Por Claudio Navarro Paredes
En primer lugar, debemos preguntarnos ¿Qué es una ciudad? Es una difícil cuestión. Roberto López diría que “en suma, una ciudad es una ciudad”, pero ésta parece ser tan variable e impredecible como el ser humano mismo, ya lo dejaban entrever san Agustín y san Isidoro de Sevilla siglos atrás cuando decían que “la civitas no está en las piedras sino en los hombres”.
Pese a la complejidad que supone definir los sistemas urbanos, es posible que en cuanto a París nos encontremos, en palabras de Cesare de Seta una “ciudad capital”, es decir, “aquella ciudad que se ha visto investida como tal por parte de un gobierno del pueblo, de un patriciado, de un Señor o de un Estado nacional”, en el periodo en el que nos acontece, la monarquía francesa, a la cual estará ligada profundamente en su capitalidad y en su desarrollo urbano (como se explica en la entrada “París, un urbanismo al servicio la Monarquía”).
La posición privilegiada de París en cuanto a los puertos naturales del Sena, junto a su conversión en ciudad y capital por Hugo Capeto en el 987, fueron los condicionantes principales para su primer crecimiento urbano. Desde la Edad Media, por lo general, la corte del rey se caracterizaba por ser itinerante, sin capital fija, o al menos no durante un largo período de tiempo. Por ello, era lógico que París, como cualquier ciudad medieval del momento, pudiera perder su condición de ciudad capital. La consolidación de la monarquía termina por asentar la corte y, con ello, la necesidad de elección de una ciudad con buena
disposición para tal propósito, así como la posibilidad de su desarrollo.
A lo largo del siglo XVII, París se asienta como gran capital canalizadora del florecimiento de Francia, y su modelo urbanístico y monumental representa su ambición estatal, además de presentarse como modelo a imitar y, todo ello, sin olvidar que su legado aludía a su historia como capital europea más antigua del momento (en el 508 Clodoveo la convierte en su capital, y tras su muerte en sede del reino), pese a que no fue una gran ciudad en la Antigüedad.
En definitiva, su capitalidad recurrente a través de los siglos será uno de los factores que impulsen la vida de la ciudad, en todos sus aspectos, a lo largo de la historia. Así como el impulso de los diferentes estilos artísticos que pasaron por ella, plasmados en la monumentalidad de su arquitectura, su pintura y escultura, así como en las calles y plazas de la ciudad, impregnadas de estas corrientes culturales.
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