Tras los malos resultados relatados en la anterior entrada, se podría pensar que ya anda iría a peor, pero no fue así. En la década de los 40 se desarrollaran numerosas crisis que a la larga llevaron a la pérdida de protagonismo español en el contexto europeo. Estas revueltas se dieron en distintos “distritos” de la monarquia hispánica: Nápoles, Andalucía, Aragón, Cataluña y Portugal. Estas rebeliones internas provocaron que se tuvieran que dispersar las tropas, por distintos frentes lo que reducía su número y por lo tanto su efectividad. Además los paises enfrentados anteriormente con España como Inglaterra y Francia vieron una oportunidad de desmembrar las posesiones de la monarquía española y de esta forma derrotar a los españoles en los diversos frentes en los que seguían sumidos. Por ello respectivamente ayudaron a Portugal y Cataluña.
Las rebeliones de Cataluña y Portugal fueron las más dañinas para el monarca. Puesto que Cataluña se desligo de la monarquía hispanica y se unió a la Francia de Luis XIV, esta rebelión no se pudo controlar hasta 1652, cuando Felipe IV pudo tomar Barcelona. En cambio en Portugal, no se consiguió recuperar la influencia en dicha zona, pese a los intentos de Felipe IV de devolver dichos territorios a su particular ajuar de territorios no cuajo y Portugal volvió a ser independiente, pero eso sí, sin volver a ser ese majestuoso imperio del siglo XV y XVI.
En cuanto a la Guerra de los 30 años, la cosa seguía igual que en los últimos años, con derrotas de la coalición imperial ante los franceses y sus aliados, hasta que finalmente en 1648 se elaboró el Tratado de Westfalia, que terminaba con la guerra con acuerdos favorables para los franceses y sus aliados por ser los vencedores, la monarquía hispánica reconoció la independencia de las Provincias Unidas. Pero España y Francia no habían resolvido sus diferencias en cuanto al Franco-Condado, Flandes y Rosellón. Por lo tanto prosiguieron con su lucha durante unos 10 años más, pero las cosas estaban más igualadas que en los últimos años debido a los problemas internos franceses. Pero finalmente gracias a la ayuda inglesa derrotaron al ejército español, en la famosa batalla de Dunkerque.
En 1659 finalmente se firmó el tratado de paz de los Pirineos, que gracias a la última victoria francesa favoreció a dicha parte. España cedía a Francia el Rosellón, la Cerdaña, Artois y plazas fuertes al sur de estos territorios. Esta derrota supuso para España entregar definitivamente el testigo de primera potencia mundial a la Francia de Luis XIV. Por lo tanto el reinado de Felipe IV fue desastroso en cuanto a territorios perdidos, como estos últimos mencionados a los que hay que sumarle la pérdida de Portugal y por lo tanto de sus numerosas colonias dispersas por el globo. También se perdieron pequeñas islas en el Caribe o Taiwan.