La llegada de los monarcas suponía la mezcla de elementos religiosos en una festividad pública y política, era destacable la ceremonia de las puertas de la ciudad, que era entendida como la entrada oficial de la persona real, simbolizando la renovación de los vínculos políticos existentes entre Ciudad y Monarquía, ceremonia que giraba en torno al acto de entrega de las llaves de la ciudad al Rey por parte de personas, habitualmente niños o cantores, disfrazados de ángeles o Santos patronos de la Ciudad, que descienden, mediante mecanismos de maquinaria aérea, desde cielos o nubes de decorado, en clara alusión a la vinculación entre religión y poder real, dentro de una concepción del monarca como delegado del poder divino.
Especialmente en la Corona de Aragón, tenía esta celebración antecedentes medievales, adaptada en el siglo XVI a la visión arquitectónica de estética renacentista de los arcos triunfales, con alusiones a temas mitológicos o gestas y triunfos de la monarquía, ceremonias a su vez revestidas con elementos religiosos como procesiones, ángeles o Santos patronos.
En 1507, para la entrada en la Ciudad de Fernando el Católico y Germana de Foix, se construyó un arco triunfal del que descendían dos niños vestidos de ángeles para entregar las llaves de la ciudad a los reyes, algo similar sucede en la ciudad de Valencia con motivo del recibimiento en 1528 de Carlos I, ordenó: “que sia feta una devotissima, solemne e celeberrima processo senblant de la ques acostuma fer en lo dia o festa de Corpore Christi, cascun any, ab les roques (Santos) e entramesos acostumats anar en senblant processo y altres ara novament ordenats”. Las Puertas de “Cuarte” se utilizaron para el recibimiento, construyéndose en ellas un arco triunfal unido a la puerta con dos galerías en donde se encontraban dispuestos los ministeriales y trompetas, desde cuya bóveda se representaba un cielo del que descendían tres diputados vestidos de ángeles para entregar las llaves de la ciudad al Emperador. La festividad se organizó entorno a los carros previstos para el acto de acompañamiento a la procesión: “la festa del Corpus sia feta ab VIIII roques, ço és, Adam y Eva, San Jeroni, lo Devallament de la Creu, Infern, Sepulcre, Juhí, Sent Sebastiá, la Cena”.
Para la visita de su hijo, Felipe II en 1564, la Ciudad ordenó que se sacaran en procesión cinco rocas de contenido religioso: “la roqua de Adam y Eva, la Josephina, la del fill prodich, la de Job y la dels diables de l’infern”. Toda esta serie de espectáculos, carros, máscaras, trasladan una visión triunfal de la Fe católica unida a la Monarquía como institución. La celebración de Felipe II fue ultraortodóxa, un total fervor religioso extremista y fundamentalista, reafirmador de la fe. En ella un mancebo glorioso representaba a Felipe II con sus mejores galas, acompañado de guardas y tras él, un Lutero fingido sobre un asno, rodeado de diablos, con un pregonero voceando la muerte “de la falsa herejía luterana” a su lado sacaron un carro triunfal de la Fama, acompañada por niños cantores, disfrazados de virtudes, entonando villancicos de alabanzas de la victoria de la Fe católica y en elogio del Rey Felipe II que “convirtió al pueblo profano”.
La Fe católica aparecía pues triunfante, caballeros de la ciudad se vestían de Cardenales, se disfrazaban de dioses mitológicos y ninfas, el mismo carro triunfal de la Fe estaba tirando por una serpiente que representaba la “humana sensualidad” cuya cerviz se inclinaba al triunfo de la Verdad católica, convirtiendo el escenario en una celebración apoteósica de Justicia, Misericordia y Paz.
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