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El Artificio de Juanelo Turriano. Luces y sombras sobre el ingenio toledano

A pesar de que la ciudad de Toledo había perdido algo del esplendor de la época imperial, el impulso constructor de Felipe II y su interés por llevar agua a sus jardines del alcázar iba a dar lugar a uno de los proyectos de ingeniería más espectaculares de todo el Renacimiento. Juanelo Turriano, su artífice, construiría un complejo y monumental mecanismo que haría que su fama se extendiera por toda Europa.

Detalle de “Vista de Toledo” de El Greco. Metropolitan Museum, Nueva York.

Ya en el siglo XV se había intentado salvar el desnivel de más de cien metros que separa el río del palacio, pero ni siquiera los diseños de Brunelleschi, el famoso arquitecto de la cúpula de la catedral de Florencia, lo hicieron posible. En 1526 se inició un proyecto encabezado por un equipo de ingenieros hidráulicos alemanes, pero acabó en fracaso, al igual que otro emprendido en 1561 por unos ingenieros flamencos.

Finalmente, en 1565, Turriano firmó un contrato con el rey y con representantes de la ciudad de Toledo, en el que se comprometía a construir un mecanismo que llevara un caudal continuo de agua del Tajo (12.400 litros al día) hasta la explanada del alcázar. Por ello habría de recibir del rey 8000 ducados al finalizar la obra y de la ciudad una renta de 1900 para él y sus sucesores. La solución de Juanelo era muy original, pues como en un principio tendría que costearse la construcción de su artificio y además no creía en la capacidad de los materiales para aguantar la presión que se derivaba del desnivel entre el cauce del Tajo y el Alcázar como para optar por las bombas, se decidió por la invención de una máquina nueva, de invención propia, en la que la elevación del agua se produciría a presión atmosférica.

Contrato con el añadido del rey.
Firma de Juanelo Turriano

Turriano cumplió con creces, construyendo en sólo tres años el ingenio, que arrancó a funcionar el 23 de febrero de 1569. El éxito de Juanelo fue completo y ese mismo año se decidió hacer un nuevo ingenio exactamente igual, adosado al anterior. La construcción del Artificio causó una gran sensación, siendo visitada por personajes tan relevantes como D. Juan de Austria. Hasta entonces nada parecido se había hecho en el mundo, puesto que la mayor elevación previamente realizada era la de Augsburgo.

Pero, ¿Cómo eran estas máquinas que causaban tanta admiración? ¿Cómo funcionaban? Responder a esas cuestiones sin haberse encontrado plano o dibujo alguno que represente el ingenio de Turriano se convierte en una ardua y complicada tarea. De entre todos esos documentos destacan tres fundamentalmente, aparte de antiguos inventarios que se realizaron sobre los ingenios y que han sido encontrados en importantes bibliotecas nacionales. El primer y quizás más importante de los tres, pertenece al humanista y amigo de Juanelo, Ambrosio de Morales, que no vio los artificios pero si la pequeña maqueta que Juanelo construyó para convencer al pueblo de la validez de su idea. En él están basadas las dos teorías que hoy día existen acerca del funcionamiento de los artificios, y la descripción que hace de las máquinas versa del siguiente modo:

<<…La suma de esta invención es anexar o engoznar unos maderos pequeños en cruz por enmedio y por los extremos de la manera que en Roberto Valturio está una máquina para levantar un hombre en alto. Estando todo el trecho así encadenado, al moverse los dos primeros maderos junto al río se mueven todos los demás hasta el Alcázar con gran sosiego y suavidad, cual para la perpetuidad de la máquina convenía… Mas lo que es más maravilloso es haber encajado y engoznado en este movimiento de la madera unos caños largos del mismo metal a los cabos, los cuales subiendo y abajando con el movimiento de la madera, al bajar el uno va lleno y el otro vacío, y juntándose por este lado ambos, están quedos todo el tiempo que es menester para que el lleno derrame en el vacío. En acabando de hacerse esto, el lleno se levanta para derramar por el caño en el vacío, y el que derramó ya y quedó vacío se levanta para bajarse y juntarse con el lleno de atrás, que también se baja para henchirle. Así los dos vasos de un caño están alguna vez vacíos, teniendo sus dos colaterales un vaso lleno, yéndose mudando así, que el que tuvo un vaso lleno queda vacío del todo, y el vacío del todo tuvo luego un vaso lleno, y siempre entre dos llenos hay un caño con dos vasos vacíos…>>.


