El pensamiento de Fray Antonio de Guevara
Guevara es fundamentalmente un moralista político. Para José Antonio Maravall, su concepción imperial consiste en reunir los tópicos político-morales acumulados por el pensamiento europeo a finales del Medievo – que en gran parte es lo que llamamos Humanismo – y presentarlos como misión propia del Emperador. Guevara, que elogia el saber de los modernos, dice, sin embargo, que prefiere la sabiduría de los antiguos en las cosas morales, en leyes y costumbres, en el orden de sus repúblicas. Pero con el término “antiguos” no se refiere concretamente a griegos o romanos, sino más bien a la utopía de esos hombres no desfigurados en su valor moral por la sociedad; los hombres según sí mismos, según la recta naturaleza humana.
El Marco Aurelio contiene toda una concepción utópica de la “política perfecta”. La autoridad del Imperio sería la realizadora de este tipo de vida virtuosa. Marco Aurelio es el emperador filósofo. Para Guevara, todo el problema político está en distinguir entre justicia y tiranía, como lo está también para Carlos V, según Menéndez Pidal.
El famoso retrato de Tiziano se basa justamente en la estatua ecuestre de Marco Aurelio, que representa la majestad de los emperadores romanos.
Gobernar, en su óptima realización, es seguir a la razón en su estado puro y natural, cuando no es perturbada por la voluntad corrompida. El poder tiene por misión hacer innecesario el poder: el buen príncipe que usa rectamente el poder que Dios le ha dado tiene por fin utópico hacerse innecesario a sí mismo y sustituir una república con poder coactivo por una sociedad de buenos dirigentes por la razón natural.
Este pensador entiende el Imperio según el principio de unidad que, según el orden apoyado en la voluntad divina, rige el mundo, y que en el plano de la política se traduce en la aplicación universal de la forma de gobierno de uno solo. La monarquía es siempre propiamente monarchia totius orbis. Ahora bien, esa monarquía no elimina la presencia de los príncipes particulares. Se da así una contradicción entre universalismo y particularismo que aparece también en muchos escritores políticos de la época, sobre todo en los españoles, cuyo sentimiento prenacional era muy vivo, y que a la vez se veían obligados a la aceptación del Imperio tradicional.
Guevara condena enérgicamente la guerra de conquista. Es obligación de los príncipes conservar los que les dejaron sus antepasados, pero la guerra de conquista es un proceder inhumano y contra Dios, que ha de ser castigado. El que por locura humana quiere tomar lo de otros, muy justo es que por justicia divina pierda lo propio.