A Lutero se le puede definir como el prototipo perfecto de hombre medieval temeroso de Dios y de la justicia divina . Esta visión de Dios Lutero la tiene muy presente ya que en el capítulo XX del Éxodo define a Dios como “un fuego que te devora, te consume, más amenazador que el diablo”. Esta es la imagen del Dios de Antiguo Testamento.
Durante su infancia recibió influencias religiosas por parte de su madre. Las pocas alusiones que hace sobre esta época son sombrías recordando más los castigos que los momentos felices, este hecho pudo aumentar ese temor hacia Dios, al igual que la estancia durante un año con los Hermanos de la Vida en Común.
Según las doctrinas del momento era posible hallar la salvación dentro del seno de la Iglesia, probablemente fue una de las razones que le impulsó a optar por la vida monástica. Pero desde siempre Martín albergó sus dudas al respecto porque tan fuerte era su temor a la ira divina y a la condena de su alma que para él era necesario algo que le proporcionara una certeza absoluta sobre la salvación de su alma. Cuando ingresó en la orden de los agustinos creyó alcanzar esta certeza o por lo menos aplacarla. El fracaso de hallar la salvación en la vida monástica será una de las razones por las que posteriormente se separará de la Iglesia Católica, ya que consideraba que los excesos cometidos por los ministros de la Iglesia los conducirían al infierno.
La razón del temor a la ira divina en el Reformador no partía de dudas a cerca del la existencia de Dios, Lutero nunca dudó pues su fe era muy fuerte, pero no tenía el mismo concepto sobre el hombre al cual consideraba débil y muy proclive a caer en las tentaciones del diablo. Estos pensamientos hicieron que poco a poco se desarrollara dentro de él un conflicto espiritual sobre la débil línea entre la salvación y la condena eterna. Aceptó la vida monástica como vía para alcanzar la salvación, se esforzaba más que ninguno en ser un buen monje pero aún así sentía como Dios y el diablo luchaban por su alma. Sentía su presencia continuamente hasta el punto de llegar a conversar con el demonio.
Para aplacar el profundo desasosiego que eso le causaba se refugiaba en la música y el canto pero sobre todo en la Biblia que le otorgaba la paz de espíritu que tanto ansiaba. Y fue gracias a las Sagradas Escrituras como el Reformador dejó de temer a Dios. La lectura y meditación profunda de San Pablo en su Epístola a los Romanos (Romanos 1:17) cambió la imagen que el Reformador tenía de Dios. Este versículo cita: “el justo vivirá por la fe” y gracias a él Lutero comprendió que Dios no condena al pecador, lo justifica y con su gracia y benevolencia le otorga la salvación eterna. Esto supuso una revelación para Martín. A partir de ese momento Dios deja de ser una figura cruel para convertirse en amable y misericordioso, un dios que ama a todos sus fieles y concede el perdón de los pecados. Al alcanzar este grado de comprensión la lucha interna en la que se debatía Lutero se apaciguó. Entendió que la fe es el camino hacia la salvación y hacia el amor de Dios.