Basado en este texto, el ingeniero de minas Don Luís de la Escosura y Morrogh se convirtió en el año 1880 en la primera persona que se enfrentaba al reto que suponía dar una explicación al funcionamiento de los ingenios de Toledo. Interpretar la descripción de Morales sin ilustración alguna resulta muy complicado, por lo que Escosura se dedicó a buscar algún dibujo que le ayudase a comprender aquel escrito, dibujo que encontró en Le diverse et artificiose Machine del Capitano Agostino Ramelli:

Máquina de Ramelli

Para completar su teoría, Escosura consideró una primera elevación realizada mediante una cadena de cangilones movida por una rueda hidráulica, la cual tomaba la fuerza de movimiento de las propias aguas del Tajo, y a continuación una segunda, basada en la disposición propuesta por Ramelli en su lámina, de la que suprimía los cangilones de la primera rueda convirtiéndola únicamente en motriz. Además, sustituía también las cajas y canales por unos vasos y tubos de latón para dar completo sentido a las palabras de Morales en cuanto a movimientos, pausas y paradas. El último gran escollo para Escosura le supuso tener que dar significado a la escala de Valturio comentada en la descripción, concluyendo que se correspondía con los tirantes que transmitían el movimiento de vaivén de unos cazos a los otros, a los cuales sustituirían en la lámina de Ramelli. De este modo fue como Luis de la Escosura y Morrogh quedó convencido de haber encontrado respuesta al misterio de los artificios de Juanelo. La idea pues, se corresponde con un sistema de plano inclinado, de pendiente continua, a través del cual se elevaba el agua desde el río Tajo hasta el Alcázar y constituye la primera de las dos teorías vigentes acerca del funcionamiento de las máquinas.

La segunda fue ideada por D. Ladislao Reti conocido como el gran investigador de la técnica, y quien interesado e intrigado por el tema, estudió los escritos de Escosura y los de un ingeniero alemán llamado Theodor Beck, quién había aceptado y desarrollado un poco más la teoría del propio Escosura. Pronto le surgieron dudas y problemas acerca de la reconstrucción que planteaban, por lo que se decidió a hacer un estudio más crítico de la aceptada interpretación del funcionamiento y de la historia de su creador, a lo que siguió una intensa búsqueda en diversos archivos y grandes bibliotecas. Con ello comprobó rápidamente que las noticias recogidas por Escosura estaban lejos de representar toda la información histórica que había quedado del artificio y del propio Juanelo. El resultado de su investigación lo expuso en una conferencia pronunciada en Toledo, el 15 de junio de 1967 y en la que contó con una maqueta construida por el artesano D. Juan Luis Peces Ventas en las que quedaron plasmadas todas las conclusiones a las que llegó y las cuales pueden verse reflejadas en el siguiente esquema:

Esquema de Ladislao Reti

Según Reti, en primer lugar existió una presa en el Tajo desde la que partían dos canales por donde el agua era conducida a unas ruedas hidráulicas que movían el artificio, una concretamente daba movimiento a una cadena de cucharas, de cuya existencia en el mecanismo ya habló Escosura, y el otro hacía lo mismo con la rueda motriz del artificio propiamente dicho. En cambio, esta segunda elevación es la raíz de la diferencia entre ambas teorías, ya que Reti no aceptó la lámina de Ramelli que tanto ayudó a Escosura a desvelar la incógnita de los ingenios de Toledo.

En suma, la teoría de Reti sobre el artificio de Juanelo consiste en un sistema vertical, inspirado en estos torreones de cucharones que elevaban el agua de forma escalonada: el agua ascendía a lo largo de la torre gracias al movimiento de vaivén de las cucharas para luego ser transportada mediante conducciones de latón de una torre a la siguiente. Para secundar su teoría, Reti contó con varios grabados de la época que reflejaban esa elevación realizada de forma escalonada, con varios inventarios de la época que pudo encontrar en las búsquedas realizadas en diversas bibliotecas y además con un documento fundamental para él que describía de esa forma el funcionamiento de las máquinas de Toledo. El escrito fue realizado por un viajero de la época llamado Sir Kenelm Digby, quien vio a los artificios funcionando y los describió de la siguiente manera: “…Y así los dos lados de la máquina eran como dos piernas que pisaban por turnos el agua…“.

