Hoy en día cada vez toma más fuerza guardar nuestros archivos en la nube, o cloud como dicen los anglosajones. Es cómodo, simple y sencillo y nos da alta disponibilidad a la hora de trabajar con nuestros ficheros y luego retomar las tareas en cualquier punto del planeta. Compartimos ficheros con grupos de trabajo.
La idea es excelente, pero surgen contradicciones si los datos que guardamos están protegidos por La Ley de Protección de Datos o simplemente si la información que en ellos hay no queremos que la pueda poseer nadie más que nosotros.
Los servicios de almacenamiento en la nube, como puedan ser Dropbox, SugarSync, SkyDrive, SpiderOak, ADrive … y todos los que día tras día van saliendo, dan multitud de espacio de almacenamiento gratis y luego si necesitas más espacio, está la opción de pago.
En teoría esas empresas velan por la seguridad y confidencialidad de nuestros archivos, pero estos viajan por la red de redes y, como siempre se ha dicho, “si quieres mantener tus datos confidenciales seguros, desconéctalo de internet“. Nadie sabe qué medidas de seguridad tienen esos servidores y por quiénes son accesibles.
La moraleja es que sólo deposites ficheros en la nube que, en el hipotético caso que acaben en manos de terceros, no te suponga ningún riesgo para tu integridad, ni mental ni legal.
Un perfecto símil sería pensar en que la nube es un gran parking donde dejamos nuestro coche y allí nos lo custodian. Dentro del coche … ¿Dejarías tu DNI? ¿Dejarías tu tarjeta de crédito? ¿Dejarías tu tesis que aún no has publicado? ¿Dejarías datos de tus familiares? … Pues eso.
Laboratorio de Idiomas
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