Dadas sus aptitudes académicas, Lutero fue designado para impartir ética aristotélica a los novicios de la escuela del convento de los agustinos. Sin embargo, hacía tiempo que Lutero había rechazado las doctrinas aristotélicas y no tardaría mucho en descubrir a uno de sus referentes intelectuales más relevantes: san Agustín de Hipona. Por otra parte, en 1509, por orden del Vicario General de la orden en Alemania, Johannes von Staupitz, Lutero fue transferido como profesor a la Universidad de Wittenberg. No obstante, el prior del convento en Erfurt consiguió que Lutero regresara a la universidad de esta ciudad para ocupar una cátedra de teología. De este modo, el joven monje se vio envuelto en una disputa doctrinal y práctica en el seno de la orden agustiniana que enfrentaba a una postura “observante” y reformista liderada por Johannes von Staupitz, y a otro bando “conventual” más conservador en el cual militaba el prior de Erfurt.
Para resolver esta disputa monástica, a Lutero se le encargó la misión de acudir a Roma para instigar al Prior General de la orden agustiniana, Egidio de Viterbo, a que anulara las reformas que Staupitz quería implantar en los conventos agustinianos en Alemania y que tomara una decisión definitiva al respecto. Las impresiones que Lutero tuvo cuando acudió a la ciudad son desconocidas y han sido objeto de debate. Sabemos que allí subió por la escalera de Pilatos y que rezó en cada peldaño un Padre Nuestro por el alma de uno de sus abuelos aunque, una vez arriba, fue escéptico: “¡Quién sabe si será verdad!” dijo. Según Oberman, Roma le ofrecía a Lutero la oportunidad de encontrar la salvación plena por diversos medios pero también le impresionó el ajetreo sacrílego de la ciudad. Allí pudo comprobar la verdad de un refrán popular de la época: “Cuanto más cerca se está de Roma, más difícil es ser cristiano”. No obstante, como indica Lucien Febvre, Lutero no se sorprendió ni prestó demasiada atención a los vicios de la Urbe sino que se limitó a ejercer de típico peregrino sin sentido crítico porque, en aquel momento, Lutero no pensaba en la Reforma sino en su propia salvación y ello era un asunto puramente individual. Lo único que sabemos a ciencia cierta son las posteriores consideraciones que el joven profesor haría sobre la ciudad, a la que calificaría como “sede del Anticristo”, “oficina de Satanás”, “nido de ratas” y demás calificativos de esta índole. Lutero pudo quedar abrumado por la corrupción, el fasto del clero y las aficiones terrenales de los altos clérigos, pero su fe católica se mantuvo inquebrantable.
A su vuelta a Erfurt, tras el fracaso de su misión, Lutero pasó a defender las tesis observantes de Staupitz. En Wittenberg obtuvo el título de doctor en teología y una cátedra de Sagrada Escritura, supliendo como profesor de dicha institución al propio Staupitz, que le instaría continuamente para que continuara sus estudios religiosos en contra de la voluntad del propio Lutero, según su propio testimonio.
Imagen: Retrato de Johann von Staupitz. Voz “Johann von Staupitz”, Wikipedia: http://en.wikipedia.org/wiki/Johann_von_Staupitz