Fue el Magistrado de la ciudad quién promovió los costes desde sus propios fondos, para ensanchar el edificio de la universidad y costear los primeros pasos de la nueva institución. Pero, a pesar de lo costoso de este movimiento, no sería nada en comparación al compromiso económico posterior.
La ciudad de Valencia era un municipio que siempre disponía de una gran cantidad de fondos que se podían aprovechar. Sin embargo, también presentaba grandes cargas a tratar. El arreglo de los gastos personales de la Universidad en los Estatutos de 1499, permitía ahorrar un poco en los gastos.
Desde la Universidad, la carga de estos gastos se intentaba suavizar con el precio de las matrículas y los grados, y desde el municipio se solventaba el resto de la cantidad. Lo que se desconocía era que los gastos pronto aumentarían de manera que sobrepasarían el presupuesto admitido. Además, en estos gastos también influirían los salarios de los profesores y del mismo Rector, que sería menor al trabajo realizado. En esos primeros momentos, nadie concebía que poco después se tuviera que duplicar las cátedras e imponer nuevas enseñanzas.
Estos factores promovieron la búsqueda de recursos en otros ámbitos, como es el caso de los arbitrios de la Ciudad, para que donasen anualmente una cantidad para poder solventar los gastos del Studi General. Esto se concedió, aunque no de la manera que esperaban ya que tan solo aumentaría unas 275 libras valencianas.
Con este nuevo donativo, la Universidad contaba con unas rentas de carácter fijo, como es el caso descrito en el párrafo anterior, o de carácter eventual, como son las matrículas y los grados. Con todos los gastos y los pocos recursos, se pasaron momentos de grandes dificultades, pero el afán por satisfacer esta necesidad pública predominó e hizo posible la continuación de la institución.
Es por ello que se decidió establecer el puesto de tesorero (en este caso, a dos tesoreros) el poder para estabilizar los gastos. Llevaban los libros de cuenta y razón, y si en las cuentas se anotaba la falta de recursos, debían usar los fondos del común y de esta manera suministrar lo necesario para cubrir las carencias. Todas las cuentas se presentaban ante el Síndico y los Jurados de la ciudad para hacer notar que se seguían correctamente los pasos económicos.
Pero con los años, la Universidad llegó a generar sus propias rentas, sobre todo con Felipe II. Ello provocó un cambio: ahora se crearía una Junta de Electos, compuesta por el Rector y tres catedráticos de la Facultad con la posibilidad de acceder a los fondos de la Universidad. Ello repercutió notablemente, ya que ahora se dispondría de mejoras materiales para la enseñanza.
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