El alumbrado público y la vida nocturna en Valencia

Quiero dar a conocer en el presente artículo, una introducción ilustrativa a esa Valencia del siglo XVI, y uno de los aspectos sociales clave como es el miedo a una ciudad oscura y a la inseguridad ciudadana que conllevaba, en una etapa de inicio de la constitución de una red de alumbrado primitiva en la ciudad.

“El miedo era hijo de la noche” escribía Polidoro Ripa a inicios del siglo XVII, y es que es intrínseco en la naturaleza humana, tanto en el medio rural como en las ciudades, la noche dejaba al ser humano expuesto y vulnerable en un momento del día caracterizado por el reposo y la quietud que llevaba a un incremento del poder de lo imaginario e irracional.

Ilustración de la muerte acechando a la Ciudad
Ilustración de la muerte acechando a la Ciudad

Se intentó en la ciudad de Valencia lograr cierta iluminación artificial nocturna, pero de manera precaria, con la utilización de leña, cera, sebo y aceites, pero siempre para las clases más altas o edificios de poder, mientras que la vida cotidiana de la clase popular desfavorecida, quedaba totalmente limitado a la luz solar.

El temor entorno a la noche venía reflejado en el miedo subjetivo propio de la cultura y de la superstición, relacionado con espíritus, brujas y espectros del subconsciente, pero también del miedo real, que convertía la oscuridad en terreno para malhechores, marginados y prostitutas.

En la Valencia del siglo XVI, con la noche desaparecía el trasiego de gentes y vehículos, mientras que se teñían de oscuridad y silencio las estrechas calles de la urbe. Los espacios de socialización se reducían a tabernas y teatros de actividad restringida por las autoridades y especialmente a las tertulias privadas entorno a una fuente de luz o calor, pues la calle era terreno acotado para la inseguridad y el peligro.

Su uso se reservaba para casos de emergencia y siempre con la provisión de un candil o antorcha, muchas veces ni tan siquiera médicos, comadronas o posaderos accedían a atender sus obligaciones y era en las grandes ciudades como Valencia donde se ofrecían los mayores inconvenientes. Son repetitivos los testimonios de diversos viajeros que destacaban los problemas con la delincuencia y la prostitución, junto a pandillas de alborotadores, se llegó a contabilizar en la ciudad a más de 1.500 prostitutas distribuidas por sombríos callejones y vestidas de blanco para poder ser vistas en la oscuridad.

Ilustración de la sociabilidad en una taberna-mancebía
Ilustración de la sociabilidad en una taberna-mancebía

Durante la noche y a excepción de las fiestas populares, Valencia era un espacio bastante desaconsejado para transitar, hasta la llegada de la Ilustración y el nuevo urbanismo del siglo XVIII no se logró asegurar un alumbrado público acompañado de cuerpos de policías que aseguraran las calles, así como de sistemas de higiene público que aseguraran la salubridad de la ciudad.

La Valencia del XVI quedaba encorsetada en sus murallas, una ciudad insegura, desordenada e insalubre, donde se acumulaban cementerios, cárceles, hospitales, mataderos, muchas veces cercanos o colindantes a las propias viviendas. El tradicional alumbrado se conseguía mediante aceite vegetal, principal materia prima utilizada para ello, la cual resultaba costosa e inaccesible para la mayor parte de la población, únicamente ayuntamientos, templos religiosos, teatros y otros lugares públicos, junto a viviendas acomodadas y palacetes, disponían de un alumbrado escaso y de duración limitada que mantenía, junto a rondas nocturnas, el centro político y económico de la población con cierto sistema de iluminación independiente, carente de horario fijo y de distribución uniforme.

Duelo callejero (Escena de Alatriste rodada en las Calles Altas de Ronda)
Duelo callejero (Escena de Alatriste rodada en las Calles Altas de Ronda)

El resto de la ciudad, permanecía sumida en la oscuridad y el silencio, únicamente alumbrada por el farolillo de un particular que osaba circular por las calles, o por la tenue luz de las imágenes y capillas de santos distribuidas por el casco urbano, como era el caso de las más de 700 distribuidas por la Valencia del XVI, “alumbradas por mezquinos faroles, daban un aspecto más misterioso y triste a la ciudad”.

Relataban los cronistas de la necesidad de iluminación artificial en las calles: “Las tinieblas y la oscuridad de la noche es materia dispuesta para el ejercicio de las maldades e insultos nocturnos como la experiencia lo tiene acreditado; y en su precaución exige esta necesidad, la aplicación de los medios que en lo posible lo eviten. Sin perjuicio de las continuas rondas y otras operaciones dirigidas al intento no se acomoda otro que de la luz artificial, con el competente alumbrado de calles, pues la ciudad se convertía por las noches en un enjambre de prostitutas y ladrones, y desde que se instalaban alumbrados no se observaba ningún exceso, evitándose de este modo, robos y otras maldades que se cometen validos por la oscuridad de la noche”.

En este contexto, los espacios de sociabilidad mantuvieron su diversidad en función de una multitud de variables culturales, estacionales y socioeconómicas: la primavera y el verano siguieron siendo las estaciones predilectas para vivir en la calle, y el invierno lo fue para acogerse en el hogar, a excepción de las reducidas festividades en las que se engalanaba Valencia con iluminación complementaria.


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