Por todo ello, ésta es la teoría más aceptada en la actualidad, más aun si cabe después de la aparición  del tercer escrito más importante en toda la investigación acerca del enigma de las máquinas de Toledo. El hallazgo de este documento, publicado en 1986 en la Revista de estudios extremeños, supone reforzar la teoría de Reti, ya que describe un artificio que iba subiendo el agua a presión atmosférica de forma escalonada por medio de torretas de cazos que permitían adaptarse a las irregularidades del terreno. Incluso el documento aporta los únicos dibujos existentes hasta el momento realizados por alguien que vio funcionando a los ingenios.

El historiador de la técnica Nicolás García-Tapia ha hecho una propuesta que es una variante sobre la anterior de Reti. La propuesta de reconstrucción de García Tapia es en realidad la misma de Reti, añadiendo al otro lado del pie derecho del ingenio otra estructura similar que se mueve alternativamente con ella.

Reconstrucción en perspectiva del sistema de García Tapia (dibujo de Juan Ramos).

La teoría más reciente es la de Xavier Jufre, quien mantiene el sistema de torres verticales, pero modificando el mecanismo de movimiento de las mismas con relación a las propuestas anteriores.

El viejo artificio de Juanelo, conservado aún durante algún tiempo por su fama, se desmontó definitivamente a mediados del siglo XVII, después de que hubieran desaparecido muchas de sus piezas. De esta forma, sólo quedó el recuerdo de lo que había sido en su tiempo una de las máquinas más admiradas del mundo.

La fama del Artificio fue tal que todos los grandes escritores del Siglo de Oro lo mencionan en sus obras, si bien no era la tecnología en sí misma, sino el carácter prodigioso del mecanismo producido para la casa del rey, lo que inspiraba a poetas, novelistas y viajeros.

Así nos lo muestra Luis de Góngora:

¿Qué edificio es aquél que admira al cielo?

Alcázar es Real el que señalas.

¿ y aquél, quién es, que con osado vuelo

a la casa del Rey le pone escalas?

El Tajo, que hecho Icaro, a Juanelo,

Dédalo Cremonés, le pidió alas,

y temiendo después al Sol el Tajo

Tiende sus alas por allí abajo.

También hubo quien, como Quevedo, interpretó de un modo irónico los términos admirativos con que se aludía tradicionalmente al artificio, aunque confundiera la nacionalidad de su constructor:

Vi el artificio espetera

Pues con tantos cazos pudo

Mover el agua Juanelo

Como si fueran columpios;

Flamenco dicen que fue

Y sorbedor de lo puro

Muy mal con el agua estaba

Que en tal trabajo la puso .

En otros casos, como el de Cervantes, el artificio de Juanelo se convierte en una más de las cosas famosas que había que ver en Toledo, sin demostrar ningún interés por su especificidad tecnológica. Así se expresa Avendaño, el protagonista de “La ilustre fregona”: “… pienso, antes de que de esta ciudad me parta, ver lo que hay famoso en ella, como es el Sagrario, el artificio de Juanelo, las Vistillas de san Agustín, la Huerta del Rey y la Vega”.

En términos similares deben entenderse los versos de Lope de Vega:

A Toledo volveremos

Veré la Iglesia Mayor

De Juanelo el artificio…

Numerosos poetas y cronistas – Ambrosio de Morales al frente – sitúan el ingenio de Juanelo en primer lugar.  Este juicio es compartido por los visitantes extranjeros. La Academia degl´Inquieti de Milán, fundada en 1594 por Muzio II Sforza, nieto de Ludovico el Moro, tenía por emblema “el instrumento de agua construido en Toledo por maestre Giannello de Cremona”. Jean Lhermite describe el ingenio de Juanelo como una de las cosas más extrañas y admirables que había visto nunca. Y, para el diplomático, filósofo y alquimista inglés Kenneln Digby, el artificio de Juanelo era sin duda lo mejor de Toledo, e hizo de éste prueba definitiva de la existencia de Dios. Su descripción aporta un original carácter antropomórfico, algo que inspirará a Luis Quiñones de Benavente en uno de sus entremeses en los que alude al Artificio como “el hombre de Palo”, leyenda que se ha conservado hasta el punto de que una de las calles de la actual Toledo recibe esta mítica alusión. Lo más probable es que este mito no pase de lo que ahora denominaríamos leyendas urbanas, pero hay otra leyenda que conviene precisar.

