Son muchos los tópicos sobre la minoría morisca que la investigación histórica ha conseguido arrinconar por completo.
Hoy sabemos, por ejemplo, que los moriscos no eran una minoría miserable y oprimida por sus señores o -al menos- no lo era con carácter general. Sabemos también que no forzosamente existía una relación de antagonismo entre moriscos y cristianos viejos. Algunos historiadores, incluso, han llegado a plantear que su expulsión pudo ser beneficiosa para la modernización de la economía agraria valenciana. Intentaremos repasar estas y otras cuestiones desde el privilegiado punto de observación que nos proporciona la capital del Palancia.
Segorbe poseía una de las más importantes morerías del reino de Valencia y, en su conjunto, el Ducado agrupaba a la población morisca valenciana seguramente menos contaminada culturalmente por influencias externas gracias a los especiales privilegios otorgados por el rey Jaime I. Los datos demográficos que se han conseguido reunir, se estaría hablando de unas 229 familias moriscas en Segorbe hacia 1563, de unas sospechosamente reducidas 116 en 1572, de unas 262 en 1602 y de unas 350 en 1609 según el recuento del marqués de Caracena, que sin embargo, el obispo Aguilar rebaja a unas 260. No debemos otorgar a estos datos más que un valor indicativo, con la excepción, tal vez, del registro virreinal de 1609. Una reducción tan notable de la población morisca entre 1563 y 1572, por ejemplo, es sencillamente inverosímil y solo atribuible a la falta de habilidad del contador. Sea como fuere, entre 250 y 350 hogares moriscos pudo haber en la ciudad de Segorbe entre 1550 y 1609, cifra que vendría a representar, pues, entre 1.000 y 1.400 cristianos nuevos.
Los moriscos de Segorbe constituían, pues, una comunidad prospera, con un fuerte grado de compromiso interno, excelentemente relacionada con las grandes aljamas del centro y norte de Valencia y aparentemente ajena a todo trato, que no fuese el crédito o la mercadería, con la comunidad cristiana. Habían aceptado el bautismo impuesto en 1526, pero continuaban manteniendo su tradicional identidad grupal gracias a la ausencia de una verdadera integración, voluntaria o forzosa, con los cristianos. Incluso desde un punto de vista socio-urbano, los moriscos no convivían con los cristianos más que en el arrabal: la ciudad amurallada era un coto cristiano-viejo y la almunia era, aparentemente, una reserva morisca.