De acuerdo con el testamento de Isabel I, su viudo don Fernando el Católico hizo proclamar reina de Castilla a doña Juana la Loca con su esposo don Felipe I el Hermoso, archiduque de Austria e hijo de Maximiliano I, emperador de Alemania.
El rey don Fernando quedó entonces en calidad de regente y gobernando el reino mientras venían dichos príncipes, que estaban en Flandes.
Pero el marido de doña Juana, Felipe I de Austria, llamado el Hermoso, de carácter ligero y vanidoso, siguiendo los consejos de muchos nobles castellano, a cuya cabeza figuraban el duque de Nájera y el marqués de Villena, que vieron en el aturdido príncipe el personaje más propicio para recobrar su antiguo poderío y salir de la férrea disciplina impuesta por los Reyes Católicos, pidió a su suegro que se retirase a sus Estados de Aragón.
No conforme con esto, Felipe el Hermoso se alió con el rey de Francia, enemigo tradicional de Fernando el Católico.
Pero el hábil monarca aragonés deshizo bien pronto los planes de su yerno, pues adelantándose a aquél y variando de política, firmó un tratado con Luis XII de Francia, e incluso se casó con su sobrina Germana de Foix en 1505.
En vista de su fracaso, Felipe el Hermoso, por medio de su representante don Juan Manuel, firmó con su suegro la “Concordia de Salamanca”, en 1505, en la cual se convino que los príncipes y don Fernando gobernarían juntos el reino de Castilla.
Llegaron por fin doña Juana y don Felipe a España, y desde el primer momento fueron tan tirantes sus relaciones con su padre don Fernando el Católico, que éste acabó renunciando a sus derechos sobre Castilla y se retiró a sus Estados de Aragón.