Los Veintiún Libros de los Ingenios y de las Máquinas de Juanelo Turriano es un voluminoso manuscrito, muy ilustrado, escrito en un castellano plagado de aragonesismos y custodiado en la Biblioteca Nacional de Madrid. A pesar de su título, hace ya tiempo que la autoría de Juanelo fue refutada por García-Diego. Pero la búsqueda del verdadero autor ha producido numerosos trabajos y un encendido debate.

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Juanelo Turriano, “relojero” de Corte

Juanelo Turriano fue principalmente un relojero al servicio de Carlos I y de Felipe II, aunque también destacó por otro tipo de trabajos. Fue un personaje genial y misterioso alrededor del cual se fueron forjando leyendas tras su muerte.

Busto de Juanelo Turriano

Turriano nació hacia 1500 en un pueblo cercano a la ciudad de Cremona, en Lombardía, territorio que se había convertido en un importante foco de producción industrial durante el gobierno de los Sforza y cuna de algunos de los genios científicos más destacados de la época. A partir de la victoria imperial en Pavía, en 1525, la zona quedó bajo la órbita de la  monarquía española, circunstancia que determinaría la carrera del joven Turriano.

Su nombre era Giovanni, pero era conocido Juanelo, apodo que hizo famoso. Poco se sabe de su infancia, y la información que tenemos está rodeada de la leyenda que acompañará toda su biografía. Se cuenta que fue Giorgio Fondulo, profesor en la Universidad de Pavía, quien inició a Turriano en los fundamentos de la astronomía.  Los conocimientos de Juanelo, con todo, tienen más que ver con el aprendizaje práctico que con la teoría y la especulación escolástica. Lo más probable es que, siguiendo el modo habitual en la época, aprendiese en el taller de su padre, Gerardi Turriano, a construir y reparar instrumentos mecánicos. Tras esta primera formación doméstica, entró como aprendiz en uno de los talleres de relojería de Cremona, trasladándose al poco tiempo a Milán, donde llegó a ser maestro relojero y mecánico.

En 1558, a la muerte del emperador Carlos I, los relojes y planetarios coleccionados en Yuste fueron puestos a cargo de Juanelo, quien pasó a ocupar el mismo puesto de relojero al servicio de Felipe II, obligándosele a residir en la corte, ya fuera en Madrid o en Toledo. Éste no había heredado de su padre la afición a la relojería, pero Juanelo era igualmente capaz de aconsejar en la construcción de las grandes obras de ingeniería, especialmente hidráulicas, que concentrarían los esfuerzos del Rey Prudente.

Hasta 1565, en que Juanelo se instala definitivamente en Toledo para la construcción de sus famosos ingenios, reside y trabaja en Madrid, donde Felipe II acababa de trasladar la capital de su monarquía. Era inevitable que la presencia de Juanelo fuera requerida también en la obra más importante de las emprendidas por el monarca, el monasterio de El Escorial, aunque no tenemos evidencia documental de que residiera allí durante su construcción. Es probable que la experiencia de Juanelo en la construcción de máquinas resultase útil en el diseño de grúas e ingenios utilizados por Herrera en los trabajos del edificio.

Monasterio de El Escorial en costrucción (Dibujo atribuído a A. de Tolosa, 1576)

Juanelo participó en algunos de los proyectos de obras hidráulicas más relevantes de la segunda mitad del siglo XVI español. A los procedimientos clásicos desarrollados y mejorados durante décadas, se unieron otros que requerían algún mecanismo para subir el líquido. Entre ellos, el ideado por Juanelo Turriano: el artificio compuesto por torres de cazos que el célebre cremonés construyó a partir de 1565 para elevar el agua desde el Tajo hasta la ciudad imperial de Toledo.

