Una de las formas narrativas que puede adquirir la literatura, con independencia de si es en sí buena o mala literatura, es el género de la ciencia ficción. Fascinante ya de entrada por transportarnos a mundos, escenarios, situaciones casi imposibles de vivir en la vida real. Pero sólo casi. Algunas de las obras y sus autores de ciencia ficción, el género que nacería a finales del siglo XIX, bien pueden considerarse en nuestro tiempo verdaderos anticipadores de los avances científicos y tecnológicos. En El hombre invisible (1897) de H. G. Wells el argumento trata de un científico que teoriza que si se cambia el índice refractivo de una persona para coincidir exactamente con el del aire y su cuerpo no absorbe ni refleja la luz, entonces no será visible. Desde esta teoría Wells construye su novela.
Antes que él, al comienzo del siglo XIX (1818), Mary Shelley escribió Frankenstein. Considerado por algunos como un precursor del género de ciencia ficción, lo cierto es que la historia de dar vida a lo muerto, “coser” un cuerpo humano de partes de cadáveres diferentes e insuflarle vida, bien puede asimilarse a las células madre, de las que se aseguraba en una noticia publicada (El País. 14, junio, 2012) “mantienen su potencial para convertirse en otros tejidos hasta dos semanas después de que haya muerto una persona”; o a la revolución que el mundo virtual y el universo de las redes sociales han traído, donde se puede estar muerto, pero permanecer.
De H. G. Wells es también La máquina del tiempo (1895), una historia con la que su autor pretendía hacer una crítica a la sociedad capitalista de su tiempo histórico, además de hacer una reflexión sobre la responsabilidad del ser humano respecto al futuro, al suyo propio y al del planeta, la naturaleza. Hay que fijarse en un detalle, y es que habrían de pasar diez años (1905) para que Albert Einstein publicara su Teoría de la relatividad especial, u otros diez más (1915) para que hiciera lo mismo con la Teoría de la relatividad general, ambas con explicaciones sobre el espacio-tiempo y la curvatura del espacio-tiempo que sí podrían ser objeto de explicación a divulgar con la obra de Wells. Pero no lo eran tal. En cambio, este tema toca aspectos de la física, con el espacio y el tiempo, y se abre a reflexiones filosóficas si es razonable o moralmente correcto viajar en el tiempo; y si estos viajes no traerá mayor destrucción o paradojas de irresoluble solución a la condición humana y a la vida en general.
De H. G. Wells, como del siguiente escritor, son muchas las obras que se pueden mencionar y que introducen conceptos de ciencia o los anticipan.
Treinta años antes el escritor Julio Verne con De la Tierra a la Luna (1865) crea una narración de ciencia ficción que es, a la vez, considerada novela científica, pues el escritor hace un intento de describir por primera vez con minuciosidad científica los problemas que hay que resolver para lograr enviar un objeto a la Luna. Desde el lugar geográfico ideal del que partirá la nave, el cañón y su sistema para desplazarse, etcétera.
Dando un salto en el tiempo, avanzamos desde ese pródigo siglo XIX de las novelas de ciencia ficción basadas en ciencia, al XX, y nos acercamos a una mujer, Úrsula K. Le Guin. Reconocida escritora de ciencia ficción, la novela La mano izquierda de la oscuridad (1969) trata del género y la sexualidad a través de los ojos de un terrestre llegado al planeta Invierno, colonia en la que los habitantes han mutado a hermafroditas capaces de cambiar de sexo. Tema recurrente en la autora, lo volverá a tratar en libros como el de relatos El cumpleaños del mundo y otros relatos (2002). La facilidad de Le Guin para adentrarse con naturalidad en estos delicados rincones que afectan a la propia naturaleza y esencia del ser humano, trastocar el orden preestablecido en la sociedad, llevar a la moral al púlpito y dejarla castigada, hasta nueva partida, allí en lo alto; y, mientras, jugar a los dados como si fuera dios, un dios sin sexo, o varios a la vez, o mutables por momentos como en sus obras, todo esto, y la gran calidad de su escritura, la convierten en una genio de la literatura y una divulgadora de excepción, abordando sin tapujos los temas de género y sexo desde el género de la ciencia ficción. Pero, eso sí, haciendo una dura (aunque endulzada) crítica a nuestra aún obtusa sociedad que no permite más que lo determinado de antemano y canonizado.