Los dios que actuaban en los niveles cósmicos eran numeroso y complejos; podían adquirir forma humana o animal, aunque es muy frecuente que conbinaran características de ambos grupos. Esto último provoca que se catalogación no sea tarea fácil y , de hecho, actualmente exsite ninguna clasificación que sea totalmente satisfactoria; así, los dioses mayas pueden clasificarse mediante las letras del alfabeto, por sus elementos iconográficos, o según su supuesta correctorios sean excluyentes entre sí, ya que, en realidad, desconocemos muchas de las funciones especiales de dichas deidades o, peor aún, su situación exacta dentro de un hipotético panteón.
Dentro del pensamiento maya, también adquieren caráter sagrado los seres inanimados y las sustancias que pueblan el mundo natural; es frecuente que estos seres sean personificados mediante extrañas cabezas zoomorfas, y entonces suelen recibir el genérico apelativo de monstruos. Por medio de estas representaciones, podemos conocer la importancia que, dentro de las creencias religiosas, adquirían las cuevas, los ríos, los cuerpos astronómicos, y sustancias como la sangre y el agua. A todos estos caracteres, los antiguos mayas los concebían como seres animados actuando como tales en sus correspodientes niveles del universo.