En el presente artículo, voy a tratar sobre esa Valencia lúdica y festiva, esa Valencia tradicional que llega hasta nuestros días, donde el jolgorio y el despilfarro se convierten en norma. Para el estudio de la Valencia del siglo XVI es necesario seguir los parámetros propios del Barroco descritos por Teresa Ferrer o Josep Romeu y que tanto calado tuvieron en la sociedad peninsular, sobre todo tras la Contrarreforma y el Concilio de Trento. Ese espectáculo de fiestas públicas copadas a su vez de manifestaciones religiosas de fe, que entremezclados con elementos lúdicos-profanos, nutrían el calendario festivo de la ciudad.
Quiero centrar pues el análisis de este tipo de estudio, más social, costumbrista y generalizado tanto de los gobernantes como del trato hacia el pueblo llano, el cual cabe recordar, es la mayoría poblacional y se encuentra históricamente excluido tanto de la documentación oficial como de la propia historiografía.
La fiesta pública en Valencia, ya fuera motivada por circunstancias religiosas o profanas, buscaba ante todo perpetuarse en la memoria de las gentes, era un instrumento o medio propagandístico del poder dirigido y organizado tanto por los poderes civiles, políticos o religiosos en su relación con las nacientes sociedades urbanas modernas.
Existe una dualidad en el siglo XVI entre las celebraciones religiosas y las profanas, ambas se entremezclan con distintos elementos para enriquecer la actividad lúdica pero también la espiritual, clave en un momento de combate contra las herejías. Es destacable la integración que se realiza en multitud de actos ceremoniales, acontecimientos políticos, procesiones, misas de Acción de Gracias conjuntamente a espectáculos de carácter profano con temas mitológicos de moda así como las danzas (muchas de ellas de gran complejidad, organizadas por compañías profesionales de actores), algunos de estos actos realizados incluso en la gran celebración religiosa del Corpus.
La procesión del Corpus era una plena imagen sintética y jerarquizada de la sociedad, donde participan autoridades civiles y eclesiásticas. Destaca el desfile de los oficios, cada cual vestido de gala, con sus imágenes, estandartes, banderas y símbolos, acompañados de música, danzas, disfraces y animales simbólicos (dragones o águilas).
Entre los acontecimientos religiosos extraordinarios unidos a festividad pública, se encuentra el traslado de reliquias, la entrada de personalidades relevantes de la Iglesia en la Ciudad, la inauguración de templos, las beatificaciones o canonizaciones frecuentes tras la clausura del Concilio de Trento, todo ello unido a diversas celebraciones públicas como los juegos de cañas, sortijas, espectáculos ecuestres, certámenes literarios, las encamisadas y desfiles de máscaras y carros con invenciones.
La Ciudad se engalanaba y transformaba para tales actos, con luminarias, tapices, túmulos y altares, arcos triunfales, todo ello para adornar a la Ciudad y especialmente a los edificios de poder público más relevantes en el trayecto de la procesión. Estas fiestas públicas se regían por unas pautas estrictamente establecidas por las autoridades en las ordenanzas municipales mediante las cuales regular la participación en la fiesta de los diferentes representantes sociales.
Este posiblemente es el lado más oscuro de la bibliografía, pues no hay documentación del lado más lúdico y menos oficial de la fiesta popular que escapa al interés del cronista oficial, más atento a agradar a los promotores oficiales y a los poderosos organizadores de festejos que a los humildes y anónimos. Las manifestaciones más espontáneas e imprevisibles, surgidas tanto de la fiesta religiosa como de la profana, son una muestra liberadora de la fiesta, a pesar de las regulaciones y ordenaciones que se quisieran imponer para su control y forman la otra cara de las fiestas públicas, lamentablemente más silenciada en las relaciones sociales y difícilmente historiable, aunque crónicas de viajeros como la de Jerónimo Münzer indicaban que los mayores burdeles de toda Europa se situaban en la Ciudad de Valencia y era conocida desde tiempos medievales como “la ciudad del pecado”.
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