Durante el siglo XV la ciudad de Valencia vive el que ha sido considerado su “Siglo de Oro”. Es este un periodo en el que la ciudad capital del reino destaca en todos los ámbitos. Citar por ejemplo el gran desarrollo de la industria textil local, las grandes operaciones comerciales que convirtieron a Valencia en uno de los grandes emporios comerciales del Mediterráneo y, como no, el florecimiento de las letras y la cultura valenciana con figuras y obras universalmente conocidas como Ausias March, Isabel de Villena, Roiç de Corella o Joanot Martorell con su elocuente obra Tirant lo Blanc.
Valencia era “el carro que tiraba” de la Corona de Aragón, el epicentro, no obstante la situación cambió con la unión con Castilla llevada a cabo por los Reyes Católicos a comienzos del quinientos. La ciudad que tanto había brillado pasó de centro a periferia, a un papel secundario, al igual que toda la Corona de Aragón que quedó claramente supeditada a Castilla. A partir de ese momento Valencia fue vista para la monarquía como poco menos que una reserva financiera de la que obtener tributos y préstamos para las campañas militares.
Como las desgracias nunca parecen venir solas, en 1519 la ciudad sufrió en sus carnes los efectos devastadores de la peste que trataremos posteriormente de forma más detenida, ya que fue una de las consecuencias del surgimiento de la Guerra de las Germanías que, como toda guerra, destruyo campos y asoló ciudades, siendo Valencia una de las más afectadas.
Tras la derrota de los agermanados las consecuencias para la ciudad de Valencia, cuya población había sido una de las que más había participado activamente en el conflicto, hubo de sufrir las imposiciones de la monarquía que fue reforzando cada vez más su poder por ejemplo enviando cada vez más a castellanos para ocupar los puestos importantes de la administración en Valencia, algo muy similar a lo que hizo en las otras ciudades de la Corona de Aragón. El absolutismo monárquico siguió reforzándose a lo largo del siglo XVI y también durante el siglo XVII, consolidándose con la llegada de los Borbones, por lo que los miembros que ocupaban el gobierno de la ciudad y prácticamente todo lo que podía influir en la vida política había de contar con el beneplácito real hasta el punto de que, en la mayoría de los casos, los cargos eran elegido por la Corona.
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