Asimismo, Juanelo aportó la solución a los impedimentos geológicos para la construcción del azud en la Acequia Real del Jarama. La propuesta consistía en rellenar las oquedades y cavernas propias de terrenos muy permeables con materiales de albañilería. Algo similar ocurrió en 1571, cuando puso solución a los corrimientos de tierra durante la construcción de la Acequia de Colmenar de Oreja. La última intervención documentada de Juanelo en una gran obra de ingeniería fue la consulta que se le hizo en 1580, ante los problemas planteados en la ejecución de la presa de Tibi, cuya construcción puso en regadío 3.000 Ha de huerta alicantina. El resultado fue una presa con una novedosa planta en curva tipo gravedad-arco y un talud, aguas arriba, casi vertical con un perfil escalonado aguas abajo. La altura del muro –43 m desde el fondo hasta la coronación– la convirtió en la mayor del mundo y no fue superada hasta la construcción de las grandes presas del periodo ilustrado, ya en los años centrales del siglo XVIII.

Presa de Tibi, Abad Cavanilles, siglo XVIII

Entre las intervenciones de Turriano para Felipe II, hay una que nos confirma los conocimientos del relojero. Se trata de la reforma del calendario emprendida por el Papa Gregorio XIII. Esta cuestión era de lo más urgente dado que el desajuste entre el tiempo astronómico y la fecha del calendario alcanzaba ya más de una decena de días. Entre los científicos que fueron consultados estuvo, por supuesto, Juanelo Turriano, quien escribió su Breve discorso alla Majestad de Re Católico interno la reduttione dell anno et restitutione del Calendario con la dichiaratione deglo instrumenti da esso per mostrarla in atto prattico. La propuesta de Juanelo daba dos soluciones para estipular correctamente la fecha en que debía caer el día de Pascua: mantener el equinoccio fijo en el 10 de marzo de su tiempo o volver a la situación del Concilio de Nicea, que lo fijaba el 21 de marzo. Diez años después se finalizaron los trabajos para la reforma del calendario estableciendo la fecha del equinoccio de primavera el 21 de marzo, de forma que no fuese necesario modificar los misales ni los breviarios, según el deseo expreso de Felipe II. Giovanni Paolo Lomazzo escribía en 1587:

Trasse l’acque del Tago il Torriani Tanto alto, come il Duomo di Milano A la natura e al ver scherno facendo Questo gran Mathematico fu quello Che scoperse l’error de i dieci giorni

Es posible que la petición realizada en 1653 por Pío IV a Felipe II para que concediese a Juanelo una licencia de dos años con el fin de trabajar en Roma a sus órdenes estuviese vinculada a los trabajos de la reforma del Calendario. La negativa a este viaje estuvo justificada por la dedicación de Juanelo al Artificio de agua que construía para subir agua desde el Tajo a Toledo.

Tabla de cálculo del Breve discurso a Su Majestad el Rey Católico en torno a la reducción del año y reforma del calendario
Lámina del sicurso en torno a reducción del año y reforma del calendario, 1579

A su muerte, el 13 de junio de 1585, Juanelo Turriano dejó como legado todo un amplio repertorio de ingenios, proyectos e inventos, de entre los cuales se han planteado diversas reconstrucciones y existe no poca controversia en las hipótesis planteadas por los diferentes expertos en la materia. Algunas dibujos de este tipo d eingenios son los siguientes:

Esfera armilar de Milán, atribuida a Juanelo Turriano
Reconstrucción hipotética del Cristalino
Tornillo de Arquímedes
Cóclea
BOMBA ALTERNATIVA DE PISTONES CON CIGÜEÑAL MOVIDA
A SANGRE
RECINTO DE TABLESTACAS PARA FUNDAR DENTRO DE L AGUA
Grúa cigüeñal
Polipastos
Grua accionada por ruedad de pisar
Cabria
Tenaza para grúa
Noria de cangilones a sangre
Noria de Vejigas
Draga de rastra
Draga de noria
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Felipe II, príncipe renacentista

“La ingeniería en la época de Felipe II está muy lejos de las disputas religiosas que dividieron Europa en el siglo XVI”. Éstas fueron las palabras que pronunció el ingeniero Ignacio González Tascón en septiembre de 1998 con motivo de la presentación de la exposición de Los ingenios y las máquinas. Ingeniería y obras públicas en la época de Felipe II en el pabellón Villanueva del Real Jardín Botánico, de Madrid.

Felipe II (1556-1598) fue, sin duda alguna, el mayor patrón de la ciencia cortesana española. Y, es que si el Renacimiento suponía la preocupación por la formación íntegra del hombre en todos los aspectos, la preocupación de Felipe II rebasará la meta de esa preocupación por la formación, siendo considerado el prototipo por antonomasia de príncipe renacentista. La relación de Felipe II con la ciencia, con todo, responde a una triple perspectiva:

–       La política, como gobernante del más poderoso imperio del planeta.

