Aunque la Guerra de Sucesión había tenido graves y muy importantes consecuencias económicas, éstas habían afectado más al dominio fiscal y hacendístico que al terreno propiamente productivo y financiero. De hecho, el conflicto bélico no parecer haber supuesto más que un paréntesis entre las magnificas perspectivas económicas de finales del siglo XVII y el proceso de crecimiento iniciado tras los últimos años de la contienda. Todos los indicadores macroeconómicos, desde la demografía al comercio de larga distancia ya se hallaban en franca recuperación hacia 1715.
Antes que integrarse en la red de distribución colonial o americana del aguardiente (hacia 1770), de la cerámica (hacia 1774) o del papel blanco de alta calidad (hacia 1790), las fuerzas productivas segorbinas se habían concentrado en el tremendo esfuerzo de incrementar en más de una tercera parte su población en el breve espacio de tiempo comprendido entre 1747 y 1768. Esta circunstancia, además, había provocado una fuerte ruralización de la economía y del espectro sociológico segorbino, una circunstancia que el llamado Censo de Floridablanca (1787) constatará de manera inequívoca.
Sólo a partir del último tercio del siglo XVIII, una parte de la producción local pudo comenzar a ser atraída hacia el comercio ultramarino. Sin embargo, en aquel momento, la competencia de otras muchas ciudades valencianas, especialmente las meridionales, como Monforte, Novelda, Alicante, Alcoi, Bocairent y Ontinyent, y del resto de España era tan intensa que las posibilidades de expansión a la economía segorbina se hallaban muy comprometidas.
Segorbe había experimentado un crecimiento demográfico cercano al 30 % en tan solo veinte años. Semejante aumento hubiera sido imposible sin una ampliación paralela de la superficie cultivada, sin la substitución de los leñosos por los cereales y, por supuesto, sin el recurso a las compras dentro de un mercado regional de trigo que comenzaba a ser, objeto de las ansias liberalizadoras de los gobiernos borbónicos.