Las conquistas luteranas se imponen rápidamente a despecho de la oposición imperial. La Sajonia electora y Hesse adoptan las fórmulas de la Reforma desde 1527, así como numerosas ciudades libres, como Nüremberg y Ulm. A éstas les siguen en seguida el margrave de Brandeburgo y el gran maestre de la órden teutónica Albert de Brandeburgo, que se proclama duque de Prusia, conservando personalmente los bienes de su orden (1525). Pronto la Reforma desborda el marco del Sacro Imperio. Por convicción y por interés político, Gustavo Vasa, artífice de la rebelión sueca contra Dinamarca, adopta las ideas luteranas en 1524 y rompe con Roma en 1527. Estos suecos obligan a Lutero, cualquiera que fuera su indiferencia hacia las formas institucionales, a definir una iglesia para satisfacer la necesidad natural de los fieles de verse encuadrados y aconsejados y de recibir los sacramentos. Convencido de que la verdadera Iglesia es invisible, el reformador acepta dejar en manos de los principes y los magistrados la formación de las iglesias locales, la elección de los pastores y su vigilancia y los ritos liturgicos. Se contenta con proporcionarles una confesión de fe (Pequeño y Gran catecismo de 1529), consejos prácticos y material litúrgico. Así se explica la fragmentación y diversidad de iglesias.
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