–       La personal, como hombre en perpetua lucha con la enfermedad, con una fortaleza física y espiritual fraguada en interminable batalla con sus limitaciones corporales y psíquicas.

–       La regia, como monarca absoluto exquisitamente formado en la cultura renacentista.

Sus intereses científicos estaban encaminados a controlar la naturaleza, lo cual implicaba una comprensión del espacio, mediante la geografía y la cartografía, y un manejo del mismo, por medio de la ingeniería y la jardinería, además de procurarle pingües beneficios económicos, haciendo uso de la minería. Asimismo, emprendió grandes proyectos, a veces casi propios de un visionario, que o bien se olvidaron, o sus espléndidos resultados se archivaron en los anaqueles de bibliotecas o de los archivos estatales, sin ejercer ninguna influencia sobre la labor intelectual, científica o de gobierno, española o europea, del momento o de la posteridad, con lo cual se perdieron oportunidades únicas. Entre ellas, destacan los proyectos para hacer navegables los ríos españoles o los de las Relaciones Topográficas del Reino.

Felipe II adoptó siempre una profunda labor de mecenazgo en el nacimiento y desarrollo de numerosas iniciativas científicas. Todo ello en tres grandes centros de poder que caracterizaron su reinado: Aranjuez, El Escorial y Madrid. Aranjuez, como equivalente de las grandes obras de ingeniería renacentistas. El Escorial, como gran centro de recepción y difusión del saber, con la biblioteca que recogía todos los saberes de la época y las prácticas experimentales que allí se realizaron. Madrid, escenario de la corte, centro de la política imperial, a la vez que núcleo aglutinador de los principales científicos cortesanos del momento, contratados para resolver las necesidades de la monarquía. Imaginemos una corte cuyo rey, quizás empujado por su afán coleccionista, hacía, entre otras cosas, que diferentes personas se encargaran de comprar textos en Italia; una corte en la que los inventores debían de dejar una copia de sus inventos en el Alcázar o en el Escorial; donde alquimistas escudriñaban libros y realizaban sus experimentos en dependencias oficiales; donde había incluso una casa de destilación y una Academia de Matemáticas y Cosmografía.


Mineros, monederos y ensayadores alemanes; alquimistas flamencos, alemanes, italianos e irlandeses; destiladores flamencos e italianos; cartógrafos flamencos; jardineros italianos, flamencos, franceses e ingleses; astrónomos italianos; boticarios flamencos. Ésta era la legión de científicos y técnicos contratados por Felipe II durante su reinado. En cuanto a los ingenieros, en contra de lo que se ha pensado durante mucho tiempo, en la España filipina, la mayoría de los ingenieros eran mayoritariamente españoles, si bien es aceptable afirmar que la ingeniería peninsular se vio influenciada por la italiana.

Nicolás García Tapia dividió a los ingenieros en varias categorías: los teóricos, los ingenieros-arquitectos, los prácticos y los ocasionales o inventores. Entre los arquitectos ingenieros, los de nuestro interés para este blog, se va formando un determinado tipo, cuya principal tarea sería la de trazar y diseñar edificios: edificaban puentes, acueductos, presas, puertos… Así pues, el ámbito de estas dos disciplinas era confuso en el siglo XVI, aunque para dominar la ingeniería era imprescindible conocer la arquitectura.

Uno de estos ingenieros, Juan de Herrera, dejó manuscrito el texto Architectura y machinas. Para él, la máquina sirve para vencer la naturaleza de los cuerpos pesados. Es decir, en el origen de toda máquina está la gravedad de las cosas. Un importante arquitecto de su tiempo fue Pedro Juan de Lastanosa. Estuvo en Bruselas y en Nápoles, donde trabajó como ingeniero hidráulico en el año 1559. En 1563, tras haber trabajado como ingeniero hidráulico en Bruselas y Nápoles, fue nombrado «criado ordinario», cobrando 300 ducados anuales de salario. En este año, también cobraban por el mismo concepto en la corte de Felipe II los arquitectos Juan Bautista de Toledo, Juan de Valencia y Juan de Herrera, además del ingeniero mayor Juanelo Turriano, aunque figuraba como relojero.