En marzo de 1517 el dominico Joham Tetzel llegó a Wittenberg a predicar una indulgencia plenaria por orden del arzobispo Alberto de Brandenburgo a pesar de que el duque Federico el Sabio lo había prohibido. La recaudación de dicha indulgencia estaba destinada a la construcción de la Basílica de San Pedro.
La doctrina de las indulgencias fue definida por Santo Tomás de Aquino. Se trata de un documento que exime las penas de los fieles que deben ser purgadas o durante la vida terrena o tras la muerte en el purgatorio. Por eso muchos creyentes compraban indulgencias para salvar el alma de sus parientes difuntos. Estos documentos eran administrados por los ministros de la Iglesia. Durante la Edad Media se podían obtener por la peregrinación a Roma, por visitar santuarios, por participar en las Cruzadas o por contribuir a la construcción de edificios eclesiásticos u obras públicas.
Pero en el siglo XV se había adoptado la costumbre de adquirir indulgencias a través de un pago en dinero. Este nuevo mecanismo desencadenó la creación de una red de negocios e intercambio de favores que comenzó a despertar múltiples críticas y protestas.
Esta utilización de la salvación como excusa irritaba muchísimo a Lutero que no podía permitir que sus vecinos malgastaran el poco dinero que tenían de algo que sólo reportaría beneficios a los altos cargos eclesiásticos. Martín ya había arremetido contra las indulgencias durante un sermón pronunciado en octubre de 1516.
Con la llegada de Joham Tetzel a Sajonia para vender las indulgencias, Lutero decidió intervenir enviando una carta al arzobispo Alberto de Brandenburgo. Esta carta iba acompañada de lo que se conoció como las “95 Tesis”. Cuenta la tradición de que fueron colgadas en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg. En la carta Lutero le pedía al arzobispo que se cambiara la forma de predicar las indulgencias porque confundían al pueblo.
En las 95 Tesis Lutero pone de manifiesto la clara influencia de la Iglesia las vidas de los fieles. La mayoria de los fieles son analfabetos y no conocen todos los preceptos de la dontrina cristiana, la Iglesia se aprovecha de ellos y engaña a los creyentes con mecanismos que le proporcionan beneficios a la jerarquía eclesiástica y cree que la recaudación de las indulgencias debe ir destinada a la ayuda a los más necesitados, no a la construcción de templos. Lutero considera que la remisión de las penas solo es competencia de Dios y que la salvación no se consigue con un papel si no con el cumplimiento de las normas morales reflejadas en la Biblia.
También pone en entredicho la autoridad del Papa para decretar y autorizar una serie de competencias que solo atañen a Dios. Aún así todavía es muy respetuoso con la figura del Papa ya que es el intermediario con Dios.
En esta obra, la primera del Reformador, queda patente su concepción del hombre. Lutero considera al hombre un ser imperfecto, lleno de debilidades y muy proclive a caer en la tentación del diablo por eso propone que los buenos cristianos deben seguir a Dios con sufrimiento, penas y muerte. Aquí queda reflejada su concepción medieval de la vida como un valle de lágrimas, para él, la vida del cristiano debe ser la penitencia, porque Cristo lo ha querido así y sólo mostrándose arrepentidos obtendrán el perdón de Dios.