pantanosas; clausura, sellado y señalización de las viviendas dejadas por los enfermos o difuntos; mantenimiento del suministro de nieve como remedio terapéutico; cuidado en la purificación mediante “fuegos de flama”, romero, vinagre, etc.


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