Renacimiento y barroco en Francia


El Renacimiento surgió en Italia a partir del siglo XV como un movimiento cultural y artístico que refleja tanto los valores clásicos como el triunfo del humanismo, pronto se expandió por gran parte de occidente, Francia fue una de las zonas más influenciadas por estas corrientes artísticas, todo ello lo vemos reflejado en su arquitectura, escultura y pintura de la época. A lo largo del siglo XVI este movimiento cultural se consolidó en tierras galas tras haber superado la crisis dada por la guerra de los Cien Años, fue a partir de entonces cuando la realeza francesa llevará a cabo una gran demanda de elementos artísticos y urbanísticos con el fin de resaltar su poder absolutista, siendo uno de los mecenas más destacados de esta época el propio Francisco I. El interés francés por consolidar su dominio en tierras italianas fue una de las principales causas por las que muchos artistas italianos, como Da Vinci o Benvenuto Cellini, viajaron a Francia presentándose como auténticas referencias artísticas.

La vuelta al mundo clásico, el humanismo, las nuevas corrientes filosóficas son algunas de las características principales que tanto el Renacimiento como el Barroco poseen en sus raíces. París será la referencia de todo este movimiento cultural, durante los siglos XVI y XVII, “la Ciudad de la Luz” será destino de los mejores artistas occidentales, por lo tanto la ciudad llevará a cabo un importante crecimiento tanto arquitectónico como intelectual. Uno de los elementos más destacados en toda esta corriente será la arquitectura, la cual recibirá un gran proceso de asimilación desde Italia, los palacios, las catedrales o los monumentos públicos serán una de las expresiones más destacadas de esta corriente clásica. La escultura y la pintura serán, por otro lado, un símbolo de poder real, con el cual decorarán castillos y palacios como el de Versalles. En cuanto al plano urbano, se combina la pervivencia del plano medieval con la irrupción de nuevas edificaciones, sobre todo a lo largo del siglo XVII, caracterizadas por la geometría y la difusión del clasicismo, mostrando la grandeza de París y su incipiente modernismo.

Todos estos elementos confluirán en torno a la ciudad de París, impulsados por su posición como capital de Francia a lo largo de amplios periodos de tiempo y por la influencia de la Corona, la cual consolida una fuerte monarquía en estos momentos. En definitiva, la “Ciudad de la Luz” ya fue en estos tiempos, como se observa en la leyenda del plano de Merian de 1615, “autre monde”.


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